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Camps en el feudo

Solemos llamar feudos a las autonomías que votan una legislatura tras otra al mismo partido y casi siempre al mismo hombre. Castilla-La Mancha es el feudo de José Bono, Extremadura, de Rodríguez Ibarra. Maliciosos hay que le dan una connotación histórica al nombrecito, aunque en casos como el de Galicia toda ironía es innecesaria. ¿Va la CV camino de convertirse en un feudo? Uno recuerda que, en su niñez, Valencia era percibida por el paisanaje valenciano como la reserva alimentaria de España. Un sentimiento en el que había un poco o un mucho de todo: satisfacción, orgullo, victimismo... Luego advino el declive de esa fe, en buena parte a causa del desfallecimiento de nuestro espíritu fisiocrático. De frutas, legumbres y hortalizas no se vive. La incertidumbre crea huecos, de los huecos surge la ambigüedad y de ésta, cualquier cosa: por ejemplo, un feudo.

El monzón caerá sobre Paco Camps. Aunque con menor convicción y en menor número, observadores hay que le creen teledirigido; o sea, que si esta sospecha o convicción no abate, ahí se las darán todas, como al alcaldillo de marras, en el caso de que no consolide el feudo. Y si lo consolida, no será su frente la que exhiba el laurel, siempre según esta malicia. Pero siendo eso pesimismo a todo galope, atengámonos al tiempo que todo lo muda, si bien a veces curando, a veces matando. Otro bache puede abrir o cerrar sonrisas. Se dice de Camps que jamás duró en un cargo y que no se lució en ninguno. Defendámosle lanza en ristre. ¿Podía acaso el flamante president atajar la delincuencia desde la provisionalidad y sin medios humanos y técnicos? Camps ha ido de cargo en cargo presumiblemente aprendiendo, que es lo que deberían hacer todos, como antaño, en los tiempos heroicos del capitalismo, hacían los robber barons. (Hoy la gran empresa no tiene nombre ni apellidos y es llamada consorcio, corporación, multinacional; y nadie sabe realmente qué demonios es y quién rayos es quién. Incluso sus efectos sobre nos, son colaterales de una maquinaria que sólo parece conocerse a sí misma).

De modo que a Camps hay que verle como a alguien baqueteado, pero que estrena cargo y veremos si crece con el cargo o se ahoga en un remolino del Ebro, en las fosas del cemento o en los enojosos abismos del diccionario, origen de tanta Babel. Digámonos que Francisco Camps es una incógnita, descargándole así de rémoras y servidumbres; con lo cual no le daremos ocasión para tropezar en el soniquete de las herencias recibidas. Pues viene el día, quizás el menos pensado, en el que la cuerda se quiebra y no necesariamente por la parte más sutil.

Camps se enfrenta al trance de agarrar a varios y fornidos toros por los cuernos. Pues nuestra autonomía no es la más floreciente del Estado ni el dios que lo fundó. Ocupamos un lugar intermedio en la tabla. En términos absolutos andamos por el tercer lugar, pero en tales términos China está atrapando a Francia y merece la inclusión en el club de los siete que ahora son ocho en virtud de cierto estratégico cambalache; pero eso no obsta para que muchos centenares de millones de chinos le hablen de tú al hambre. Los valencianos somos más de cuatro millones, pero nuestra renta por habitante es claramente inferior a la catalana y más a la madrileña. Bien es cierto, en honor a la tan traída como llevada verdad, que si comparamos ingresos y precios las distancias se aminoran, pues somos más baratos que Madrid y Barcelona; pero es que apenas hay estadísticas de esto o lo otro que nos sitúen en cabeza. En términos generales, en calidad de vida no ocupamos los últimos lugares, pero tampoco los primeros. Estamos (Valencia, Castellón y Alicante) en esa zona templada que un quisque llamó "injusto medio".

No se nos escapa, president Camps, que su campo de acción está limitado por el Gobierno central y, crecientemente, por la UE, de la que sospecho que no nos adama, o sea, que no perecerá de amor por nosotros. Con todo, la autonomía cede bastante espacio para lucirse y aún para dejar en evidencia al Gobierno central. Así por ejemplo, el señor Camps no puede subir ni bajar los tipos de interés, que es competencia de Bruselas; pero sí puede, con tiempo, imaginación y trabajo, imprimirle un ritmo más brioso a la economía valenciana, que no sólo debe, sino que necesita dar más de sí. En esta página hemos escrito repetidamente, desde el primer artículo, que se observa un rendimiento decreciente para el empleado por unidad de tiempo de trabajo; lo volvemos a decir y no sólo por ardor apostólico. Pues más trabajo y mayor producción pueden deslumbrarnos fatalmente a falta del crucial factor humano. Aquí se hace lo mismo con más, como en los sobreexplotados bancos de pesca o en las tierras invadidas por la arena.

Presidente Camps, no estamos en la antesala del paraíso social y económico, pero aún nos espera, aunque no por mucho tiempo, el último tren. Hace ya años que salimos del subdesarrollo y sabemos qué es el desarrollo. Ahora hay que acrecentar éste, pues todo lo que no avanza, retrocede. Empezar sí, pero ¿por dónde? Usted lo sabe, pero mi temor es que le coja el toro de la inercia proverbial; y aún que caiga en la tentación de rendirse a un electoralismo presto y fácil. El nombre de la cosa es competitividad, que a su vez engloba factores tales como una fuerza laboral bien preparada, la utilización óptima de la información, buena utilización de las infraestructuras, proveedores solventes y, por supuesto, entre otras muchas cosas, inversiones en investigación y desarrollo. (Léase Los desafíos de la competitividad, de Emilio Huerta, Fundación BBVA). Como usted y su Consell, señor Camps, no se dediquen a pleno pulmón y cerebro a promover y organizar todo lo que falta (medios económicos, cooperación, coordinación entre universidades, empresa y gobierno, exigencia al Gobierno central y a la UE, etcétera), aquí no habrá política de escaparate que valga porque no se venderá un tornillo. La competencia de los incorporados del Este nos acabará de rematar.

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¿Exagero? Remito también a las páginas salmón de EL PAÍS, 15 de junio. O se involucra al personal competente, que lo hay, en una organización seria, comprometida y motivada o este barco se va a pique, y con él todo grandioso programa.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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