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Columna
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Isla perdida

Entre las islas esparcidas por el mar Océano, desconocido entonces, figuraba singularmente, según San Anselmo (1033-1109), la llamada isla "Perdita", que a veces los navegantes hallaban sin querer. En cambio, "cuando de propósito la iban a buscar y a escudriñar, no la veían", como escribió una vez uno de los conquistadores de América. La Perdida, una isla de frescura, fertilidad y suavidad, también huidiza, remisa a ser encontrada, quizá sea una imagen adecuada para centrar el análisis de los resultados electorales del 25 de mayo que han vuelto a instalar al Partido Popular en el gobierno de las islas Baleares y al señor Jaume Matas como presidente. Es seguro que los analistas electorales tienen los mapas de los resultados pueblo por pueblo, calle por calle y, quizá, casa por casa. Sin embargo, la suma de todo no revela todos los significados de lo ocurrido. Tanto la victoria del PP como la repetición de la posibilidad de formar gobierno por parte del Pacto de Progreso eran especulaciones razonables. Cualquier victoria sería por poco margen y el partido regionalista de Unió Mallorquina, con escasos diputados, otorgaría su favor a unos u otros según conviniera. Lo que nadie parece haber previsto es el hundimiento del PSM, siglas que responden al antiguo nombre de Partit Socialista de Mallorca, que perdió algo más del 20% de los votos, y pasó de cuatro a tres diputados. Del 13.4% de los votos obtenidos en las elecciones anteriores ha pasado al 9%. Sólo 30.964 de los 545.809 electores censados votaron la candidatura del PSM. La descripción numérica del descenso (EL PAÍS, 17 de junio) no revela, por minuciosa que sea, la magnitud desastrosa del resultado. Para percibirla correctamente es necesario aludir a ciertas singularidades que concurren en el PSM y en el contexto político balear, sobre todo mallorquín.

Los principales adversarios políticos del PSM son los llamados partidos "estatales"; esto es, el PP y el PSOE. En rigor, se trata sencillamente de partidos nacionales, cuya nación, España, les es inicialmente dada. Cualesquiera que sean las variantes en que se describa, el objeto nacional es siempre el mismo. No hay, que se sepa, una combinación de variaciones que pueda hacer políticamente irreconocible el objeto. Prueben, a ver. España puede ser republicana, socialista, federalista, ecologista, etcétera. O incluso, España es o será sólo una ciudadanía. No sale, y no sale porque se hace siempre alusión inevitable a un relato historiográfico de orígenes, a un artificio conceptual previo que hace, a su vez, inteligible al Estado y a todas las formas profusas a través de las cuales éste se hace patente: orden jurídico, militar, fiscal, educacional, lingüístico, etcétera.

Estos dos grandes partidos nacionales pueden admitir, por tanto, variaciones incluso severas en la adhesión de los votantes sin que sus proyectos políticos y estabilidad ideológica sufran quebranto irreversible o de difícil recomposición. La mayoría de los votantes de estos dos partidos no tienen, por supuesto, particular conciencia de realizar en su elección de voto un acto de afirmación nacional. Tan trivial ha llegado a ser la nación.

No es este el caso del PSM, cuyo objetivo es la fundación de una nación, darle finalmente forma. Su propósito político es, pues, inaugural. Comparte con otros partidos o movimientos políticos nacionalistas en Euskadi o Cataluña, la apelación a la memoria de una diversidad histórica con respecto a España. Hay, sin embargo, una diferencia inmediatamente destacable. El nacionalismo mallorquín carece de una práctica política anterior suficientemente masiva y estable como para haber constituido un reconocible legado experimental sobre el que ejercer correcciones y ajustes. El 14 de junio de 1936, numerosos intelectuales mallorquines firmaron un escrito que muestra cuán asombrosamente rudimentario es el breviario de la fundación "nacional". La única realidad, inconmovible además, es la lengua viva, el catalán, sobre la cual se depositan todas las esperanzas de "duración de la colectividad humana, arraigada en un solar común y dotada de un espíritu y de una fisonomía propia" (traducción M. B.). El análisis, que yo sepa, del lenguaje de los mensajes entre intelectuales catalanes y mallorquines entre mayo y junio de 1936 está por hacer. En todo caso no parece tratarse de un léxico anticuado, aunque sí quizá hoy se procure evitar la referencia estridente a que la materia de la historia constituya una naturaleza o a la posibilidad de convertir el instinto político en conciencia. Cabe advertir, por otra parte, que la nación de los demás nacionalistas no es un producto intelectualmente más complejo que el mallorquín. Está hecho de las mismas simplezas. Pero el mando y sus enrevesados ejercicios les dota de apariencias tanto más creíbles cuanto más solemnes. Las desventajas iniciales, pues, del proyecto político del PSM respecto de los demás partidos nacionales son evidentes. La propagación e implantación social del partido equivaldría, de hecho, a difundir, en repetida inauguración, la nación. Por primera vez, existiría la posibilidad efectiva, apuntada en junio de 1936, de extender entre la población mallorquina una adhesión consciente y viva a su propia personalidad histórica, la cultura catalana.

La capacidad de este tipo de perspectivas para establecer estrategias políticas viables es muy escasa. Y en especial si esta difusión de conciencia debe producirse después de un portentoso vuelco poblacional inmigratorio y de que el sujeto históricamente definido esté ya claramente en trance de disipación. No quiere ello decir que el paso político del instinto a la conciencia, que los intelectuales preveían en junio de 1936, hubiera ocurrido sin la interferencia migratoria. No hay forma de saberlo. Justamente, la producción de conciencia social y cultural es algo cuyos mecanismos se desconocen. Si, por una parte, y en el grosero lenguaje actual, el nacionalismo mallorquín es calificado de identitario, porque espera que una determinada población aborigen lo reconozca como conciencia suya, de los otros se espera exactamente lo mismo aunque sin decirlo claramente.

No es, después de todo lo dicho, extraño que la acción política del PSM, en sus años de mandato, se concentrara especialmente en aquellas dimensiones culturales que habrían de hacer posible el tránsito del instinto de la identidad aborigen a la conciencia política, público signo de la difusión irreversible de la nación. Hay que señalar la endeblez teórica y experimental de la apuesta: se supone que el instinto es una condición natural, dada, indudable, que puede, mediante prácticas establecidas, mudarse en algo si no superior, sí más manejable socialmente. De hecho, se espera que el nacionalismo mallorquín, descrito en sus fundamentos instintivos en junio de 1936, experimente una recapitulación de la forja del nacionalismo catalán, en un contexto histórico y social ajeno, irrepetible.

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Por todo ello, el retroceso electoral del PSM difícilmente puede interpretarse como una transitoria derrota electoral de la cual, en el fondo, todos los que no le votaron serían culpables. Un partido cuya acción principal es la de constituir la nación no debería analizar trivialmente el mal resultado. ¿Cómo se sabe que hay todavía instinto transformable en conciencia? En cualquier caso, si eso de los instintos fuera cierto -y es muy discutible que lo sea, al menos tan crudamente dicho-, cuántos son y cuántos somos? También, la transmutación de instinto en conciencia es demasiado compleja como para ser guiada por un partido político lleno de humanos errores. Queda, por supuesto, el futuro. Del pasado no queda apenas nada. Cualquiera de los nacidos en 1939 puede atestiguarlo. Queda políticamente la desesperación cultural, que no es previsible, que es caótica. Se conocen ejemplos de ella. Algo, sin embargo, es seguro: por muy atrás que se vaya históricamente no se puede volver a empezar. La isla, una vez. Encontrada, perdida...

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