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Columna
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El factor incertidumbre

Podrás mudarte a un piso de un millón de euros con vistas a la arena de La Concha o al titanio del Guggenheim, arrellanarte en tu sillón de orejas o encastrarte en tu silla Bauhaus y contemplar el cielo de tungsteno (o quizás de cinabrio, o a lo peor de plomo) de tu ciudad levítica o termal y pensar que, en efecto, aquel poeta calvo sabía lo que decía al escribir que el mundo está bien hecho. Podrás. Pero también podrás adquirir un billete de tren, instalarte en tu asiento de no fumador y embarcarte en un viaje sin retorno a Chinchilla, provincia de Albacete.

Puede que mientras lees los versos inmortales y bellísimos de aquel poeta calvo pase tu tren por un tramo de vía sin automatizar, y puede que todo ello coincida fatalmente con un semáforo de color equivocado, un tren de mercancías en sentido contrario y un jefe de estación con demasiadas horas de trabajo a la espalda.

Podrás ganarlo todo y podrás en segundos perderlo porque nada es seguro, sólo la incertidumbre en la que todos (también los habitantes de los pisos de un millón de euros con vistas a La Concha o al museo americano de Bilbao) vivimos instalados. Da lo mismo que tomes el Talgo o un avión alquilado por la OTAN. El ministro Trillo achaca la tragedia de Turquía a un "cúmulo de circunstancias ajenas". Podría haber recurrido a la incertidumbre. Echarle a ella la culpa. Ellos, al fin y al cabo, son quienes la administran y gestionan. Administran la incertidumbre igual que los antiguos críticos literarios administraban el olvido.

La incertidumbre es cierta. Es sabido que existe y expande sus dominios. Nada es seguro, nada es inamovible, nada eterno, ni la patria mezquina de Sabino ni la Constitución que ha sustituido al integrismo de Menéndez Pelayo. Cayó el muro de Berlín y el Imperio Soviético se volatilizó y se derrumbaron las Torres Gemelas. Los años lentos de nuestra infancia autárquica, llena de planes de estabilización, películas de Sáenz de Heredia y de la RKO, tebeos de Novaro y de Tintín y veranos eternos hoy es sólo el guión de una serie en la que Imanol Arias hace de su padre.

Nuestro buzón se llena de panfletos garantizándonos la seguridad, ofreciéndonos el espejismo de los viejos y seguros tiempos. Los bancos garantizan en cuatricomía nuestra jubilación, es decir, nos aseguran una vejez tranquila, pero a la hora de la verdad no son capaces ni de garantizarnos un cursillo de inglés sin sobresaltos. Los partidos ofrecen en sus programas y en sus mítines seguridad a los amedrentados ciudadanos. En el último año se denunciaron en España más de dos millones de delitos y faltas. De modo que el asunto puede ser un negocio para unos y para otros. Y en el centro de todo la incertidumbre. Tan real y tan falsa.

Algunos juran que es el precio que debemos pagar por habitar en una sociedad desarrollada. A otros se nos antoja una nueva versión del destino.

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