Malaria en el refugio de Livingstone
Un proyecto de MSF combate el paludismo en la Tanzania más aislada y pobre, consumida por la anemia y las diarreas
En Kigoma (Final, en swahili), al oeste de Tanzania, a orillas del lago Tanganika, muere tras casi dos jornadas y 1.520 kilómetros el tren desde la capital, Dar Es Salaam. A 15 minutos en coche está Ujiji, donde es fama que en 1869 Stanley encontró a Livingstone. Kigoma es el África que no ha visto Bush, un distrito flagelado por la malaria, con 490.000 habitantes, y Médicos Sin Fronteras-España (MSF) tiene en marcha desde 2001 a 2004 un programa en las zonas rurales para reducir la amenaza, mediante tratamiento y capacitación de las comunidades. Es la primera ONG que trabaja en el distrito.
La mitad de los 34 millones de tanzanos sufre malaria. La más grave mata a 100.000 al año, casi todos niños y embarazadas.Kigoma rural tiene un 45% de casos de malaria, un 25% de diarrea, un 15% de anemia y un 6% de bilharziasis y lombrices. En Kigoma hay, además, refugiados de Congo y Burundi, y la temible meningitis W 135 o cepa de
La M
eca.
La ventaja es que el plasmodium falciparum, causante de la malaria, que se ha hecho resistente a los tratamientos clásicos, en Kigoma sólo ha desarrollado una resistencia del 5%. La brutal desventaja es el aislamiento inaudito de la región. No hay carreteras en esta Tanzania profunda. El reportero acompaña (10 horas en la barcaza de MSF para unos 215 kilómetros) al equipo tanzano de una decena de doctores, auxiliares médicos, sensibilizadores y logistas que, tras dejar a sus familias, impulsarán durante dos meses el proyecto en Buhingo y Kalya (a otros 80 kilómetros).
"El humus que nutre la malaria es la pobreza", dice la doctora Rosa Awat, coordinadora del proyecto, de 35 años, argentina, de ascendencia siria, con años de experiencia en Centroamérica (fue evacuada en el Mitch con su marido y su niña, que se reunirán en unos días con ella en Tanzania). "La pobreza y la malaria serán vencidas si las comunidades adquieren capacidad de prevenir por sí mismas. Nuestra estrategia ha resultado tras un año de trabajo en zonas muy pobladas, como Nguruka, y consiste en reunirse con los jefes comunitarios y trabajar con ellos. Si la gente acepta que tiene que asumir cambios para sobrevivir, y luego se supervisa el impacto, la cosa funcionará: hay que entrenar a gente que a su vez entrene a otros".
Al desembarcar bajo un crepúsculo incendiado, los viajeros ven entre palmeras las pocas y precarias casas de Buhingo, sin luz ni agua, y cuatro letrinas de pozo. Suenan tambores de una escuela primaria. Hay un dispensario, con consulta externa y hospitalización, que está a la espera de implantar un servicio de transfusiones.
Urge. La prueba la obtiene el reportero cuando, al amanecer, encuentra a Joshua Kashiato, que ha llevado a consulta a su sobrinito. "My baby lost
all his bread", explica, queriendo decir que el niño pierde toda su sangre (bl
ood). Tendrán que esperar un día para subirse al único barco que va semanalmente a Kigoma. "Estamos aislados y toda urgencia puede ser mortal", será la queja constante que oirá el reportero. Un barco ambulancia parece fundamental. Una cesárea, una apendicitis, requieren navegar 10 horas a Kigoma. Alguien podría donar el barco desde España, por ejemplo, pero tendría que ser de madera o acero, por el mantenimiento. Lo caro es el fuel: cada ida y vuelta a Kigoma serían 100 euros.
