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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El innatismo en lingüística

Desde la guerra del Vietnam, la figura y la obra del célebre Noam Chomsky son un auténtico revulsivo. En cuanto tiene ocasión, Chomsky adopta posturas políticas rayanas con el ultraizquierdismo, y no tiene inconveniente alguno en comprometerse en público con ellas. Nada más inquietante que un lingüista del MIT opinando como un militante trotskista convencido. Su concepción innatista del lenguaje, por otra parte, lo enfrenta a la tradición ilustrada, la cual -como es sabido- se autorreconoce bienpensante y progresista precisamente porque defiende el carácter adquirido (es decir, nato) del lenguaje. Radicalismo político e innatismo no parecen compatibles, pero Chomsky insiste en presentarse como ejemplar único de la especie de los izquierdistas neoplatónicos.

LA ARQUITECTURA DEL LENGUAJE

Noam Chomsky

Traducción de Miguel Martínez-Lage y Eugenia Vázquez Nacarino

Kairós. Barcelona, 2003

106 páginas. 9,50 euros

Toda postura a contracorriente suscita adhesiones incondicionales y entre los lingüistas el chomskysmo es casi una religión -igual que sucede con Heidegger en otro terreno-. Así que, o se lo acepta o más vale no leerlo, porque su gramática generativa transformacional desautoriza toda alternativa o modelo disidente. De modo que conviene ser prudente a la hora de reseñar un libro de Chomsky. Éste, en particular, está dirigido a quienes conocen su obra, han seguido su trayectoria intelectual y teórica, y tienen alguna duda sobre el innatismo en lingüística o necesitan alguna aclaración suplementaria a lo expuesto por el autor en El programa minimalista (Alianza. Madrid, 1999).

En realidad no es un libro sino la transcripción de una conferencia dictada en Delhi en 1996, seguida de un coloquio. Como es habitual, una conferencia grabada y transcrita está plagada de coloquialismos, redundancias y digresiones -sumado a una traducción quizá rigurosa en cuestiones técnicas, pero francamente torpe en cuanto al uso ordinario de la lengua-, lo cual hace bastante penoso llegar a captar qué es lo que Chomsky quiere decir.

¿En qué sentido se dice que

el lenguaje es innato? Concebido no como código adquirido o como destreza comunicacional que se aprende junto con las típicas diferencias de uso que caracterizan a las distintas lenguas, sino como mero "interfaz", el lenguaje en la concepción chomskyana se presenta como facultad definitoria del hombre y, como tal, condición de posibilidad del hablar o del poner nombre a las cosas. Está, por decirlo así, trascendentalmente antes (por usar la jerga de Kant) que aquello que se hace con él; entre otras cosas, aprenderlo. Por consiguiente, si es una facultad que constituye a aquel ser que se vale de ella, más que un repertorio de reglas es un estado que, en términos de la Gramática Universal a la que se refiere Chomsky, ha de ser pensado como sumamente simple y, por lo demás, común a todos los hablantes, cualquiera que sea su lengua. La relativa complejidad y variedad de las lenguas sería entonces una ilusión producto de un error de método que consiste en pensar la función lingüística desde la articulación entre sentido y sonido cuando en realidad -piensa Chomsky- es lo que posibilita esa articulación, en un modo muy semejante a cómo operan las categorías en el modelo kantiano. Y no olvidemos que también para Kant las categorías son innatas. Los estudios de semántica son, por consiguiente, un juego de abalorios, porque lo que en verdad importa en materia lingüística es analizar las relaciones sintácticas fundacionales con objeto de describir dicho interfaz.

Para no incurrir en idealismo o en metafísica, Chomsky describe el estado lingüístico como dispositivo presuponiéndole un fundamento somático, un lugar en el cuerpo. El problema es que esta fórmula fisicalista deja expedito el camino para que biólogos y microgenetistas reduccionistas confirmen su tesis más peligrosa: que la cultura, la conciencia o las representaciones fantásticas que pueblan nuestros sueños y aspiraciones no son más que un epifenómeno de procesos moleculares. Y ya sabemos que toda molécula acaba, tarde o temprano, manipulada por ellos con fines inconfesables. Así que, imagínense.

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