Juan Carlos
Hay mucha gente que busca con desesperación una idea para no tener que pensar. Las ideas pueden confundirse con un sofá. Están en un lugar visible del salón, dispuestas para que la gente las vea y se tumbe en ellas. Las ideas claras y precisas son la siesta del pensamiento, nos dan soluciones, nos dejan tranquilos en la modorra de una opinión. Cerramos los ojos en la duermevela de la rutina, amparados por la luz domada de lo que ya sabemos, por el sentido común que tapiza la cultura y la vida con una tela suave de asuntos previsibles. Pero las verdades no son siempre la verdad, y conviene escuchar los ruidos que se caen de la penumbra de los relojes cuando los ladrones aprovechan la hora de la siesta para invadir la casa. El profesor Juan Carlos Rodríguez ha dedicado su vida y su cultura a demostrar que las ideas no son un sofá, sino unas visitantes a las que merece la pena atender. Les abre la puerta, les ofrece una silla más bien incómoda, les pone una copa, las deja hablar y discute con ellas. Después de darles la vuelta, de comprender sus cicatrices y sus contradicciones, se las presenta a los alumnos de la Universidad de Granada. Habla entonces con la pasión del que se juega la existencia en cada matiz, en cada silencio, en cada cita de palabras pasmosas, en cada lugar descisivo que la lectura descubre bajo la aparente frialdad de un verso o en el párrafo más desprevenido de una novela. Cambia de voz, domina los trucos del mago, pero sus clases no son un escenario teatral, sino la mesa íntima en la que se hacen confidencias sobre literatura, sobre filosofía, sobre los susurros del poder, que también es peligroso cuando no grita. Heredero del pensamiento crítico de Nietzsche, Marx y Freud, discípulo de Althusser, interrumpe el sueño de las verdades establecidas con la hoja de acero de una sospecha.
A Juan Carlos Rodríguez le han concedido el I Premio Josep Janés de Ensayo Literario por un estudio sobre Cervantes: El escritor que compró su propio libro. Para leer el Quijote (Debate, Madrid, 2003). Aunque se trata de un impeclable trabajo académico sobre el escritor que inventó la ficción al descubrir las exigencias del público, este ensayo de Juan Carlos, como todos sus libros, es también la novela de su propia vida. Junto a las andanzas del Hidalgo y del Escudero, entre los azares y los esfuerzos de Cervantes, veo a Juan Carlos en cada página del libro, veo su biblioteca de volúmenes subrayados, veo sus manuscritos mareados hasta la extenuación, veo a cientos de alumnos con el veneno de la literatura en los ojos, veo la mesa de sus confidencias, oigo una conversación sobre la ideología y el saber que se abrió para mí hace ya más de 25 años, eso duran las conversaciones de Juan Carlos, cuando me demostró con un soneto de Garcilaso que la literatura es un discurso radicalmente histórico. Acaban de traducir en los Estados Unidos su Teoría e historia de la producción ideológica, empiezan a conocerlo por allí. Muchos de sus alumnos hemos tenido la suerte de sentirlo cerca desde muy jóvenes para aprender que el conocimiento crítico no empaña la pasión pura y el amor por las palabras. Juan Carlos se lo ha leído todo, se sabe las letras de todos los tangos y está empeñado en que es posible transformar el mundo. Nadie ha conseguido quitarle el sombrero.
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