_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Don de gentes

Ayer se celebró en mi autonomía el Dia del Donant y, por haber sido invitada al coincidente acto de presentación de la Federació d'Associacions de Transplantats, recibí lo que bien podría llamar un valioso trasplante de optimismo. La gente llevaba un lazo color naranja en la solapa, un color lleno de vida con el mensaje implícito de la federació: "Lo más importante es el donante". Eso significa que el tremendo andamiaje científico construido en torno a uno de los mayores logros poético-prácticos de la medicina (que alguien le gane el pulso a la muerte gracias a una vida que ha sido arrebatada) no sirve para nada si no aumenta el número de donantes. España es el primer país en materia de donación de órganos; Catalunya va por delante.

Pero el mismo progreso que implica a los ciudadanos en el compromiso de la donación es, también y afortunadamente, el que nos hace más longevos. Y eso quiere decir: más. Se necesitan más donaciones. Si lo pensamos bien, por encima de las insensateces de este mundo puede existir una patria de los órganos, de los cuerpos solidarios, un sitio final en el que a uno ya no le preguntan de dónde procede ni a qué dios reza. No me parece que pueda hablarse de mejor gente que la que ofrece ese don.

Ayer, en el acto al que me he referido, tuve ocasión de recordar la tremenda sacudida que supuso, en diciembre de 1967, el primer trasplante de corazón, realizado por el doctor Christian Barnard en Ciudad del Cabo. Yo trabajaba entonces en la revista Garbo, y recuerdo que el evento se siguió con auténtica emoción y esperanza, todos pendientes de la heroica lucha del paciente contra el rechazo.

Poco después me abordó un caballero, y me recordó que él y yo habíamos trabajado juntos en la época del debut del doctor Barnard. Él lo hizo en los talleres que imprimían Garbo. Ahora está retirado y espera turno para un trasplante de riñón.

Parientes, amigos, incluso enemigos, sabedlo: en caso de muerte súbita, entregad mi cuerpo a la ciencia. Si mis órganos no resultan aprovechables, siempre quedará algo útil para la investigación. Descuartizada, sin curas cerca, y en manos de los médicos del futuro. No se me ocurre mejor forma de reinar después de morir.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_