_
_
_
_
LA CRÓNICA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Alegría agostense'

Si ayer, ustedes me hubiesen preguntado cuál es mi sueño, les habría contestado: salir en una película tocando el pasodoble Alegría agostense, con la banda de Joves Músics de Mollet del Vallès, dirigida por el maestro Padillo. Pero hoy, si ustedes me preguntan si el sueño se ha cumplido, les contestaré que sí. Lean, lean.

Los miembros de la banda participan como figurantes en un telefilme, y son tan generosos de dejarme figurar con ellos. Transportados desde Mollet por la empresa Autocares Alejandro, a las nueve de la noche llegamos al hospital del Tòrax de Terrassa, edificio que se alquila como plató. Es otro mundo, esto del cine. De entrada, a los extras nos llaman "chicos", en plan enrollado, aunque alguno supere los 60 años. No es fácil distinguir al director de la película entre tanta gente, pero hay un sistema que no falla. Es la única persona en un kilómetro a la redonda que no lleva un walkie-talkie en el cinturón. "Bon soir", nos saluda desde el set. "¡A ver, chicos!", nos grita el traductor. "Que no vea yo vuestro logotipo en las partituras, que se supone que sois de Niza. ¡No pienso repetirlo!". Y añade: "Es duro el cine, ¿eh, chavales?". Mientras sigue dando instrucciones, observo que el director -llamado Bruno Gantillón, por cierto- también se distingue de sus subordinados por otro detalle estético: del cuello le cuelga el objetivo de una cámara, por el que nos mira de vez en cuando, poniendo cara de acostumbrado. Ese objetivo colgante le hace muy sexy y, gracias a él, Bruno podría conseguir que cualquier mujer del rodaje quisiera hacer un gantillón con él. "¡A ver, chicos!", nos riñe el traductor. "Os pediría que no afinéis los instrumentos mientras estamos haciendo cuadro". Domina el lenguaje técnico.

Uno de mis sueños era salir en una película tocando el clarinete en una banda de música. Espero haber chupado bastante cámara

Entonces sucede. Ya estamos sentados cada uno en nuestra silla cuando, para que comprendamos todavía mejor que hay que estar en silencio, Gantillón se pone a hacer el mimo. Se coloca el dedo índice frente a la nariz y nos indica que callemos, pero a lo Marcel Marceau. Mueve las manos arriba y abajo, al tiempo que camina de puntillas. Eso me hace pensar que la película debe ser una obra maestra. Un hombre tan sensible seguro que imprime un especial carácter poético a cada plano y a cada contraplano de su coproducción. Con más motivo me concentro, porque empieza el rodaje de nuestra escena estelar. Nos interpretamos a nosotros mismos, ensayando, mientras nos dirige uno de los actores. Les diría el nombre del artista, pero nadie de los del rodaje se acuerda. Y así, ejecutamos los primeros compases de Alegría agostense, para luego seguir con un pasodoble-marcha -repertorio habitual de la banda- llamado Club de amigos de Radio Andorra. La pena es que, al ser un ensayo, no vestimos el uniforme. En un momento dado, el actor nos tiene que interrumpir y soltar sus frases. "On creieu que sou?", declama, con un acento rarísimo. "És tou, això. És lent. Sembla..." (pausa), "sembla Brahms". Daniel, el niño que toca el tercer clarinete, y Laura, la niña del fiscornio, comentan que es improbable que cualquier banda del mundo interpretando Alegría agostense pueda parecerse a Brahms, por muy despacio que toque.

Cuando nos dan el bocadillo, aprovechamos para explorar el recinto. "Leí que en este hospital, no hace mucho, robaron unos fetos", comenta Maribel, una pizpireta y virtuosa intérprete de flauta. "Eran fetos humanos, ¿no?", quiere saber el tesorero de la banda. "Conservados en formol", añade el niño trompetista Antonio Jesús. "¿De qué va la película?", le pregunto a un camionero que descarga plafones. "Es la típica película francesa, rollo pueblos de Europa. Sale un francés, un catalán, y el magrebí de buen corazón". Luego, volvemos al plató, porque a lo lejos ya se oye: "¡Chicos!". Y una vez allí, siempre didáctico, el traductor nos da más datos relevantes: "A ver. Os cuento. Hacemos un ajuste, luego el check-in y una inmediata, ¿vale?". De repente, a Gantillón le asalta una duda. De director a director, quiere saber qué es lo que diría el jefe de una banda para dar un descanso a sus músicos. "Pues, nada especial. 'Descanso", le contesta nuestro maestro. Gantillón le pide al actor del acento raro que diga "descanso", y él obedece. Es cuando el niño Daniel (clarinete) y el niño Víctor (trompeta) levantan la mano. "Debería decir 'descans', porque el actor habla en catalán", le advierten al traductor. "Bah, es igual", contesta él. "Ten en cuenta que luego se dobla. Además, si te fijas, como el actor es de fuera, tampoco pasa nada por decir una palabra mal. Ni se va a notar".

Esto me recuerda el cine porno. Cuando los actores ruedan las escenas previas al sexo, en las que todavía están vestidos, nadie se preocupa del idioma que usan, porque luego les doblarán. Lo que importa es lo otro. Claro que esta no es una película porno. Pero es algo mucho mejor. Es un telefilme franco-catalán, que tendremos el inmenso placer de disfrutar en TV-3. Se llama El millor negoci del món, y no hay duda de que lo será. Espero haber chupado bastante cámara. Yo soy la del echarpe de gasa negra y la camiseta roja. Hago como que toco el clarinete. Ya notarán que lo mantengo en posición vertical para no taparme la cara. Estoy al final de todo, justo antes del bombo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_