Lualaba
Francisco Camps logró llegar hasta el acto de juramento como presidente de la Generalitat, sin que hubiese trascendido un solo dato sobre su gabinete. Ninguno de los miembros del Consell saliente, ni siquiera los que tenían garantizada la prórroga, sabía nada hasta ayer. Ni los conectores mediáticos que fueron los oficiales de su antecesor en el tiempo (¿lo será también en el espacio?) habían conseguido supurar un pista cierta sobre el asunto. Nunca un trámite tan consabido y saturado de continuidad, por ser el mismo partido el que lo desempeñaba, ha dado tanta sensación de ruptura con lo anterior. La misma nebulosa extendida sobre la mano que ha elaborado el discurso de investidura de Camps, o el de juramento que pronunció ayer horas antes de destapar su gobierno, sin contar con los equipos habituales en estos trances (incluso desdeñando sugerencias de estrategas que hasta ahora fueron los que cortaron el bacalao y de otros que se han postulado tratando de conquistar esa categoría de cara a la nueva era), había contribuido a acentuar la perplejidad en más de un departamento de la Generalitat. Incluso generó tensiones de distinta calidad en el seno de Presidencia, desatando un tortuoso proceso de hermenéutica y sospecha sobre quién le estaba haciendo la cama a quién. Ante la falta de información fiable, cualquier detalle (desde cómo le encajaba la mano Camps a determinado consejero en las Cortes, el grado de alargamiento de las comisuras de sus labios con el que respondía a su saludo o la intensidad del brillo de los ojos con los que lo había mirado) llegaba a constituir una revelación decisiva, que luego era analizada hasta la deshidratación. Hasta ayer por la mañana las cumbres de los organigramas de muchas consejerías navegaron sobre el río Lualaba del Congo, como Humphrey Bogart y Katharine Hepburn lo hicieron en La reina de África, con un silencio tan espeso que se podía cortar como un pudin. Esa calma chicha, cuya densidad era aplastante e insoportable, fue interrumpida súbitamente ayer por la tarde por la caída en tobogán de los rápidos. Ahora ya todos descansan, y algunos en paz, porque abajo a la mayoría les esperaba un caimán con la boca abierta.
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