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Reportaje:

El tiempo se agota en el África austral

Mozambique y Zimbabue se encuentran devastados tras dos años de sequía

Miquel Noguer

No hay maíz en el granero de Magdalena. Ni maíz ni mandioca ni arroz. Las reservas de comida se acabaron hace meses y en la cabaña realzada que le sirve de almacén no hay más que tres latas de conserva con el sello de Naciones Unidas. El granero vacío de Magdalena es uno de los miles que aguardan la llegada de una buena cosecha en el sur de Mozambique. Si ésta no llega a tiempo, y todo indica que no lo hará, 950.000 personas no tendrán nada más para comer que lo que puedan recibir de la cooperación internacional.

Diez millones de personas en seis países del África Austral sufren hoy los efectos de la hambruna. La situación, lejos de mejorar, se degrada día a día, sobre todo en Zimbabue y Mozambique, donde los expertos no recuerdan una sequía como la actual desde 1982. Malaui, Zambia, Lesoto y Suazilandia también afrontan una crisis alimentaria que desde hace un año tiene en vilo a la ONU.

La sequía acabará, pero el sida se ceba con los hombres jóvenes que deben traer la comida

Y en medio está el sida, la desastrosa epidemia que afecta a un tercio de los zimbabu-enses y a casi una cuarta parte de los mozambiqueños. Es en el campo donde la plaga adopta mayores proporciones: cultivos abandonados, hombres sin fuerzas y mujeres cuidando de los enfermos. "Es algo muy serio que debemos afrontar", explica Jennifer Abrahamson del Programa Mundial de Alimentos (PMA).

"Debemos encontrar la forma para que la gente vuelva a trabajar en el campo", afirma esta especialista que todavía no acaba de creer que Zimbabue, el antiguo granero de África, se haya quedado sin comida. "En anteriores emergencias, hasta hace dos o tres años, comprábamos comida a Zimbabue para distribuirla por todo el continente: ahora no tienen ni para comer ellos", dice Abrahamson. Además del sida y la sequía, Zimbabue afronta una inestabilidad política que ya ha causado el exilio de buena parte de los antiguos propietarios agrícolas, en su mayor parte blancos.

También Mozambique pasa por estrecheces. En las calles de Maputo se ven los efectos de la sequía. "En 2000 tuvimos las inundaciones que dejaron 2,8 metros de agua dentro del hospital, pero ahora los campos están secos y muertos", explica María Elisa Verdú, una monja alcoyana que dirige un hospital en Chokwe. Y ello a pesar de que el vecino Limpopo, uno de los principales ríos de África del Sur, sigue llevando un importante caudal. "En el río hay agua, el problema es que no hay infraestructura para regar los campos", explica la religiosa.

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La infraestructura se hundió con la descolonización portuguesa y la guerra que asoló el país hasta 1992. La religiosa española, que ha esquivado bombas en Ruanda y ha sobrevivido a los incendios causados por los guerrilleros en Mozambique, se ve impotente ante lo que se avecina. "Es triste ver morir gente enferma y con sida, pero lo más triste es que cada vez nos llega más gente roída por el hambre".

En Muchocolote, más al sur, las cabañas donde viven hasta 12 personas se erigen rodeadas de mazorcas de maíz completamente secas. Con una mazorca seca en la mano, Eduardo Matsolo, de la ONG Assoçao Rurae Africana, lamenta la mala suerte de esta zona. "La guerra fue muy dura aquí", explica. Muchas minas, guerrilleros y demasiado sufrimiento en la antesala de la capital mozambiqueña. Después vinieron las inundaciones y ahora la sequía. "Hemos probado a construir pozos, pero sólo conseguimos agua salada que no puede ni utilizarse para regar". El cercano río también se está salinizando por la cercanía del mar y la pérdida de caudal.

Y la climatología no está ayudando. Los dos últimos periodos lluviosos no han dejado el agua necesaria para sacar adelante las cosechas. No llueve lo que debe desde 2001. Y cuando vuelva el agua, muchos no tendrán semillas que sembrar. Se las han comido. Martha Guivambo, coordinadora provincial de la distribución de alimentos, afirma que tiene que explicar a muchos agricultores que no sirve de nada que guarden como semillas algunos granos de maíz que reciben de la cooperación estadounidense. "Este maíz es un híbrido que sólo sirve para comer, no para sembrar".

Casi la totalidad de los 40.000 habitantes del distrito de Manhihane comen gracias a los alimentos que llegan de Suecia, Finlandia, Estados Unidos o Australia a través del Programa Mundial de Alimentos. Michel Denis, director de la oficina del PMA en Maputo, gestiona cada mes la distribución de 11.000 toneladas de alimentos. Maíz, frijoles y aceite vegetal son la base de una ayuda que se reparte regularmente, desde hace un año, en la mayor parte de aldeas del sur de Mozambique.

Mínima ayuda española

Desde que el PMA lanzó la última alerta alimentaria en la región ya ha gastado 438 millones de dólares en alimentos, una inversión sufragada básicamente por Inglaterra, Suecia, Estados Unidos, Holanda y Australia. España ha aportado 700.000 dólares, apenas un 0,17% del total.

Y no es suficiente. El programa de la ONU, financiado con aportaciones voluntarias de los países miembros, no está logrando la ayuda necesaria y en algunos lugares de África ya ha tenido que recortar la ayuda. Como en Etiopía, donde hace dos semanas se redujeron las raciones de 15 a 12 kilos por persona al mes. "Son cosas que tienen que hacerse cuando no se puede llegar a todas partes, pero de momento no nos planteamos esta opción para los países del sur de África", explica Jennifer Abrahamson.

