_
_
_
_
Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La Europa real y la trivialidad del bien

Timothy Garton Ash

En el café Orange de Oranienburgerstrasse, en el moderno corazón de lo que antes era Berlín Este, hablo con un tipo que lleva camiseta, sandalias y gafas de sol de diseño. Es un veterano del 68 que critica con dureza la política actual del Gobierno de Bush. En un momento dado se inclina hacia delante y dice, en tono humorístico: "¿No cree que nos hace falta una nueva fiesta del té de Boston?". Es evidente -bromea- que la fiesta del té de Boston fue beneficiosa para las relaciones entre el Reino Unido y Estados Unidos... a largo plazo. Cuando se levanta para irse, veo que se pone una gorra de béisbol que anuncia la marca American Eagle. "Ja", dice, "das habe ich in Boston gekauft". "La compré en Boston".

En la Europa de hoy existen dos figuras características: el antieuropeo totalmente europeizado y el antiamericano totalmente americanizado
Ahora nos dicen que hay una "vieja Europa" y una "nueva Europa". Menuda tontería. ¿Acaso Londres, Madrid y Varsovia son "nuevas"?
Ser hoy europeo es, nos guste o no, estar profundamente vinculado a Estados Unidos desde el punto de vista cultural, social, económico, intelectual y político

En todos los rincones de Varsovia, en las calles, en el canal televisivo de noticias Tvn24, en Radio Zet, veo y oigo anuncios del nuevo disco de Madonna, American life. (Hay que decirlo con acento polaco: "A-mehrr-ikan Life"). En la plaza de Cánovas del Castillo, frente al Museo del Prado, en el centro de Madrid, hay un Planet Hollywood y un McDonald's. El libro más vendido en la librería cercana es El diario de Bridget Jones. De vuelta en Oxford, recibo un correo electrónico que me anuncia: "Harry Potter 5 en français déjà sur amazon.fr!". The Daily Telegraph, junto a una furibunda información euroescéptica sobre los planes de Valéry Giscard d'Estaing para suprimir el Reino Unido, anuncia vuelos a Roma y la Dordoña por 4,99 libras.

De modo que, para variar, hablemos de la Europa real. En las últimas semanas he repartido mi tiempo entre cinco ciudades europeas: Madrid, Varsovia, Berlín, Londres y Oxford. En la práctica son ciudades con muchas cosas en común. Una de ellas -y es posible que los europeos se sientan incómodos con esto- es una enorme dosis de Estados Unidos y el mundo anglosajón.

Oxford, que acaba de perder por estrecho margen la designación como capital europea de la cultura en el año 2008, es una ciudad europea, no sólo por factores tan visibles como su arquitectura, sus bibliotecas y su historia intelectual. También es profundamente europea en su vida cotidiana. Se cuenta (si non e vero e ben trovato) que cuando el filósofo polaco Leszek Kolakovski llegó a la ciudad en 1969, después de ser expulsado por motivos políticos de la Universidad de Varsovia, recorrió las calles durante varias horas y llegó a casa algo confuso. "Es una ciudad bonita", le dijo a su mujer, "pero ¿dónde están los cafés?". Pues bien, ahora hay casi más cafés que pubs. Llenos de estudiantes alemanes, italianos, españoles, polacos, checos, griegos, finlandeses, suecos y rusos. En primavera se ve en todas partes el juego de la atracción sexual de las escuelas de idiomas.

Ahora bien, el café en el que quedan Vladímir y María tiene tantas probabilidades de ser un Starbucks como un prêt-à-manger, y el lenguaje en el que coquetean es inglés. ¿O será americano? El escritor checo Václav Havel, ex disidente y ahora ex presidente, me dijo en una ocasión que existen tres clases de inglés: "El inglés que hablan los checos con los españoles y los italianos con los rusos. Se entiende todo. El inglés americano; se entiende alrededor del 50 %. Y el inglés inglés, del que no se entiende nada". En general, el inglés de los cafés de Oxford pertenece a la primera o a la segunda categoría. Es lo que ahora se denomina ELF; que no tiene nada que ver con el lenguaje de los elfos, inventado por el oxoniano J. R. R. Tolkien, sino que es English as Lingua Franca.

