El tercer escalón
Toda la semana se han escuchado pasos sigilosos por el Palau, y algún crujido siniestro, peldaño arriba, peldaño abajo, hasta crear una atmósfera de incertidumbre y temores. Pero finalmente, Francisco Camps ha concluido la redacción de la penúltima entrega, a falta de algunos apaños, en la que se desvelan los nombres propios de quienes, hasta ahora, no eran más que perenganos del segundo escalón. Y todo eso, mientras humeaban los residuos del regionalismo político, que se dejó Zaplana olvidados en la fresquera de su despacho, a ver cómo se ventilaba la papeleta su pupilo. Pero a estas alturas del termómetro, Francisco Camps ya es un hombre que duda, y un hombre que duda es un filósofo. Y un filósofo tiende a despojarse de tutelas y adherencias ajenas, para buscarse a sí mismo, aunque termine dándose de narices con Vicente Rambla, Rafael Blasco o Alejandro Font de Mora, del bracete de los novatores Esteban González Pons, Gerardo Camps o Víctor Campos. Corren tiempos de incógnitas, pasmos, desconciertos y más de un cabreo de doble filo. Y corren también anuncios arrebatados de compromisos y diálogos, de proyectos y fichajes, de paciente conquista de un centro, que antaño no fue más que la patita de oveja que la derecha autoritaria y montaraz de siempre mostró por debajo de la autonomía, para embolsársela mejor. El cronista que ha sostenido que el centro no es más que una cucaña con jamón y cucurucho de votos, muy disputada por conservadores y socialdemócratas, ni siquiera considera su ilusoria regeneración. El cronista, con tantos otros, cuando lo de aquella virguería de la transición, se conformaba y aún se conformaría con una derecha tolerante y civilizada, como se la llamaba entonces, echando la vista por encima de los Pirineos, dispuesta a atender al respetable y a aceptar sus críticas, en lugar de sacudirle una coz. Si hasta aún sería capaz de darle con un canto en los dientes al señor Aznar, por una cosa así de normal. Lo que sí que le da a Francisco Camps y a su Consell y a los perenganos de su segundo escalón es un plazo más que generoso para que se resuelvan: ciento sesenta y pico días. Los cien de costumbre, y sesenta y algo para que se los pulan en chiringuitos, playas, piscinas y partiditas de mus.
Y cuando ya ande bien entrado el otoño, que le expliquen al "sorprendido y preocupado" portavoz adjunto de EU, Joan Antoni Oltra, el divertido e inocente truco del almendruco, con el que han desaparecido la Consejería de Medio Ambiente, y otros trucos; y a Joan Ribó, el desconfiado síndico de la misma formación y de L'Entesa, qué intenciones se traen con los servicios sociales y la potenciación del valenciano; y a los socialistas de Joan Ignasi Pla, si es que han dejado el tajo de las expulsiones, muchas otras dudas y sombras de este nuevo gobierno valenciano, que tantas expectativas despierta, en su marcha hacia todas partes, pero bajo los mejores auspicios. El cronista observa a Camps y Camps le recuerda al novelista Grahan Greene debatiéndose en la angustia; y como le ocurría al novelista, no se decide a justificar a determinados personajes, pero menos a condenarlos. Ahora a Camps solo la falta redactar El tercer escalón. Es decir, el escalón de los ciudadanos, del pueblo, de la soberanía fetén. ¿Sabrá de qué va?
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