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Cesc Gelabert consolida su madurez estilística en la Bienal de Venecia

El festival de danza del certamen anuncia a la estadounidense Karol Armitage para 2005

El coreógrafo y bailarín catalán Cesc Gelabert puso en muy buen lugar a la danza contemporánea española con el estreno veneciano, el viernes en el Teatro Piccolo Arsenale, de su pieza Preludis, una homogénea consecución de solos donde brillaba su estilo personal y la demostración palpable de la madurez creativa. La Bienal de Venecia ha anunciado ya los adelantos en las distintas materias para los próximos años y quiénes serán sus cabezas directivas; además de arquitectura, música y teatro, en danza se contará con la estadounidense Karol Armitage.

Por el Teatro Piccolo Arsenale han pasado en esta edición del festival de danza dentro de la Bienal de Venecia un sinnúmero de artistas brillantes representativos del quehacer globalizado de la danza de vanguardia, calificados perimetralmente según su director, el belga Frederick Flammand, por sus ciudades: Berlín, Kioto, La Haya, Tananarive, Montreal, Nueva York, Londres y ahora Barcelona. Gelabert es el exponente ideal de esta propuesta, que a la vez resulta antiglobalizadora y revulsiva.

Preludis, que cuenta con escenografía de Frederic Amat, vestuario de Manuel Peña, el piano de Jordi Camell (que demuestra una impresionante capacidad estilística para pasar de Bach y Chopin, a Debussy, Mompou y Carles Santos) y las luces extraordinariamente cuidadosas de Sam Lee y Jaume Ortiz, consigue envolver al público y llevarle a una tierra de grandes preguntas. En la escena destaca una escultura que es a la vez una referencia de Noguchi, Arp y Miró, y esas 12 obleas rojas como gotas de sangre sin coagular que se disponen en círculo como las 12 horas del reloj: es el tiempo singular que acaso es el verdadero tiempo de la danza. Naturalmente, hay que pensar en los solos de Cesc Gelabert de antaño, su elegante sentido del adagio, su seguimiento equilibrado y en equilibrio de la música, con un uso alterno y en contraste del movimiento circular superponiéndose a agudas geometrías a las que somete sus extremidades, casi puntos por donde fuga la energía y el instinto; se puede resumir como una respuesta lírica a los cuestionamientos mayores del artista: el tiempo como aliado y como enemigo, cómplice del pálpito en el baile y castrador del hecho coréutico, su verdugo.

El teatro estaba repleto, no sólo de artistas, críticos y público de danza, sino de gente ligada a las más variadas expresiones de las artes visuales que estos días constituyen aún la gran masa de visitantes a esta parte de Venecia.

Cesc Gelabert, al final de Preludis, se cita a sí mismo en una secuencia de cierre, una síntesis algo descarnada y hasta desesperada de todo el discurso donde finalmente vuelve Bach con su esencialidad y matemática.

Cesc Gelabert, en una escena de <i>Preludis.</i>
Cesc Gelabert, en una escena de Preludis.
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