A media hora de barco desde Buhingo está Mgambo, donde nadie ha visto jamás Mogambo. Será una de las aldeas pescadoras beneficiadas por el proyecto. Como Igalula, donde en presencia del equipo de MSF y del mweyekiti (pronunciado muñekiti, jefe local) y rodeados en amasijo por la chavalería y paisanos, unos sensibilizadores danzan y cantan contra la malaria y escenifican cómicamente cómo el mosquito se ceba en una bella durmiente. "Cada día enseñamos, con teatro, sobre un tema de malaria: cuidados prenatales, mosquiteras, tratamiento de la malaria simple y de la malaria grave...", dice Yahya Gombo, sensibilizador.
"La mayor prevalencia de malaria en Tanzania se da en esta zona, además de en Tanga y en Dar. Pero aquí el 75% de las comunidades carecen de asistencia médica", dice Hemed Lukonge, responsable médico del proyecto, formado en EE UU, Noruega y Suiza. "Nuestra presencia cambia las cosas, porque trabajamos con las comunidades, con el reto de cambiar la mentalidad", señala el médico auxiliar Moshi Nsanye, que tras 16 años de trabajar en el sistema oficial empezó a hacerlo con ONG centradas en refugiados y luego pasó a MSF. Ambos, y el jefe del dispensario de Buhingo, Moshi Nsanye, casado con una maestra, recuerdan sonrientes que saben lo que es enfermar de malaria.
"Las mujeres tienen que ser especialmente sensibilizadas, porque cargan con la responsabilidad de los hijos, mientras los hombres pescan o se buscan la vida como business men (comerciantes)", dice la veterana Bertha Materu, llamada Mama Bertha, educadora social del proyecto, con tres hijos desperdigados por Tanzania. "Procedo de la región del Kilimanjaro, que el turismo ha desarrollado, y aquí veo pobreza y malaria; una malaria que en otros sitios remite algo en la estación seca, pero no aquí".
Las madres reciben en el dispensario su dosis de SP (medicación antimalaria) y la joven Anastazía Siulapa, con dos hijos, las adoctrina sobre prevención. "Shinda malaria" ("Derrota a la malaria"), vocea.
"El objetivo es prevenir la malaria desde el embarazo", dice Rosa Awat. Y Hemed Lukonge corrobora: "En Nguruka había 30 abortos al mes por malaria, y tras un año de trabajo sólo hemos visto dos. Prematuros, antes había dos al mes, y ahora uno en cuatro meses".
Negociar con los brujos
En el África rural nadie cree en principio que las enfermedades, sino en los hechizos hostiles. Para contrarrestarlos, están lo que en Occidente llamamos brujos, y que en Tanzania se denominan mganga wa kienyayi o curanderos tradicionales. A menudo llevar a un enfermo al curandero acarrea un retraso fatal para cuando se le quiere ingresar finalmente en un hospital. Pero la gente sigue yendo antes al mgang
a.
El equipo tanzano de MSF en Buhingo está por dialogar con los mganga. Dio buen resultado en Nguruka, donde ahora la mayoría de los pacientes llegan enviados por los curanderos. "Lo que debemos aclarar con ellos es que las convulsiones de la malaria que puede ser mortal no las causa el diablo o una magia, y que es mejor para todos colaborar en la prevención", dice el doctor Lukonge. "Es fundamental para salvar a los niños pequeños".
Médicos, auxiliares y sensibilizadores admiten que los mganga suelen recetar contra la malaria un líquido de hierbas, que se ingiere o con el que el enfermo se lava el cuerpo. "Negociar con los mganga es importante, porque he visto que a veces alivian sintomatologías parecidas a la epilepsia, que no tendrían claro diagnóstico en la medicina occidental".
Pero el equipo médico procede científicamente. Visita la zona de hospitalización, diagnostica. Luego se reúne con el personal formado en Buhingo y repasa una vez más la sintomatología de la malaria. Los enfermos de malaria grave, recalcan, tienen fiebre alta, fuertes vómitos, degedege (convulsiones), y si les miras la palma de la mano, está blanca: upungufu mkubwa wa damu (falta grande de sangre; es decir, anemia).
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