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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El último naipe

La entrega voluntaria de Alfredo Galán, que se ha confesado autor de los seis crímenes atribuidos al asesino del naipe, pone fin -a la espera de lo que resuelvan los jueces- a uno de los casos más inquietantes de los últimos años. Que en apenas dos meses se cometan seis asesinatos (otros tres resultaron frustrados), rubricados casi todos con una carta de la baraja, en lugares distantes de Madrid y cuyas víctimas son escogidas de forma aleatoria, hizo pensar desde el primer momento en que se trataba de un asesino en serie cuyo principal móvil era desafiar a las fuerzas de seguridad. El asesino pretendía, según su declaración, "probar que es fácil matar".

La policía ha podido corroborar que Galán es el asesino al descubrir en su domicilio el casquillo de una de las balas que disparó en su primer crimen. Acaba así una pesadilla que contribuyó a aumentar la sensación de inseguridad en Madrid entre enero y marzo de este año, y supone un indudable alivio para la población. No se trata precisamente de un éxito de la policía, que no llegó a interrogarle pese a incluirle en una lista de sospechosos y que cuatro días antes de las elecciones municipales detuvo a otra persona acusada de uno de los asesinatos cometidos en Alcalá de Henares, ahora asumido por Galán. Este hecho merece una explicación.

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El asesino ha declarado que decidió entregarse porque la policía había abandonado su búsqueda. Alfredo Galán, de 26 años, fue cabo del Ejército y estuvo destinado en Bosnia, donde dice haber comprado la pistola empleada en los crímenes. La frialdad con que los ha relatado produce escalofríos y refleja un patológico deseo de matar. Su entrega voluntaria no desentona, según los expertos, del perfil del delincuente psicópata que busca notoriedad.

La neutralización del asesino del naipe es importante no sólo para cortar de raíz la eventual continuación de sus crímenes, sino para evitar la aparición de posibles imitadores. La dificultad de la policía para identificarlo y detenerlo muestra, en todo caso, la necesidad de una mayor especialización acorde con las nuevas formas de delincuencia, entre ellas la de este aparente psicópata que firmaba sus asesinatos con un naipe.

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