Ausencias sin justificación

"El caso Galíndez representa en el PNV la historia de un monumental fracaso; la tragedia culminante de una etapa turbia, poco honorable también", escribió en estas mismas páginas José Luis Barbería cuando, hace meses, se supo que no uno, sino hasta dos filmes centrados en la vida de Jesús de Galíndez esperaban turno de estreno. Ya está aquí el primero: Galíndez, el documental, es una aproximación respetuosa como, a la postre, insatisfactoria sobre uno de los más enigmáticos personajes del exilio republicano. Militante peneuvista, profesor universitario exiliado en la República Dominicana, donde pasó de colaborador a opositor al dictador Leónidas Trujillo, sería a manos de sicarios de éste que encontraría la muerte, tras rocambolesco secuestro en Nueva York, y tras sufrir horribles torturas: su cuerpo, es de rigor en estos casos, jamás apareció.

Pero Galíndez fue más que un político: fue ante todo un espía que trabajó para los servicios secretos americanos, como otros militantes del PNV. Y terminó, a la postre, de chivo expiatorio de una nueva situación política, el cambio de alianzas que la Administración estadounidense realizó para pasar de la oposición al régimen de Franco a principal valedor del dictador en el mundo.

Una biografía con esta densidad, con ese final tan trágico e impresionante da, es obvio, para múltiples abordajes. El que intenta Ana Díez es, quedó dicho, respetuoso: con las formas del documental televisivo, sin riesgos estéticos, pero intentando en todo momento que el discurso resulte claro para un espectador desconocedor de los entresijos, la cineasta aborda esa "etapa turbia" del nacionalismo vasco centrando la peripecia en su biografiado, pero evitando, y es ése el principal handicap del filme, la lectura política desde el presente. De ahí que Galíndez provoque la curiosa sensación de una falta: no se convoca aquí al principal punto de vista histórico involucrado, justamente el oficial del partido en el que militaba el fascinante personaje. Con lo cual la película resulta un pulcro acercamiento con elementos interesantes -la participación del policía que realizó la investigación del caso, por ejemplo-, pero falto de lo que más puede interesar del personaje: el saber de qué manera los actuales dirigentes peneuvistas manejan un legado tan envenenado como el que dejó atrás, contra su voluntad, su asesinado militante. Que es como decir que lo que falta es la revisión de una línea política tan difícilmente explicable, desde el presente, a la luz de la posterior política de alianzas del nacionalismo vasco mayoritario.