Futbolistas aterrorizados
En Argentina se multiplican los secuestros de jugadores y familiares de los mismos
Como si la tierra se abriera a sus pies y las altas cumbres de la emoción se elevaran ante los ojos atónitos y húmedos de la multitud, El Negro Astrada entró el pasado domingo día 6 al campo del River caminando lentamente. Había anunciado su retirada y sabía que era la última vez después de 15 años en la primera división, 454 partidos jugados y 12 títulos. Pero nadie esperaba esa tarde al capitán histórico, al Jefe, cuando iba a disputarse la última jornada del torneo Clausura de la Liga y el River festejaba el título. Su padre seguía secuestrado y aún no se pactaban las condiciones del rescate. Sin embargo estaba allí por él, con él. Llevaba una camiseta blanca con la fotografía impresa de un retrato donde se leía: "Papá, te estamos esperando".
Los jugadores que más ganan han cambiado sus buenos coches por autos pequeños y viejos
Le seguía detrás la plantilla del River campeón, que vistió luego una camiseta blanca con el número 5 en la espalda, que siempre perteneció al centrocampista Astrada, y la leyenda Fuerza Leo en el frente. Todo el estadio le dedicaba el estribillo histórico: "Vení, vení, cantá conmigo, que un amigo, vas a encontrar, y de la mano, del negro Astrada, todos la vuelta vamos a dar". Estaba previsto que jugara sólo diez minutos, y a los nueve, luego de un remate desde fuera del área, levantó la mano y pidió el cambio. Cuando caminaba hacia la banda, donde le esperaba el Chacho Coudet para reemplazarlo, se quitó la camiseta del River, la besó, la levantó y saludó con ella a las cuatro tribunas.
Tampoco nadie sabía entonces que Astrada había decidido en el último momento participar de la fiesta con la esperanza de que su padre, Rubén, le viera si es que los secuestradores le dejaban seguir la retransmisión por televisión. Ambos llegaron juntos al club, Rubén Astrada llevaba de la mano a Leonardo cuando tenía ocho años y ambos se retiraron juntos. "Olé, olé, olé, negro, negro", cantaba la multitud cuando dijo adiós.
En el norte de la ciudad el River festejaba su título de liga número 31 y en el sur el Boca la conquista de su quinta Copa Libertadores. Los volcanes más populares, activos y calientes, explotaban de alegría y fuegos de artificio, pero lanzaban también al aire la preocupación por la creciente inseguridad que inunda ya el gran Buenos Aires y llega al centro de la capital federal.
El padre de Astrada -por el que ayer mismo los secuestradores pidieron al Negro 800.000 dólares-, el hermano de Juan Román Riquelme, el hermano de Víctor Zapata, centrocampista del River; el padre de los hermanos Milito -Gabriel traspasado del Independiente al Real Madrid, y Diego, delantero del Racing-, Jorge Cervera, delantero del Banfield; Darío Husaín, delantero del River; Alfredo Moreno, delantero del Boca... La lista sigue con nombres menos conocidos. Todos fueron víctimas de secuestros o de intentos de robo y de los llamados secuestros al paso, que consisten en la retención durante unas horas, circulando en sus propios coches mientras se pide el rescate.
Rubén Astrada fue secuestrado a las 7.35, a cinco calles de su casa, de camino hacia el taller de reparación de ascensores que administra. En una emboscada de rutina, su coche fue embestido por el de la banda integrada por tres hombres armados con escopetas y pistolas. Le sacaron de allí, le subieron al asiento trasero y luego llamaron al teléfono móvil de su hijo.
Al delantero Darío Husaín le tocó unos días y aún no logra reponerse: "Lo pasé muy mal... Cuando subieron a mi camioneta, mi esposa estaba mirando y ellos supusieron que iba a llamar a la policía. Me hicieron llamar rápido a casa, pero a los 10 minutos ya nos estaba persiguiendo la policía. Ése fue un momento difícil y me asusté bastante. En un cruce de calles de Morón, al oeste del gran Buenos Aires, los delincuentes dejaron la camioneta y uno se escapó, los otros dos caminaban conmigo. Hasta que me dieron la espalda, se pusieron a hablar entre ellos y empecé a correr. Todo sucedió en un segundo".
La pasada semana, Alfredo Moreno, delantero del Boca, contaba una historia parecida. Se metieron en su coche, le robaron, le llevaron hasta Lanas, al sur del gran Buenos Aires, intentaron retirar dinero de un cajero automático y al advertir un control policial le dejaron abandonado, encerrado dentro del coche.
Los jugadores que más ganan de cada plantilla han cambiado sus coches amplios, de colores vivos y de marcas conocidas por autos pequeños y de modelos viejos. La mayoría tiene o ha contratado guardias de seguridad privados para sus casas. Se mantienen en contacto con teléfonos móviles que sólo conocen los íntimos. No llegan ni se van solos del entrenamiento, nunca toman los mismos caminos de ida o regreso y están siempre atentos a los espejos retrovisores para observar si alguien les sigue. ¿Es posible jugar, vivir, así?
Los futbolistas argentinos se han transformado en blancos móviles de las bandas de asaltantes y secuestradores. El caso más grave sucedió el pasado septiembre. Jorge Cervera, de 27 años, delantero del Banfield, salía de un restaurante poco antes de la medianoche junto con su hermano Pablo. Entre Lanús y Temperley, primer cordón del gran Buenos Aires, al sur de la capital federal, una banda que les seguía en dos coches interrumpió el paso de su automóvil. Tres de los cincos o seis asaltantes, "todos jóvenes, uno de ellos probablemente menor de edad y dos algo mayores", los golpearon con un arma en la cabeza, tomaron el volante y les obligaron a comunicarse con el presidente del club para pedir un rescate. Mientras se hacían los primeros contactos, una patrulla de la policía ordenó detenerse a uno de los coches de la banda, sobre el que tenía ya la denuncia de robo. Comenzó entonces una persecución y un cruce de disparos que acabó cuando los secuestradores decidieron detenerse para enfrentarse con la policía. En medio del tiroteo, primero Jorge Cervera y luego su hermano, salieron corriendo y huyeron del lugar para salvar sus vidas. Los policías recibieron disparos que fueron amortiguados por los chalecos antibala.
Cervera aún no puede librarse del terror de aquella noche: "No sé cómo salí vivo, pensaba en mi familia y en mi nene de cuatro años, les decía que quería ver a mi hijo, que no me lastimaran". Cervera recordó, además, que tuvo la oportunidad de ser traspasado a un club de México pero "lamentablemente" no llegó a un acuerdo. Ahora admite que no pondría ninguna traba económica: "Aceptaría cualquier oferta, me quiero ir cuanto antes de aquí".
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