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VISTO / OÍDO
Columna
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Arte de mentir

Para mentir bien es preciso acusar de mentir a quien dice la verdad. Sin escrúpulos: no sirven para obtener aquello por lo que se miente. Hay que saber que las reglas de la infancia no eran para uno. No mentirás, se manda al que no nos debe mentir a nosotros, o sobre nosotros. Es la base de la confesión y consiste en amenazar al que miente con un castigo mayor que si dice la verdad que le inculpa: luego se hace lo que quiera con él. Si el castigo es para el más allá se puede decir lo que convenga, en la seguridad de que no existe; si se cree en él, aceptando la mentira original (como el pecado, genial mentira que en algunas religiones -la judía- dura más que en otras -la nuestra; por su imposición desde la infancia- que nos hace sentirnos en falta frente a los que mienten sobre sí mismos y se dicen puros).

Para mentir bien es preciso contar con personas que acepten esa mentira como propia, y sean capaces de divulgarla. No hace falta que la crean ni en lo que pretende: lo importante es que tengan medios de comunicación -sobre todo, de la comunicación del que miente con la "masa"-, y preferentemente que tengan buen estilo, de pluma o voz. Puede que lo pierdan al mentir excesivamente sobre todo, si para ellos es demasiado patente que están mintiendo. Deben tener intereses económicos notables para que su estilo sea mejor, más cuidado y más popular.

Para mentir bien hay que contar con las leyes, y hacer que estas mismas leyes puedan castigar la verdad que se diga. Es fácil, porque hay suficiente cantidad de leyes como para poder elegir, y no me refiero sólo a los códigos, sino a las constituciones, estatutos, reglamentos y todo lo demás. Lo importante es tener la capacidad para hacer las leyes y contar y nombrar a quienes han de interpretarlas, y tienen suficiente fe como para castigar a quien dice la verdad.

(Son notas vagas de los debates de Madrid, sobre todo cuando Esperanza Aguirre dijo que era "una investidura trampa", cuando era real; la tradición de los suyos ayuda en estas mentiras, y la "tregua-trampa" de Mayor Oreja, ya con la carrera evaporada, fue importante: "era" una tregua real. Perdía vidas. Ah, Gallardón dio un ejemplo: no aplaudió a Esperanza, se fue cuando el truhán macho hablaba; tenía la cabeza baja, como un buen fraile. Pero a la hora de votar, lo hizo con la mentira. Hoy en el Parlamento: el estado de la nación. Luego, segunda votación a Simancas. Grandes momentos para estudiar el arte de la mentira).

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