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Columna
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Paso al futuro

Para regular el agua que ha de llegarnos del trasvase, no me parece suficiente con un solo embalse en la provincia de Alicante. Quizá técnicamente no se precisen más, pero ha sido una lástima desaprovechar las posibilidades que la ocasión ofrecía. Con cuatro o cinco de estos pantanos distribuidos estratégicamente por la geografía, los señores constructores habrían realizado un negocio extraordinario y nuestro turismo no hubiera encontrado competencia. Desde el litoral al interior, la provincia de Alicante sería un territorio poblado de miles de urbanizaciones, donde vendrían a instalarse ciudadanos de toda Europa. Esa riqueza incalculable que ahora lloverá exclusivamente sobre Monóvar, la hubiéramos multiplicado de haber sido más diligentes nuestros políticos y prever embalses en otros lugares.

Es cierto que la edificación de este pantano sumirá a algunas familias de agricultores en la desesperación, pero nada podemos hacer ante ello salvo indemnizarles como se debe. La agricultura, aunque hoy la utilicemos como excusa para demandar agua, es una actividad económica en retroceso, cuyo rendimiento jamás podrá compararse al de la construcción. Digámosles la verdad a nuestros agricultores: no hay hectárea agrícola que pueda medirse con una hectárea de golf. Esto es ineluctable. Pero, a cambio de sacrificar un poco de agricultura, ¡qué transformación tan extraordinaria del paisaje! Donde hasta ayer no había más que erial y secano, veremos levantarse en poco tiempo chalets, urbanizaciones, campos de golf, centros náuticos que darán al territorio un aspecto muy agradable y cosmopolita.

Días atrás, durante la inauguración de una feria inmobiliaria, en Alicante, el consejero García Antón calificó de ordenado el crecimiento urbanístico de la Costa Blanca. Cualquier persona podrá comprobar hasta qué punto son ciertas las palabras del consejero si da un paseo en automóvil por nuestra costa. Es imposible evitar el asombro ante la transformación de poblaciones como Torrevieja, Calpe, Pilar de la Horadada o tantas otras de nuestro litoral. Quienes tienen del paisaje una idea productiva y consideran que un metro cuadrado sin urbanizar es un espacio desperdiciado, compartirán, sin duda, el criterio de García Antón. En esta línea se encuentran numerosos alcaldes y promotores inmobiliarios, así como un gran número de ciudadanos que apoyan al partido del consejero en cada cita electoral. Consideran estas personas que el urbanismo actual, tal como se concibe entre nosotros, acarrea desarrollo económico, prosperidad y engrandece sus poblaciones.

A estas actitudes avanzadas, se oponen otras, minoritarias, que mantienen gentes de un carácter más conservador, para quienes nuestro desarrollo económico resulta agresivo y destruye el paisaje. Sostienen que el mercado no puede dejarse a su aire y piensan que la política debe procurar el bien general frente a la de unos pocos. Siento una gran simpatía por estas personas, pero no creo que sus ideas obtengan una gran difusión. Entre otras cosas, porque van contra el sentir de la mayoría de la población, y porque resultan difíciles de explicar en una época como la actual. Quizá estas personas deban considerar que, si como aseguraba el escritor Josep Pla, las mejores revoluciones son las que ocurren sobre las mesas de las notarías, esto no ha hecho más que empezar.

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