La difícil salida de los déficit gemelos de Estados Unidos
El autor analiza las opciones que tiene Estados Unidos para corregir el déficit presupuestario y su balanza de pagos. Y considera necesaria una salida coordinada entre EE UU, la UE y los grandes países para evitar una recesión mundial a medio plazo.
Estados Unidos se encuentra actualmente con un doble déficit o déficit gemelo: el déficit presupuestario previsto para 2003 es del 5% del producto interior bruto (PIB), y el déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos previsto es del 6% del PIB, magnitudes que en un país en desarrollo serían insalvables y provocarían una crisis financiera y de su tipo de cambio. Esto hace que algunos economistas piensen que se vuelve a una situación de déficit gemelos como en la época del presidente Reagan en los años ochenta; sin embargo, la composición actual de ambos déficit es muy diferente a la de entonces.
En principio, un déficit presupuestario tiende a generar un déficit por cuenta corriente. La razón es muy simple. Un déficit presupuestario tiende a aumentar los tipos reales de interés, lo que hace más atractivas las inversiones en activos financieros denominados en dólares por parte de los inversores extranjeros, lo que resulta en una apreciación del dólar que hace que los productos y servicios de exportación de Estados Unidos sean menos competitivos y que aumente el déficit comercial externo. O, lo que es lo mismo, el déficit presupuestario induce una entrada de capital del resto del mundo que tiene que ser compensada, por definición, por un aumento de las importaciones netas de bienes y servicios del resto del mundo, ya que tiene que mantenerse la identidad contable de la balanza de pagos, que debe estar equilibrada entre entradas y salidas, salvo errores u omisiones.
Si la zona euro deja de exportar a EE UU, seguirá con un crecimiento muy bajo
La forma más eficaz para la recuperación del sector privado es con más recortes impositivos
Sin embargo, la situación actual es diferente. El origen del déficit externo no viene provocado, en su mayor parte, por el déficit presupuestario, ya que en 2000 el primero había ya alcanzado un 4,2% del PIB, mientras el saldo presupuestario tenía un superávit del 1,2% del PIB. Era el sector privado (que había estado gastando más de lo que ingresaba durante los años de la burbuja bursátil, ante la alegría que permitía el sentirse más rico dados los precios de las acciones y el consiguiente efecto riqueza) el que había reducido fuertemente el nivel de ahorro nacional, produciendo un déficit de ahorro respecto de la inversión nacional cercano al 6% del PIB, lo que indujo, por definición de identidad contable, una fuerte entrada de capitales, ya fueran autónomas o inducidas, para financiar la falta de ahorro interno y, por consiguiente, un déficit externo por cuenta corriente, que ya alcanzaba el 5% del PIB, para compensar, con salidas por bienes, servicios y servicio de la deuda, dichas entradas de capital.
Cuando el origen de la caída del ahorro nacional es un mayor déficit público, su efecto inmediato es una reducción de la inversión, de las exportaciones netas o de ambos. Sin embargo, en este caso, por el contrario, ha sido un fuerte aumento de la inversión empresarial y familiar y un fuerte aumento del consumo familiar los que han producido la caída del ahorro nacional y el obligado déficit externo. Este proceso duraba desde 1995; lo que ocurría es que la caída del ahorro privado se estaba compensando por un aumento del ahorro público, producido por el superávit presupuestario.
Desde que la burbuja explotó a mediados de 2000, el sector privado empresarial y familiar ha comenzado a reducir su inversión y a vender activos para recuperar su equilibrio financiero aumentando así su tasa de ahorro, con lo que, para evitar una fuerte recesión, el sector público ha tenido que desahorrar incurriendo en un déficit presupuestario creciente que compense el aumento del ahorro privado, hasta llegar a la situación actual.
Finalmente, tampoco hay que olvidar otra regla de oro, que consiste en que, mientras EE UU siga creciendo a mayor ritmo que la Unión Europea y que Japón, su cuenta corriente de la balanza de pagos tendrá una tendencia a deteriorarse. En 2002 EE UU tuvo una tasa de crecimiento exactamente tres veces mayor que la de la UE y más de siete veces mayor que Japón. En 2003 se espera que el PIB de EE UU crezca un 2,1% y el de la UE y Japón solamente un 0,8% y un 0,9%, respectivamente. Sin embargo, dicho déficit se va a ver reducido, a partir de 2004, por el creciente deterioro del valor relativo del dólar.
La pregunta más relevante ahora es saber cómo Estados Unidos puede lograr salir de esta situación tan desequilibrada. Existen varias opciones que pueden ser complementarias.
