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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El hombre que cantaba 'Cielito lindo'

Me siento en la escultura de Botero, en el vestíbulo del aeropuerto de Barcelona, y me dispongo a pasar la mañana observando el meeting point. Es un poste largo, con un reloj en la parte de arriba, situado frente a la tienda The Airport Market, que sirve de punto de referencia a las personas que tienen que encontrarse. Que en los aeropuertos haya un meeting point siempre me ha parecido el colmo de la civilización.

Dos mujeres rusas acompañadas de dos niños conducen un carro con seis maletas, y se detienen en el Botero. Una de las mujeres se apoya en la base de piedra. Se despreocupa del carro con las maletas y se concentra en un prospecto de Port Aventura. Los críos se ponen a jugar entre las patas de la estatua, un caballo gordo. Los altavoces no dejan de repetir: "Por su seguridad, mantenga los objetos personales bien sujetos", y no puedo evitar vigilarles el carro. También en la estatua hay una chica y un chico que se besan. Ella está sentada y él, de pie. A toda prisa, un señor que lleva una maleta y un Dan Up en la mano se dirige hasta el Audi A3 que hay en exposición, entre el meeting point y el Botero. Se sienta en la tarima enmoquetada y mira el reloj. También espera. Ahora, la pareja que se besaba se abraza y, finalmente, ella se va escaleras arriba. Él le da una palmada en el trasero, le dice adiós con la mano y enciende un Ducados. En el meeting point no espera nadie. Una familia americana se coloca al lado de las dos mujeres rusas. La madre escribe postales y, cuando las termina, se las da a su hijo para que las eche al buzón. Leo: "Hey, dad! Now in Barcelona". La dirección es de una ciudad de Tejas. El señor del Dan Up, sentado en la tarima del Audi A3, se levanta en cuanto ve a su esposa. Durante los primeros 20 segundos del encuentro, ella sonríe con alegría verdadera. Pero enseguida pasa a poner la cara que suele poner el miembro de la pareja que se encarga de la intendencia doméstica. Dos hombres, que han ido a comprar esos sándwiches en forma de triángulo tan apetecibles de los aeropuertos, se dirigen hacia las rusas, cogen el asa del carro de las maletas y salen a la calle con ellas y los niños. Una mujer con acento argentino llama por teléfono, desde una de las cabinas: "Yo estoy sentada donde el caballo ese. Ahí estoy". En el meting point no hay nadie.

En el aeropuerto de Barcelona la gente utiliza la escultura de Botero como punto de referencia. En el 'meeting point' nunca hay nadie

Tres hombres vestidos con camisas blancas de cuadros, con móviles colgando del cinto, zapatos caros y maletas del mismo color verde, idénticas, se apoyan en la estatua de Botero. Consultan un mapa donde pone: "Catalunya". Repasan unas hojas, impresas en color, en las que leo: "Visita nuestra fábrica". Esperan, y, al poco rato, llega otro señor que también usa el mismo tipo de camisa y arrastra la misma maleta verde. "¡Hola, Pepe!", le saludan efusivos. Pepe lleva gafas de sol y se peina hacia atrás. Es ese tipo de hombre atractivo, chulo pero simpático, que te puedes imaginar perfectamente diciéndole al barbero: "Pero, no cortes mucho". "Vamos a cantarle la caña al pollo", dice, en broma. Y todavía llega un señor más perteneciente al grupo. Ya son cinco; los cinco, con sus camisas, sus zapatos caros y sus billetes de la agencia Travel Wagonlit. Y sus maletas verdes. Abren y cierran las cremalleras y, por la manera en que lo hacen, adivino que se están familiarizando con ellas, que son nuevas. "¿Habéis comido todos?", pregunta uno. "¿Hemos comido?", pregunta otro. "El chiste fácil es 'no", contesta Pepe, el de las gafas, y se sienta en la barandilla metálica de un palmo que rodea la estatua y enciende un pitillo. Cuando se le cae ceniza en la bragueta, sopla, para apartarla. "¿Pepe, no has venido en pantalones cortos, hoy?", bromea uno de los mayores. Pepe se ríe y explica algo de un compañero de trabajo: "El tío iba en bermudas. Le dije: 'Oye, ¿estás trabajando? Es que como te veo así...". Comprueban la hora y uno de ellos pregunta si el avión les sale a las tres y media. Sí, le confirma otro. El avión les sale a las tres y media. "Le he visto aparcando", explica el primero, refiriéndose a un compañero que todavía falta por llegar. "¿Has cobrado el ése?", pregunta el mayor. Y añade: "Ahora te vendrá, cada mes, una cosa de las categorías". Se interrumpen, porque llega el que faltaba. Se dan la mano. Noto que con éste no hay tanta confianza como con Pepe, que es el joven. "He sido yo el que te ha llamado", le aclara uno al recién llegado. Todos abren los compartimentos de sus maletas y sacan unos sobres. Los abren, y extraen un papel como los que te dan en las cajas de ahorros con el número secreto de la tarjeta. El de las gafas lo rasga por el género de puntos y observa lo que parecen unas instrucciones. "¿Vamos a tomar algo?", propone. "No falta nadie". Y tira del asa de la maleta y la vuelve a bajar. "Por favor, las cartas cerradas. ¡No vayan a ser abiertas!", advierte el mayor.

Caminan contentos hacia el bar. "Son guapas, tío", le dice uno a Pepe, refiriéndose a las gafas. "Hombre, a mí, particularmente, me gustaban más las otras". Y se arranca a cantar Cielito lindo: "Ay, ay, ay, ay, canta y no llores, porque cantando se alegran, cielito lindo, los corazones...". Nadie en el meeting point.

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