La reina de África
DOMINGO POR la mañana. En la cocina de nuestro hogar, mi santo moja la tostada en el café con leche, lee los periódicos y, de vez en cuando, insulta a alguno de los contertulios que hablan por la radio. Hace quince días que ganó el último premio y que se tuvo que poner el esmoquin de rigor. Hace quince días que me miró a los ojos muy seriamente y me dijo que a partir de ese momento comenzaba su semana cultural de homenaje de Homer Simpson, o sea, que pensaba pasar el día entero en calzoncillos. Ya lleva dos semanas de homenaje. Estoy segura de que mientras yo sobrevivo en el Cuerno de África tapada hasta las cejas para que no me pique ningún mosquito cabrón, él va de un sofá a otro en paños menores y comenzando su deporte favorito del verano: matar moscas occidentales con el periódico. Y mientras, a mí me estará pasando algo que me pasa siempre: estaré pensando en las cosas que viví la semana anterior. Porque soy un poquito retrasada a nivel de pensamiento mental y nunca pienso en lo que tengo delante de las narices, sino en lo que ya ocurrió. Me acordaré, por ejemplo, de la Feria del Libro. De que nada más entrar voy y me encuentro con Joaquín Sabina, que iba en pantalones cortos y las piernas sin depilar, exhibiendo ese vello recio de los hombres de Jaén. Me dijo que es que estaba en una semana cultural de homenaje a Homer Simpson, y me hizo bastante gracia, a qué negarlo, que me soltara la misma gracia que mi santo. Me dijo, en algo se tiene que notar que somos del mismo pueblo: en el sentido del humor y en el poblado entrecejo. Íbamos paseando hasta nuestras respectivas casetas, pero era como imposible, porque las Lolitas le iban parando por el camino y pidiéndole fotos, y Joaquín empeñado en que yo posara con él. Y así posamos, amarraditos los dos, y las Lolitas me miraban con cara de pensar: "Pues vaya, para conseguir una tía como ésa no hace falta ser ídolo de la cancion ligera". Y al despedirnos, Joaquín me dijo que le podía sacar en mi columna siempre que quisiera, cuando me faltara material, que él no se pensaba enfadar por más que algunos le dijeran que se tenía que enfadar cuando yo le sacase. Me quedé como con pena mientras le veía alejarse, fíjate, pero con los preparativos del viaje no me he puesto a averiguar a qué venía esa melancolía. Mientras estoy en Etiopía me acordaré, seguro, de ese matrimonio lector que vino a mi caseta. Él me miró con cara de extrañeza y dijo: pues vaya un rubio más raro que se nos ha puesto; y ella le dijo: cállate, que la estás mosqueando, ¿a que te está mosqueando? Y yo dije sonriendo que no me había mosqueado, pero se me notaba a la legua que tenía un mosqueo fino. Y ahí estuvieron ellos analizándome con detalle en mis mismas narices. Yo les dije como disculpándome que era un color de pelo en proceso, que en cosa de dos meses quería tenerlo platino, pero que me había cortado un poco, la verdad, por la cosa de la Feria. Si todo quisque me dio su opinión sobre las mechas, qué no habría sido con el pelo decolorado. Hubiera provocado más expectación que Copito de Nieve, el mítico gorila albino. Ahora estaré pensando, mientras paseo por Addis Abeba, que si me armo de valor el año que viene me presento en la Feria con la cabeza tipo Maitena. La conocí hace poco y la reconocí porque Maitena se parece, sobre todo, a los dibujos de Maitena. Seguro que ahora mismo, mientras brujuleo por el mercadillo etíope, estoy pensando en lo que ella me dijo: "Llévate dinero, porque el verdadero consumista encuentra algo que comprar hasta en la Patagonia". Me acordaré de que me contó que ella vive en una playa perdida de Uruguay, y que su niña y los niños de ese pueblo diminuto juegan en invierno con los pingüinos, que ¡son divinos!, decía Maitena, y van andando tipo Spielberg por la calle central del pueblo. Y a mí me dio mucha envidia de Maitena, me dio envidia de esa mujer de pelo plateado que vende libros en todo el mundo y luego se retira a esa playa y ve desde su ventana a su niña de la mano de un pingüino. "Tenés que venir en primavera, prometémelo, es la época en la que se aparean las ballenas y hacen buuu buuu". La rubia dibujanta me hacía el ruido de semejantes mamíferos en plena calle. Desde aquí te lo digo, Maitena: ¡ya me saqué el billete! Me acordaré de que al despedirme de ella me puse triste, porque me da más pena despedirme de los amigos que acabo de conocer que de los de siempre. Soy muy veleta. Y ahora mismo, mientras mi santo lee ese libro que se acaba de comprar, Gulag, que no le dejo llevarse a la cama porque me da mal rollo, yo me acordaré en la otra punta del mundo de cuando me encontré a Nativel Preciado y me dijo que le había tocado en la misma caseta que los de Operación Triunfo y que había acabado un poco hasta la bola. Con razón, le dije yo. Y la vi marcharse para casa y también se me hizo el nudo en la garganta. Y me acordaré de Savater, firmando y escoltado por varios policías. Pero antes de ponerme triste con esa imagen, pensaré en la dedicatoria que le hizo Cioran: "A Fernando Savater, que se empeña sin éxito en ser pesimista". Luego me reiré por cualquier chorrada porque, ya lo dice mi santo: no eres constante ni para ser melancólica. Desde Etiopía te lo digo, santito: cómo me tienes pillado el aire.
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