La primera es la que se ven obligados a tomar forzosamente los países emergentes cuando llegan a esta misma situación pero sin contar con suficientes inversores extranjeros que les financien ambos déficit, que consiste en sufrir una fuerte recesión interna, generando un elevado superávit primario en el presupuesto y una reducción del consumo de las familias que ayude a recuperar el ahorro interno y dejando que su moneda caiga lo necesario para ayudar a reducir el déficit externo. Esta opción no tiene necesidad de tomarla la primera potencia económica mundial, ya que, además de seguir disponiendo de financiación externa voluntaria suficiente, puede emitir deuda y colocarla sin problema alguno. El problema de esta opción recesiva es que produciría una recesión también al resto del mundo.
La segunda opción es sustituir totalmente la necesaria caída de la demanda interna de consumo e inversión por un aumento de su demanda externa, permitiendo que el dólar caiga lo suficiente como para generar un fuerte aumento de sus exportaciones de bienes y servicios. Esta opción no es tan fácil de conseguir cuando la economía de la Unión Europea, el primer importador mundial, y la de Japón, el tercero, están deprimidas. La tercera economía más importante, la de China, se encuentra en estos momentos también con los problemas coyunturales derivados de la epidemia vírica, que tienden a reducir su capacidad importadora.
Naturalmente, esta opción sería la mejor para los intereses egoístas de Estados Unidos, ya que, por un lado, dadas sus actuales tendencias deflacionistas, no repercutiría en una subida de sus tipos de interés, y, por otro lado, dado que la mayor parte de sus pasivos está en dólares, éstos no se verían encarecidos por la depreciación de su moneda. De hecho, la posición neta internacional de EE UU mejoraría, ya que se apreciarían sus grandes activos en euros, yenes y libras frente a sus pasivos en dólares. Ésta parece ser la opción que inicialmente ha preconizado Snow, el actual secretario del Tesoro, pero que, después de la reunión del G-8, ha tenido que modificar.
Sin embargo, esta opción sería muy costosa para la Unión Europea, Japón, China y otros importantes exportadores a EE UU, que ahora tendrían que crecer básicamente a través de su demanda interna, lo que es muy difícil en las circunstancias actuales. La zona euro ha sido capaz, hasta ahora, de sostener su débil crecimiento en 2001 y 2002 gracias a que la mayor tasa de crecimiento de sus exportaciones sobre sus importaciones le ha permitido añadir 0,5 puntos porcentuales de crecimiento a su PIB cada año. De dejar de exportar a EE UU, sus probabilidades de seguir con un crecimiento muy bajo serían mayores.
La tercera opción, en la que sale ganando la mayor parte de los países, sería que el déficit presupuestario de EE UU siguiera creciendo mientras se termina el ajuste financiero de su sector privado, que todavía está muy endeudado, para compensar la caída del ahorro nacional, al tiempo que se deja que una depreciación lenta del dólar permita mejorar lentamente su déficit externo. La forma más eficaz de ayudar a la recuperación financiera del sector privado sería a través de mayores recortes impositivos a corto plazo y transferencias para aumentar su renta disponible y no tener que reducir tanto su demanda interna. En este caso sería mucho mejor adelantar las reducciones de impuestos ya aprobadas y hacer otras nuevas, sólo temporales (como la que acaba de hacerse recientemente), que llevar adelante la eliminación de la doble imposición de dividendos, que tiene efectos sobre empresas y familias más a largo plazo, ya que hay que evitar que las medidas afecten negativamente a su presupuesto a medio plazo.
Esta expansión fiscal en EE UU tendría que venir acompañada de dos medidas complementarias. Por un lado, de seguir con la reducción de los tipos de interés en la zona euro, para la que hay suficiente margen, ya que no hay peligro alguno de un repunte de la inflación, sino más bien de deflación, en algunos de sus países centrales. La reciente apreciación de un 15% del euro respecto del dólar equivale a una subida de los tipos de interés por el Banco Central Europeo de un punto porcentual y acaba de reducir sólo 0,50 puntos. Por otro lado, de una coordinación de las intervenciones en los tipos de cambio por parte de los grandes bancos centrales para conseguir que el dólar no se desplome, sino que se deprecie lentamente.
Finalmente, esta opción daría tiempo a que la UE realizase todas las reformas estructurales, que están pendientes desde la Cumbre de Lisboa, en 2000, y que Japón saliese de su década recesiva. De no optar por una salida coordinada entre los grandes países, las probabilidades de que se desate una recesión mundial a medio plazo serían crecientes, y esto hay que evitarlo a toda costa.
Guillermo de la Dehesa es presidente del CEPR, Centre for Economic Policy Research.
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