Valencianismo y buena voluntad
El valenciano fue, de nuevo, la lengua de nuestros legisladores. De los que lideran a los grupos y de otros. Así, las Cortes Valencianas registraron incluso el "milagro" de un Julio de España que se expresó con algún problema, pero con mucha voluntad, en un idioma que hace sólo unos días despreció desde la presidencia de la Cámara.
El cambio de clima resultó evidente en el hemiciclo de las Cortes, que recuperan protagonismo esta legislatura en la política indígena. En lo formal, o en lo retórico si lo preferimos, el discurso de investidura de Francisco Camps fue el más valencianista que ha pronunciado un presidente de la Generalitat en el Parlamento autónomo (incluyendo en la lista al socialista Joan Lerma, que observaba ayer el espectáculo desde la tribuna de invitados). Ante cierta perplejidad de su propia bancada, acostumbrada a otro tono y otro lenguaje, y de la que sólo se levantaron aplausos en dos ocasiones, Camps marcó distancias con su mentor, Eduardo Zaplana, sin dejar de reivindicarlo hasta la última coma con entusiasmo. Para ejecutar un malabarismo de esa clase cargó de significado simbólico e identitario lo que en el otro era argumento pragmático y material. Camps se presentó como "el primer presidente de la Generalitat surgido de unas elecciones en el siglo XXI" y apuntó que es la primera centuria que comienza para los valencianos "en condiciones favorables", habló de una nueva era y transformó la etiqueta zaplanista que nos vende como "una Comunidad líder" en una seña de identidad que nos distingue como nacionalidad histórica.
El elemento más llamativo de la operación tuvo como eje el mismo tópico que ha centrado la propaganda pública de los populares estos últimos meses: el trasvase del Ebro. "En mi opinión", dijo Camps, "el Plan Hidrológico Nacional es más que una obra necesaria... Es un símbolo que representa que nuestra Comunidad ha dejado de ser una tierra a la que sólo se va a recoger para ser un territorio bien considerado y atendido en sus necesidades".
Ligar la ejecutoria concreta del PP, y su machacona retórica de combate, con el discurso valencianista (sin caer en la fácil demagogia victimista) es algo que Camps todavía no ha acabado de resolver del todo. Y uno puede sospechar fundadamente que tendrá dificultades graves para conseguirlo. De hecho, una vaga propuesta de reforma del Estatut d'Autonomia y la actualización del Derecho Civil valenciano fueron las iniciativas prácticas que planteó como reflejo de su talante.
El socialista Joan Ignasi Pla, muy en su papel, le cogió la palabra. "Estoy seguro de la sinceridad de sus convicciones", le dijo, pero añadió que espera que su valencianismo no se traduzca en una permanente subordinación a Madrid ni se reduzca a juegos florales y guiños a la galería. Pla le emplazó a demostrar que tiene las manos libres haciendo valer su valencianismo en favor de las Trobades d'Escoles Valencianes, el movimiento social a favor de la lengua y la cultura, la protección del patrimonio cultural y el respeto a la autonomía de la Acadèmia Valenciana de la Llengua. También se refirió a la creación de "una verdadera policía autonómica" y a la necesidad de una reforma del Estatut "al máximo", que profundice en la democracia y el autogobierno. "Desde una reflexión serena y profunda creo que tenemos que valorar si es bueno o no para el sistema que por una limitación formal, que seguramente podía tener sentido hace veinte años, más de 113.000 valencianos que han depositado su confianza en una sola formación, no tengan representación en esta Cámara", le espetó el líder socialista, aludiendo al valencianismo político realmente existente, el del Bloc Nacionalista Valencià, que ha quedado de nuevo excluido del Parlamento a causa de la barrera del 5% de los votos para obtener representación. Pla remachó que "la pluralidad del pueblo valenciano es riqueza y no un peligro".
La esgrima valencianista articuló las intervenciones de los dos dirigentes, en un debate que fue flojo programáticamente, sobre todo en el caso de Camps -quien comparecía como presidente in pectore, por lo que estaba obligado a desarrollar más sus propuestas, y se reveló poco eficaz en los turnos de réplica-, pero que apuntó un deseo de interlocución política en buena medida sofocado las dos últimas legislaturas bajo el peso de la personalidad de Zaplana. Camps es, sin duda, tan triunfalista como era su predecesor (ahí hay una marca de la casa) pero carece de su prepotencia. Como apunte, se le olvidó referirse al turismo y fue en la contestación a las críticas de Pla cuando proclamó su fe en los grandes proyectos del sector turístico y de ocio (léase también Terra Mítica) como "fuente de empleo y prosperidad".
Dos líderes jóvenes -Camps tiene 41 años y Pla 44- cruzaron en el hemiciclo del Palau de Benicarló invitaciones al diálogo, recriminaciones sin mucho calor y apelaciones al futuro poco perfiladas. El nuevo presidente busca en el valencianismo un discurso moderno para la derecha en el que, por ahora, prima la buena voluntad. Pla se mueve con comodidad en un campo que le es más natural. Decía Otto von Bismarck que "el político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación". Camps y Pla no podrán evitar pensar en la próxima elección, aunque su vocación sea hacer algo por la próxima generación.
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