El rey Canuto

Bienvenidos a la Europa real. Que quede claro que no tiene sentido estar a favor ni en contra de ella. Es lo que hay. Como solía comentar filosóficamente Mijaíl Sergeyevich Gorbachov, es "la vida misma". Cuando los franceses intentan detener las oleadas de americanismo cultural transformado y sutilmente re-europeizado, con el fin de conservar, mediante el proteccionismo burocrático, el francés y lo que llaman la "excepción cultural" europea, se parecen al rey Canuto cuando intentaba detener la marea que subía. Salvo que Canuto sabía que no podía parar la marea, y los franceses no parecen darse cuenta (o, por lo menos, no lo reconocen).

Ahora nos dicen que hay una "vieja Europa" y una "nueva Europa". Menuda tontería. ¿Acaso Londres, Madrid y Varsovia son "nuevas"? Pero el otro día, en un debate televisivo sobre la "identidad europea" en el que participé en Berlín, la película de presentación comenzaba con la famosa frase de Donald Rumsfeld en la que calificaba despreciativamente a Francia y Alemania de "vieja Europa". Después, el filme se remontaba a Europa, la mítica princesa secuestrada por Zeus. Pero incluso entonces, el presentador hacía una intrincada comparación entre Zeus, el dios-toro-violador, y el Estados Unidos de Bush. ¿Y cuál es el ensayo sobre Europa más influyente del año pasado? El de Robert Kagan, un neoconservador estadounidenses, a quien se cita constantemente en todas las capitales europeas. Es decir, no se trata sólo de la comida rápida, el cine, la moda o el idioma. Hasta nuestros propios debates sobre Europa se rigen por Estados Unidos.

Como consecuencia, en la Europa de hoy existen dos figuras características: el antieuropeo totalmente europeizado y el antiamericano totalmente americanizado. Todos conocemos a ese conservador euroescéptico británico, con su traje de raya diplomática, su casa en la Toscana, experto en vinos franceses, que sabe mucho más sobre las óperas de Wagner que el canciller Gerhard Schröder (claro que esto último puede no ser tan difícil). Todos conocemos a la pacifista alemana de cierta edad, antiamericana, cuyas fuentes de inspiración son Woodstock, Joan Báez y no el Martín Lutero alemán, sino el Martin Luther King norteamericano. Sin embargo, cada uno de ellos protestaría: "No soy antieuropeo; sólo estoy en contra de la idea eurocrática de Bruselas sobre un superestado federal". "No soy antiamericana, sólo estoy en contra de la política inhumana y beligerante de ese vaquero tejano que ocupa la Casa Blanca".

La diferencia es válida hasta cierto punto. Por supuesto, uno no está obligado a admirar la Comisión Europea y la PAC sólo porque le guste la ciabatta, el cafe latte y Armani; el hecho de que disfrute con The New Yorker, John Updike y el ala oeste de la Casa Blanca no quiere decir que tenga que apoyar a Bush y la CIA. Las etiquetas de "antieuropeo" y "antiamericano" se reparten con demasiada alegría. Pero no es posible separar por completo las ideas que uno tiene sobre un país como Estados Unidos o un continente como Europa de lo que piensa sobre sus instituciones representativas.

Me dirán que a George W. Bush no le eligió la mayoría, ni siquiera la mayoría de esa minoría de ciudadanos estadounidenses adultos que se molestaron en ir a votar en las últimas elecciones presidenciales; que al presidente de la Comisión Europea no le ha elegido nadie, y que, por consiguiente, decir que las presidencias actuales de Estados Unidos o la Comisión Europea son "instituciones representativas" es una broma de mal gusto. Sin embargo, los más altos tribunales y órganos políticos de Estados Unidos aceptaron, aunque fuera a regañadientes, que Bush era el presidente electo y legítimo del país, y las instituciones europeas representan, aunque sea de forma imperfecta, una asociación voluntaria y legal de democracias europeas. Así que la diferencia no está tan clara.