Los centros de salud siguen de cerca la crisis alimentaria. Un 20% de los pacientes ingresados en el centro de Salud de Maniça, al norte de Maputo, tienen problemas severos de nutrición y, según explica su coordinador, Eusebio Maceta, el 15% de los niños que mueren en el hospital lo hacen a causa del hambre o la deshidratación.

Pero lo que más preocupa a los responsables de la cooperación internacional no es la sequía, que algún día acabará, sino el sida. La epidemia se está cebando especialmente sobre las clases más productivas, comenzando por los hombres jóvenes, que tradicionalmente tienen la responsabilidad de traer los alimentos a casa. En la aldea de Muchocolote, por ejemplo, apenas quedan hombres. Los que no han muerto se han ido a la vecina Suráfrica para trabajar en las minas del norte. Es la vía de escape de los mozambiqueños que ya no pueden confiar en los frutos de su tierra, pero también es la vía de entrada de más sida. "Cuando los hombres vuelven tras unos meses en Suráfrica, el 95% llega con el virus en la sangre y después infectan a las mujeres", explica Eduardo Matsolo, de la Assosaçao Rurae Africana. Pero nadie sabe a ciencia cierta quién es seropositivo y quién no lo es. "Mueren, y mueren jóvenes", explica.

El miércoles fue un día triste en Mungazine. Esta aldea del sur de Maputo se volcó en el funeral de uno de sus miembros. "Pero esta vez es un anciano", aclara al recién llegado una de las vecinas. La aclaración toma mucho sentido en un lugar como éste que en los últimos meses ha visto morir a muchos de sus jóvenes a causa del sida. A muy pocos kilómetros, en el orfanato de São Roque, se pueden observar las consecuencias de semejante tragedia.

El orfanato, gestionado por SOS Children de Castellón, acoge a un centenar de niños desamparados. Son los huérfanos que ha dejado el sida, la sequía y la emigración hacia Suráfrica. Tonica Caldés, una voluntaria española que pasará tres meses en el orfanato, explica los efectos de la devastación. "Nos llegan niños todos los días, algunos son huérfanos, otros no, pero sus padres no están en condiciones de cuidarlos y hasta hace poco tiempo nos hemos hecho cargo de todos".

"La sequía pasará, pero los huérfanos quedarán y también la incapacidad para trabajar el campo", admite el responsable del PMA en Maputo quien, sin embargo, cree que hay soluciones a medio plazo: "Se trata de que los países pobres puedan vender sus productos al mercado internacional a un precio digno. Que les dejen en paz. Si se lo permiten, los países se desarrollan, no hay más secreto que éste".

Varios niños de la provincia de Maniça reciben su almuerzo escolar.
Varios niños de la provincia de Maniça reciben su almuerzo escolar.J. ABRAHAMSON (PMA)

Comida por trabajo

Ayudar no es repartir comida. Los responsables del programa alimentario de Naciones Unidas saben muy bien que un saco de maíz o cinco kilos de frijoles mal administrados suponen pan para hoy y hambre para mañana. Para evitarlo, los responsables de la distribución de alimentos sobre el terreno han ideado iniciativas para que los receptores de alimentos tomen conciencia de su situación y traten de imponerse a ella.

Donde las condiciones lo permiten y hay un mínimo de personas sanas dispuestas a trabajar para la comunidad, Naciones Unidas aplica el programa Comida por Trabajo. "Se trata de que la gente de cada comunidad se organice y trabaje en un proyecto conjunto a cambio de recibir la ayuda alimentaria", explica Michel Denis, del Programa Mundial de Alimentos (PMA) en Mozambique.

En el distrito de Manhihane, al sur de Maputo, hombres y mujeres -algunos de ellos ancianos- trabajan codo con codo desde hace unas semanas para construir una pequeña presa. "Queremos asegurar que cuando vuelva la lluvia podremos recoger el agua para así utilizarla después", explica, no sin cierto orgullo, uno de los vecinos que colabora en la construcción. Con el asesoramiento de organizaciones locales, un miembro de cada familia del pueblo participa en los trabajos. Una vez al mes recibe la ayuda procedente de la cooperación internacional. Esta ayuda en forma de alimentos no es sólo para el improvisado obrero, sino para toda la familia: 75 kilos de maíz, 7,5 kilos de frijoles y una lata de aceite vegetal. "Nos alcanza para tres semanas", explica Magdalena Mazuze, una mujer de 38 años con cinco hijos, dos ancianos a su cargo y el marido trabajando en Suráfrica.

El pasado miércoles era día de distribución en las aldeas de Manhihane. A mediodía, los vecinos, casi siempre mujeres, esperaban pacientemente lo que consideraban fruto de su trabajo. Las más ancianas incluso bailaban ante los sacos de maíz. "Buscamos la participación de la mujer. Aquí es ella quien dirige el hogar y vela por el bienestar de la familia", explica Michel Denis. Por esta razón intentan que sea la madre de la familia la que trabaje en el proyecto comunitario. "De esta forma obtiene reconocimiento social y una posición que le permite tomar más decisiones", afirma el funcionario. Y Magdalena Mazuze lo agradece, aunque no se conforma con su situación. "Prefiero el maíz que cultivamos nosotros, pero ahora no tenemos. A ver cuándo llega el agua".

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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