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¿De la Lombardía a la Provenza?

La próxima retirada del presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, invita a un balance de todo el periodo que, al contrario del propio de una legislatura, no puede ser ni un autosatisfecho passem comptes ni un catálogo de errores u omisiones elaborado por la oposición. Como luces y sombras son inherentes a toda acción de gobierno, lo que procede evaluar es el conjunto: estar o no estar en la vía adecuada, haber ganado o perdido peso en los marcos lógicos de referencia, haberse anticipado o no a las nuevas tendencias de un mundo cambiante.

Pujol reitera que Cataluña progresa. No hay duda de que en términos absolutos se ha avanzado mucho en estos 23 años, pero esto era casi inevitable en nuestro contexto geográfico y político. Lo relevante es que en 1980 éramos el equivalente peninsular a la Lombardía y hoy algunos indicios hacen temer que estemos convirtiéndonos en una Provenza, con todos los respetos a su probable vocación de ser precisamente la luminosa y aromática Provenza. Si como apuntan algunos datos, hemos perdido posiciones respecto, por ejemplo, a los otros tres motores de Europa -Lombardía, Baden-Württemberg y Rôhne-Alps- el balance pasa a ser insatisfactorio. Para ello no son necesarios muchos errores, basta con pocos si son de naturaleza estratégica. Tres aparecen como identificables.

La capacidad táctica de Pujol para la actividad cotidiana le han impedido lograr objetivos más estratégicos

El primero, la instrumentación ambigua de la dialéctica Cataluña/España. Para lo que Pujol ha representado, quizá 23 años sean demasiados para oscilar sistemáticamente entre un seudosoberanismo intermitente y una proclamada implicación en la modernización del conjunto del Estado en beneficio también de Cataluña. "Nos quieren como locomotora pero no como maquinistas", escribía Pujol hace años, pero apartaba del primer plano a los dirigentes de CiU, que querían ser maquinistas. Esta indefinición, aderezada con el recurso a la queja como una técnica política más y la política del peix al cove, ha perjudicado la imagen y el peso de Cataluña. Ser decisivos en Madrid entre 1993 y 2000 sólo se tradujo en pellizcos y no en comprometer al Estado para impulsar Barcelona y el eje mediterráneo como alternativa a la obsoleta concepción radial del Madrid km 0, ni en conseguir hacer entender que un puerto de Barcelona compitiendo con el de Rotterdam no es sólo una buena operación para Cataluña, sino también para España y su papel en la Europa mediterránea. En conjunto, el centralismo nos ha ganado a los puntos y desde 2000 tiende a ser asfixiante.

El segundo error es la ambición insuficiente. El nacimiento del catalanismo está vinculado a la pasión de la sociedad catalana por anticiparse a la modernidad: Cataluña es el lugar del Estado donde se crea el primer ferrocarril y la primera emisora de radio, o se realiza el primer vuelo de avión. Pero las hoy decisivas políticas científica, de innovación y transferencia tecnológica no han estado a la altura de estos antecedentes. Basta con visitar los 3 parques científicos de Euskadi y los 11 centros de transferencia tecnológica que integran, o comparar nuestro nivel de cableado con el de otras comunidades, o constatar como después de una generación con las competencias educativas, nuestros jóvenes aún no dominan una tercera lengua. Ha pesado demasiado la inercia en detrimento de la innovación.

El tercero es no haber ejercido realmente de pal de paller. Para poder esgrimir un buen balance era imprescindible reunir, sin detrimento de la pluralidad interna, todo el catalanismo y el poder institucional, económico y social. Pero Pujol no ha sabido o no ha querido dirigirlo. No ha sabido comprometer suficientemente al empresariado en la defensa y el desarrollo del autogobierno. Tampoco concitar sinergias estables entre las administraciones del país. Más allá de sentimientos o ideologias, el catalanismo siempre ha llevado consigo la promesa de una Administración catalana más moderna, honesta, neutral y eficiente que la Administración del Estado.

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Pero nadie percibe hoy que funcione mucho mejor un departamento autonómico que un ministerio. Nadie puede discutir que la motivación de Pujol ha sido siempre el servicio a Cataluña. Paradójicamente, tal vez haya sido su extraordinaria capacidad táctica para la actividad cotidiana lo que le ha impedido conseguir otros objetivos más estratégicos. Hoy, 23 años después, hay síntomas que permiten dudar de si se han aprovechado suficientemente las oportunidades.

Carles Bonet (ERC) y Arseni Gibert (PSC) son senadores de la Entesa Catalana de Progrés.

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