Apoteosis acústica
Todos los estamentos de la sociedad musical actual tienen sus propios mitos. Personajes que, en ese ámbito, están por encima del bien y del mal y hagan lo que hagan desatan pasiones. Artistas que, dejando de lado su calidad, funcionan sólo en ese ambiente y suelen ser unos desconocidos en geografías limítrofes. Razonamiento que tanto sirve para Operación Triunfo o innumerables y repetitivas bandas heavy como para Matthew Herbert, artista polivalente encumbrado hasta lo más alto en sus repetidas visitas al Sónar.
Sólo con esa premisa puede explicarse el enorme éxito cosechado por la nueva visita del polifacético británico presentando, curiosamente, una propuesta eminentemente acústica y de tintes jazzísticos. Una big band de sonoridades swingantes alejada aparentemente de cualquier propuesta Sónar. Ya de entrada, un Auditori habría parecido excesivo, pero el papel se vendió con rapidez y fue necesario habilitar un segundo concierto, horas antes, en el mismo local.
La primera sensación al iniciarse el concierto fue de sorpresa. Los temas grabados en disco, al disminuir drásticamente la manipulación electrónica, presentan una puesta en escena apabullante que hubiera convencido por sí sola al más reticente aficionado al jazz sin edad ni filiación. Una big band en el sentido más clásico (¡hasta en los uniformes!) sirviendo unos temas que beben por igual de la tradición y de una modernidad que ya parece haber abandonado la electrónica como única razón de ser. La manipulación electrónica en directo y la utilización de samplers por el propio compositor nunca adquiere protagonismo y se convierte en un instrumento más que tanto puede molestar deliberadamente como ensamblarse a la perfección con sus colegas. Herbert no salta nunca al vacío como propugna buena parte del jazz contemporáneo, sino que se cubre las espaldas con fuertes dosis de ritmo y un cierto clasicismo tanto en el tratamiento orquestal como en los solos, especialmente de sus cantantes y sopladores. La segunda sorpresa de la velada fue la presencia de Arto Lindsay cantando el mismo tema que interpreta en el último disco de Herbert y ejerciendo después de corista casi inaudible. Presencia jugosa que dejó con la miel en la boca por su brevedad.
Matthew Herbert se paseó entre sus artilugios electrónicos retocando el sonido que le llegaba de la orquesta o intercalando sonoridades de lo más dispares. Cada tema fue puntuado por altas dosis de entusiasmo del público, que fue creciendo espectacularmente a medida que avanzaba el concierto.
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