Psique
EN 1942, ya en el exilio, el escritor austriaco Hermann Broch (1886-1951), uno de los más brillantes intelectuales de la fascinante Viena finisecular, redactó su Autobiografía psíquica (Losada), extraña obra, recientemente recuperada, según la edición de Paul Michael Lützeler, ahora vertida a nuestra lengua por Miguel Sáenz. La rareza de este empeño memorialista no se debe tanto al punto de vista íntimo adoptado por su autor, que no en balde está precedido por los ilustres antecedentes de san Agustín y Rousseau, sino porque el yo que él desnuda se identifica con la psique y no con el alma, o, si se quiere, como lo había mostrado su compatriota y contemporáneo Sigmund Freud, era la consciente punta visible de un iceberg de insondables profundidades. Al parecer, el móvil que llevó a Broch a confesar las sórdidas y vulgares razones que atenazaban su muy neurótica personalidad, fue la de ampliar lo que ya había escrito por carta a dos mujeres interesadas eróticamente en él para desanimarlas en el empeño.
Como apunta Lützeler, la dualidad que asediaba a Broch en relación con su modelo ideal de mujer era la típica de quien se ha formado en el seno de una familia burguesa puritana de fines de siglo XIX; no obstante, nos asombra lo prolijo de su autoanálisis despiadado, que le lleva finalmente a proscribirse a cualquier empresa amorosa, aunque también a cimentar, gracias a tan terrible amputación, su magnífica carrera como ensayista y escritor.
Aunque la leyenda de los frustrantes amoríos entre la hermosa Psique y el dios Eros debió tener raíces históricas más antiguas, la conocemos por lo que escribió al respecto, en las Metamorfosis y en El asno de oro, Apuleyo (siglo II después de Cristo). El quid de este relato mítico nos narra el feliz acoplamiento erótico entre quienes ni se pueden ver, porque se aman al resguardo de la luz, con nocturnidad, ni, por tanto, aún menos, saben mutuamente quiénes son en realidad. La traumática suspensión del maravilloso idilio entre este par de amantes que se desconocen se produce, no obstante, cuando la curiosa Psique, desafiando la prohibición, alumbra con una lámpara al entonces dormido Eros y, en ese preciso instante de la revelación, lo pierde.
Esta sugestiva leyenda de Eros y Psique ha fascinado a muchos escritores y artistas occidentales, sobre todo, a partir del Renacimiento, aunque, significativamente, alcanzó su apoteosis inspiradora en nuestra época, en el que no se ha dado un paso en la exploración del autoconocimiento sin pagar el duro precio de la correspondiente desilusión. Quizá la última de las ilusiones restantes sea hoy la del arte, mediante la cual Broch trató de sublimar su frustración erótica, con lo que el supuesto desvelamiento de su circunstancialmente irreductible misterio nos haga tanto más sabios cuanto más incapaces para disfrutar de la vida.
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