¿Quién defiende al sistema democrático?
A medida que se va indagando sobre la red de corrupción de la Comunidad de Madrid va quedando cada vez más claro el carácter "transversal" de la red urdida por los intereses inmobiliarios que confluyen sobre Tamayo y Sáez. No estamos, pues, ante un caso de corrupción que pueda adscribirse alegremente a un solo partido. Los intereses objetivos de dicha trama no conocen de ideologías ni de preferencias partidistas. Su único partido es la satisfacción del enriquecimiento fácil. Y los medios para conseguirlo no se detienen tampoco en sutilezas morales o en criterios de índole política. Esto contrasta vivamente con la descarada instrumentalización partidista que se está haciendo del caso. Sobre todo en la obstinada actitud del PP de mirar hacia otro lado y tratar de beneficiarse políticamente de un mal que es sistémico, no propio de un partido específico.
En un sistema político maduro la obligación de todos los partidos, en tanto que uno de los principales garantes del buen funcionamiento institucional, debería haberles llevado a acudir conjuntamente en defensa de la democracia frente a este tipo de interferencias sobre la voluntad popular. El primer paso a este respecto tenía que haber sido la inmediata clarificación del asunto y no esta patética cadena de reacciones ante el ya imparable desvelamiento de datos que proporciona la prensa -un sector de la misma, al menos-. De no ser por esta obstinada actitud de los medios de comunicación es muy posible que todo este asunto quedara al final como otro incidente de corrupción, un nuevo caso Roldán con otros pintorescos protagonistas. Frente a esta necesidad por saber qué es lo que hay detrás del Tamayazo nos encontramos, sin embargo, con las habituales cortinas de humo y con una retórica partidista que encuentra en el ataque la mejor forma de defensa. Y con una Fiscalía General, conscientemente irresoluta, que no ve más allá de lo que en cada momento constituye el mejor interés del Gobierno. Al final no son las instituciones las que corren en nuestra ayuda -y los partidos también lo son-, sino una prensa responsable. Algún día habrá que otorgarle el reconocimiento que merece en la consolidación de la democracia en España.
En el pasado debate sobre el estado de la nación malogramos, además, una inmejorable oportunidad para que la defensa del sistema pudiera ser reubicada sobre otras vías. Las propuestas de Zapatero favorables a una regeneración política podían haber dado pie a un entendimiento entre los partidos sobre los medios para atajar éste y otros males que afectan a nuestro sistema democrático. Pero no hay mucho que se pueda hacer cuando el partido gobernante prefiere la sistemática descalificación del contrario a la salud del orden democrático. Y eso parece que vende. A la vista de la evaluación que se hizo del debate, Aznar ganó con holgura. Aunque muchos pensemos que hemos perdido todos. Algún día, cuando ya haya más perspectiva sobre el Aznarato, podremos ver cómo su forma de entender la política -que interioriza de forma implacable un primario esquema Gobierno/oposición- ha llegado a calar en la población española. La política como bronca permanente; el todo para el amigo, leña para el enemigo; la preferencia por el ataque personal sobre la argumentación racional. Analícese toda la retahíla de estrategias de defensa del PP ante sus últimas dificultades políticas y podremos ver cómo el espíritu de nuestros inefables talk-shows televisivos ha acabado por contaminar también el espacio público de la política.
La "oposición tranquila" inaugurada por Zapatero, que tanto había prometido como un sensato intento por torcer dicha dinámica, ha acabado por naufragar en las procelosas aguas del interés partidista. Desde luego, no se trata ya sólo de que falte esa finura discursiva, la ironía y saber hacer que todos envidiamos del parlamentarismo británico, el problema es que toda crítica se enfrenta al blindaje de la chulería y a una explícita deslegitimación del opositor para poder ejercer de tal. Y ésa sí que es una dinámica tan lesiva o más para la democracia que las oscuras tramas inmobiliarias.
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