Cómo detener a EE UU

De ahí que el título de un reportaje publicado hace poco por el semanario británico de izquierdas The New Statesman no fuera Cómo detener a Bush, sino Cómo detener a Estados Unidos. Yo no quiero vivir en una Europa que intenta construir su identidad preguntándose "cómo detener a Estados Unidos". No sirve de nada, porque el hecho de definirse por las diferencias con Estados Unidos no contribuye a unir Europa, sino a dividirla, como hemos visto con la guerra de Irak, en la que separó a los Gobiernos en dos bandos, con Francia, Alemania y Bélgica en uno, y la mayoría de los demás en el otro. Y dividió a la opinión pública: la mayor parte de la gente estaba contra la guerra, y muchos contra Bush, pero, desde luego, la mayoría no estaba en contra de Estados Unidos. Ser hoy europeo es, nos guste o no (y a mí me gusta), estar profundamente vinculado a Estados Unidos desde el punto de vista cultural, social, económico, intelectual y político. ¿Por qué tirar piedras contra nuestro propio tejado? ¿Por qué definirnos en función de aquello contra lo que estamos, y no de aquello que defendemos?

Hay muchas cosas que defender en la Europa actual. La horrible primera mitad del siglo XX abreviado, desde 1914 hasta la muerte de Stalin en 1953, se caracterizó -guerras, holocausto y gulag- por lo que Hannah Arendt denominó la "trivialidad del mal". Los últimos 50 años en Europa occidental y los últimos 15 (desde las revoluciones de terciopelo de 1989) en Europa central y gran parte de la oriental (excepto los Balcanes y algunas zonas de la antigua Unión Soviética) se han distinguido, cada vez más, por lo que yo llamo la trivialidad del bien.

Hacer el amor y no a la guerra

Es la trivialidad del bien lo que se observa entre los jóvenes alemanes, italianos y, últimamente, polacos y rusos que ligan en los cafés de Oxford, Madrid y Varsovia; es la trivialidad del bien lo que permite a los tories euroescépticos, con su traje de raya diplomática, volar a la Dordoña por 4,99 libras, y a los manifestantes antiamericanos, con sus vaqueros, agrupar sus fuerzas en Ginebra por 8,50 euros; es la trivialidad del bien lo que hace que los europeos se dediquen a hacer el amor y no la guerra mientras comparan sus notas sobre la última película llegada de Estados Unidos, en ELF. Éste es el rico terreno en el que podemos plantar y cultivar el "consenso moderno, profundo y de futuro a favor de Europa" del que habló elocuentemente el lunes pasado, en la Cámara de los Comunes, un ministro de Hacienda escocés, europeo y proamericano.

Por supuesto, la política del poder tiene un papel importante. Resulta peligroso para el mundo que sólo exista una hiperpotencia. Resulta peligroso para Estados Unidos ser esa única hiperpotencia. Como me decía el tipo del café Orange de Berlín, un motivo por el que son tan malas las relaciones entre Europa y Estados Unidos es la debilidad europea. Estados Unidos necesita un socio más fuerte, y Europa necesita desesperadamente al Reino Unido para poder convertirse en ese socio. Tal como suena. Y eso es lo que puede ayudarnos a conseguir la verdadera Europa.

Por cierto, se me ha olvidado decir el nombre del tipo del café Orange. Era Joschka Fischer. Sí, Joschka Fischer: ese que pertenece a los Verdes, es ministro de Exteriores de Alemania y tal vez pronto sea el primer ministro de Exteriores de Europa.

Moscovitas comiendo en un McDonald's.
Moscovitas comiendo en un McDonald's.AP

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_