Fe, azar y paciencia
Con más paciencia que un santo, Vicente del Bosque trata de organizar su exclusiva compañía de espectáculos. Su trabajo consiste en lograr un imposible: que los duendes de la casa blanca hagan diabluras sin salirse del guión. Sus dudas son irresolubles. ¿Es sensato dar instrucciones a Zidane? ¿Es prudente llevar a Figo por el carril? ¿Es posible poner a dieta a Ronaldo? ¿Es saludable dar órdenes a Raúl? Zidane, por ejemplo, es un ser atribulado que vive entre dos preocupaciones: la jugada anterior y la jugada siguiente. Baja al pecho su cabeza de capuchino, desaloja medio litro de sudor por la punta de la nariz, espera la caída de la última gota, adelanta la barbilla y vuelve a pedir el balón. Pretender que se encargue de las tareas de mantenimiento equivale pedir al ruiseñor que compita con las gallinas. Puesto que la prioridad es crear condiciones para que él y los otros magos del cartel puedan tener iniciativa propia, Vicente comparte uno de los más antiguos dilemas de la civilización. Debe elegir entre la libertad y el orden.
En el reverso rojiblanco de la fuerza, los chicos del Atlético preparan el partido del domingo como si se tratase de una guerra de liberación. En este caso no se trata de recuperar territorios, sino de liberar instintos. Mientras buscan un camino que conduzca a la lucha por el campeonato, movilizan las viejas pasiones metropolitanas, agitan sus banderas de combate, repasan el memorial de agravios vecinales, invocan a Sabina y a la sociedad de autores y se concentran en todos los incidentes, supuestos y leyendas de la rivalidad local. Por provisionales razones del corazón, hoy han hecho del antimadridismo su primera causa y de Fernando Torres su primer argumento. Como en todos los pleitos de familia, en éste tampoco es necesario que la razón entienda.
Con la prudencia del búho, a mitad de camino entre un confesor y un maestro, Raynald Denoueix se oculta en sus gafas de hielo y trata de adelantarse a las intenciones de Miguel Ángel Lotina. Sus poderes se llaman Alonso, De Pedro, Nihat, Kovacevic y, sobre todo, elasticidad, el don de los equipos que mejor interpretan el contraataque. Sin embargo, su futuro es imperfecto: aunque con su sistema de geometría variable ha convertido una cuadrilla en una pantera, no podrá controlar las depresiones de Mostovoi, ni los biorritmos de Catanha, ni el misterio egipcio de Mido, ni las maquinaciones del más temible de los generales del fútbol: el general azar.
Entretanto, Javo Irureta devanará su chicle con la mirada puesta en el marcador. Como él mismo anunció, tendrá que plantar, esperar, talar y quemar.
No con la paciencia del santo, sino con la fe del carbonero.
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