Coraje en Birmania
Desde que regresara a Birmania hace 15 años para acabar ganando, en 1990, unas elecciones que ignoraron los mismos generales que las convocaron, Aung San Suu Kyi se ha pasado detenida más de la mitad de ese tiempo. La líder opositora contra la dictadura militar vuelve a estar arrestada con una veintena de sus leales en un lugar secreto de la capital, después de que el fin de semana, durante una gira política por el norte del país, un confuso enfrentamiento entre partidarios del Gobierno y de la Liga Nacional por la Democracia acabara con muertos y heridos. Los militares han cerrado las universidades y los locales de la oposición. El representante de la ONU para Birmania anuncia un viaje mediador a Rangún.
La junta birmana, que mantiene a 45 millones de personas amordazadas y en condiciones medievales, es un caso aparte, incluso en un país olvidado donde los golpistas tienen las riendas desde 1962. Mientras Europa y EE UU aplican sanciones económicas a la dictadura de Rangún y niegan el visado a sus representantes, los Gobiernos del sureste de Asia, agrupados en la ASEAN, una organización inane, prefieren mirar hacia otro lado. China, con una acrisolada tradición de apoyo a regímenes inaceptables, es el soporte decisivo de Birmania, un aliado estratégico al que mantiene a flote con sus ventas de armas y los préstamos que permiten el relativo funcionamiento de puertos, teléfonos o carreteras.
Suu Kyi, de 57 años, fue liberada el año pasado de un segundo arresto domiciliario de más de 20 meses. Los espadones le prometieron entonces libertad para desplazarse y una actitud más dialogante. Pero la junta castrense no soporta el predicamento popular de la Nobel de la Paz y ha orquestado provocaciones de grupos afines hasta conseguir su objetivo. Sólo una presión internacional coordinada y enérgica le devolverá la libertad.
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