La piel del oso
Pocas semanas después de la celebración de las elecciones municipales, a menos ya de cinco meses de las elecciones autonómicas y todavía con la resaca originada por algunos de los pactos políticos sellados en algunos ayuntamientos catalanes, la para muchos inesperada elección de Joan Laporta como presidente del Barça ha venido a poner la guinda al pastel de un año que en Cataluña es más electoral que nunca. Aunque sin duda resulta exagerado realizar lecturas directamente políticas de lo que sólo han sido las elecciones de una entidad deportiva, por más importante que ésta sea, a casi todos los candidatos en nuestras próximas elecciones autonómicas les convendría tener muy en cuenta algunas de las lecciones que se desprenden del arrollador triunfo de Laporta y su joven equipo rupturista.
Nunca es aconsejable vender la piel del oso antes de haberle dado caza. Éste fue el error de no pocos candidatos en las recientes elecciones municipales. La arrogancia y el triunfalismo, como muy bien han podido comprobar Lluís Bassat y sus compañeros de su segunda y de nuevo fracasada aventura electoral azulgrana, da casi siempre muy malos resultados. Sobre todo, claro está, cuando la gran masa electoral ansía un cambio profundo, de radical ruptura con el pasado, y por tanto no está dispuesta a aceptar, como a menudo aconsejan los asesores partidarios siempre de lo políticamente correcto, una nueva muestra de lampedusianismo, esto es aquello de cambiarlo todo para que todo siga igual.
Nuestras dos grandes fuerzas políticas, protagonistas casi en exclusiva de todo lo que llevamos vivido en Cataluña desde la misma muerte de Franco, en ocasiones parecen no querer entender que el mundo entero está cambiando, y que por suerte Cataluña cambia con él. Semanas después de las elecciones municipales, las cúpulas directivas de CiU y PSC siguen sin dar señales claras de haber comprendido de modo cabal la complejidad y profundidad del mensaje dado el pasado 25 de mayo por el electorado catalán. Un mensaje probablemente magnificado en su propio beneficio por las fuerzas políticas minoritarias -sobre todo por ERC e ICV, pero también por el PP-, pero que los dos grandes errarían gravemente si no se esforzasen por entenderlo y sacar de él las debidas lecciones.
Desde hace tiempo un clamor colectivo de amplios sectores sociales del planeta entero dice e incluso grita que "otro mundo es posible". Buena prueba de ello han sido no sólo las recientes y masivas manifestaciones que en nuestro propio país y casi en todo el mundo se produjeron contra la guerra de invasión de Irak, sino también otras significativas movilizaciones populares, desde las celebradas con motivo de la catástrofe del Prestige, con el grito de Nunca máis, hasta las causadas por el Plan Hidrológico Nacional, sin olvidar la huelga general contra el decretazo o las manifestaciones de estudiantes contra las reformas en la enseñanza impuestas por el Gobierno del PP. En todas estas movilizaciones se advertían como mínimo dos constantes: la presencia cuantitativamente muy importante de unas nuevas generaciones eminentemente reivindicativas y la sensación general de profundo hartazgo ante un mundo radicalmente injusto.
El "No en nuestro nombre" gritado en muchas de las movilizaciones antes citadas es un fiel exponente de un sentimiento cada vez más generalizado. Un sentimiento tal vez inconcreto y difuso pero muy radical y profundo, que exige y requiere toda una nueva forma de hacer política, toda una nueva concepción de entender el mundo para cambiarlo. Y aquí es donde la tan arrolladora como para muchos inesperada victoria de Joan Laporta en las elecciones a la presidencia del Barça adquiere una relevancia social muy especial. Parece obvio que no se trata del triunfo de una determinada opción política, por mucho que ahora más de una fuerza política pretenda apropiárselo. Pero se trata del triunfo de la ruptura frente al conservadurismo, de la rauxa contra el seny, de la radicalidad contra la moderación, del inconformismo contra el permanente mantenimiento del statu quo.
Más allá de reduccionistas lecturas estrictamente generacionales, que casi siempre suelen ser engañosas, la impresionante victoria de Laporta demuestra no sólo que siempre es un error vender la piel del oso antes de haberlo cazado, sino que quien finalmente consigue hacerse con la piel del oso es sólo aquel que sabe encontrarlo y abatirlo. Y esto, en unas elecciones, implica conectar de verdad con los deseos, las esperanzas, los problemas y las ilusiones del electorado. Harían bien en sacar lección de ello todos los candidatos a nuestras próximas elecciones autonómicas. A menos de cinco meses vista, todos ellos tienen todavía tiempo de darse cuenta de que lo que la sociedad catalana reclama se parece mucho a lo que Joan Laporta y su equipo supieron ofrecer a los hastiados y muy cabreados socios del Barça, hartos no de una gerontocracia sino de una oligarquía monopolizadora del poder durante tantos lustros.
Jordi García-Soler es periodista.
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