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Columna
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Contra el frentismo

Josep Ramoneda

"El PP quiere ocupar básicamente el espacio del PSOE". Esta frase es de Josep Piqué, de una entrevista publicada el pasado sábado en La Vanguardia. Tiene todos los ingredientes para alimentar las sospechas sobre la estrategia del PP. ¿Qué buscan los populares? ¿Reeditar en Cataluña el modelo de sistema de partidos que tan mal funciona en Euskadi, es decir, la división del escenario entre un frente nacionalista y un frente constitucionalista? Ha sido catastrófico para Euskadi, pero al PP le ha dado muchos dividendos electorales dentro y fuera del País Vasco. La lógica del modelo tiende a transferir voto al partido que gobierna en Madrid, dentro del frente constitucionalista. Y así ocurrió a partir de 1996, cuando el PP adelantó al PSOE, y da buenos resultados a la derecha en el resto de España como base del discurso neoespañolista. En Madrid, no faltarían hooligans mediáticos para apoyar esta estrategia. Pero una estrategia de este tipo no es posible si dos no quieren: esperemos que los partidos catalanes no caigan en la trampa.

Afortunadamente, la situación catalana y la vasca se parecen poco. Entre otras cosas porque aquí no tenemos el cáncer de la violencia destruyendo permanentemente tejido social y provocando todo tipo de fracturas y enfrentamientos. Le costaría mucho esfuerzo al PP -que en Cataluña ocupa un rincón a la derecha del escenario- conseguir que las cosas evolucionaran hacia un modelo en que la normal confrontación democrática entre derecha e izquierda se convirtiera en una confrontación entre nacionalistas-constitucionalistas. Se supone a sus dirigentes un grado de información suficiente para saber de esta dificultad. Podría por tanto entenderse que las palabras de Piqué son sólo un aviso o un mensaje a Convergència i Unió, dividida en estos tiempos sobre su relación con el partido del gobierno. CiU es consciente de los costes electorales que ha tenido para ella el pacto con el PP. Y al mismo tiempo sabe que es difícil desarrollar determinados proyectos si el Gobierno español no está dispuesto a ayudar. Pujol, que se va, es el que tiene la posición más libre para recordarlo. Piqué intenta hurgar en esta conciencia escindida.

El nacionalismo catalán ha actuado siempre con plena lealtad al marco constitucional, la asunción de la realidad nacional de Cataluña está contemplada en el ideario de todos los partidos políticos excepto el PP. Dicen los partidos nacionalistas que el hecho de que existan demuestra que hay un problema catalán pendiente de resolución. Sabemos dónde sitúa esta solución Esquerra -en el independentismo-, pero siempre desde el más absoluto pragmatismo democrático. La ambigüedad de Convergència i Unió hace más difícil saber cuál es su listón, dentro de un proceso dinámico por definición. Pero en ninguno de los dos casos se pone en cuestión -salvo en momentáneos acaloramientos electorales o parlamentarios- el patriotismo -para decirlo con el lenguaje nacionalista- de partidos como el PSC o ICV. Es más, si alguna crítica se ha hecho al sistema de partidos catalán es la excesiva transversalidad (o complicidad) entre convergentes y socialistas, por el riesgo de generar demasiadas zonas de sombra compartida.

Hay, por tanto, escasas condiciones para que el modelo frentista fructifique en Cataluña. Pero las dinámicas del poder cuando se disparan son imprevisibles y, a veces, no se ve el daño hasta que ya está hecho. Es evidente que, en el marco político catalán actual, las expectativas del PP son limitadas. Su crecimiento no parece que pueda ser muy sensible si no lo ha sido ya en el momento más apoteósico de la derecha (los años de la mayoría absoluta). Su peso en el sistema de partidos catalán -otra cosa es el que tiene como Gobierno- está siempre a remolque de que CiU no prefiera o no encuentre otra pareja de baile.

Por eso, en contra de otras opiniones, a mí me parece no sólo inteligente, sino útil para el país, que Esquerra Republicana mantenga una cierta equidistancia respecto de los dos principales partidos (CiU y el PSC). Es verdad que puede haber un momento en que esta estrategia introduzca dudas en su propio electorado y que pueda incluso perder votos de gente que quiera saber adónde le va a llevar votar a Esquerra. Pero entiendo las razones de la equidistancia: Esquerra -aunque por historia sea el partido más viejo-, por su reciente retorno al primer plano, puede jugar la carta de presentarse como el verdadero partido de la renovación; Esquerra tiene una doble alma, un sector en que la componente nacionalista es determinante y otro que se siente fundamentalmente de izquierdas, y tienen que convivir. En cualquier caso, el día en que Esquerra opte, que tendrá que hacerlo tarde o temprano, si quiere mantener a su compleja familia unida tendrá forzosamente que darle un carácter de opción de moral provisional, es decir, no cerrar otras posibles alianzas posteriores.

Con cierta normalidad, este país ha funcionado conforme al modelo clásico de derecha (sentido amplio, porque hay gente de centro izquierda que vota a un partido comunitarista y, en algunos casos, con acentos socialdemócratas, como CiU) e izquierda (también en sentido amplio, porque hay cierta componente no sólo burguesa, sino incluso aristocrática, en el PSC). El factor nacionalista no ha quebrado nunca el equilibrio de un sistema, cuya anormalidad es que la alternancia, por lo menos hasta ahora, ha sido sólo indirecta: unos ganan siempre las autonómicas, otros las generales y municipales. En este esquema el PP tiene un papel muy claro: reforzar, cuando sea posible, las mayorías conservadoras.

Sorprende, en cualquier caso, yendo ya a cuestiones más tácticas, que CiU y el PSC se hayan lanzado a magnificar el éxito de Esquerra. Es cierto que Esquerra es un partido en alza. Pero precisamente por eso parecería lógico que CiU y el PSC reanudaran de inmediato la confrontación directa (Mas-Maragall), que es el camino directo para que la dinámica del voto útil funcione en su favor y les permita recuperar en octubre el terreno perdido. La manera en que se han lanzado sobre Esquerra Republicana como codiciado objeto del deseo hace pensar que los resultados les dejaron más desconcertados de lo que un simple análisis permite deducir.

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