_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mejor

He sido siempre muy hipocondríaco. Leía la descripción de los síntomas de una enfermedad y me convertía en una máquina que mimetizaba los achaques del enfermo. Cada línea leída confirmaba y aumentaba mis síntomas fantasiosos, que desaparecían en cuanto se me iba de la cabeza lo que acababa de leer. ¿Soy todavía hipocondríaco? Ahora procuro saltarme las descripciones patológicas. Pero hay un caso excepcional, un autor que, en lugar de inocularme la impresión de estar malo, me produce el deseo de ser el escritor, que también es el sanador: el deseo de estar sano y ser razonable. Hablo del psiquiatra Carlos Castilla del Pino.

Es difícil encontrar maestros, no sé si aquí o en todo el mundo. Aquí parece existir una aspereza especial, que quizá se deba a humildad, o a soberbia, quién sabe. ¿Qué es un maestro? El que nos instiga a conocer. "Estoy orgulloso de ser un discípulo", decía Borges, que es como decir: "Tengo el honor de querer aprender". Recuerdo a mi maestro en la Facultad de Letras, Juan Carlos Rodríguez. Recuerdo a José Andrés de Molina, que publicó un libro sobre el uso del pronombre se. Eran profesores provocadores de lecturas, de curiosidad. Y luego uno se buscaba sus maestros imaginarios, sus clásicos íntimos. Yo quería escribir, y copiaba frases como ésta, de Joyce: "El escritor es el que encuentra palabras para esas emociones que son indecibles, sin palabras". Entre los maestros que me busqué estaba Carlos Castilla del Pino, que hace tres días ha sido elegido miembro de la Academia Española.

He tenido la suerte de leer casi todos sus libros, desde el primero, Un estudio sobre la depresión. Cuenta Castilla del Pino que le encargaron un panorama de la psiquiatría, trabajo monumental que le producía un aburrimiento aún más monumental. Él quería escribir sobre la depresión. ¿Le interesaba el asunto al editor? "Sí, todos estamos deprimidos", respondió el editor José María Castellet. Como la depresión causa un excesivo, maniático y culpable sentido de la realidad, Carlos Castilla del Pino aprovecha para recordarnos que la plenitud física y psíquica a veces nos embota el sentido de la realidad (¡la capacidad de olvido es un signo de salud!). El caso es que yo he visto siempre en Castilla del Pino un gran sentido de la realidad (su obra es fruto de la atención, de la experiencia clínica, de sus conversaciones con los pacientes) y un admirable deseo de ser veraz, aunque ser veraz raramente resulte cómodo.

Es un narrador. Pienso en sus visiones de San Roque, Gibraltar, Ronda y Madrid, en la final aparición fantasmal de Córdoba en 1949 a las cinco de la mañana más solitaria, de Pretérito imperfecto, su autobiografía. A los amigos que me piden un consejo de lector les he recomendado mucho su Teoría de los sentimientos. Me gustaría pensar correctamente, es decir, sentir correctamente, y leo a Carlos Castilla del Pino, que posee los dones esenciales del escritor: inteligencia, sencillez, elegancia, propiedad y claridad. Les ha dado palabras a las emociones, a lo que es en esencia sin palabras, como diría Joyce. La Academia será mejor con él.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_