Buena salud
Resultó magnífica la idea de celebrar la 25ª edición de Ensems con 25 encargos (de noventa segundos cada uno) a compositores españoles. Lo que se escuchó fue toda una prueba de "buena salud compositiva", provocándose una agradable sensación de lejanía con respecto a aquellos tiempos (1970) en que lo más nuevo que se estrenaba en Valencia era La Consagración de la Primavera. Buena salud y robustez, también, la de un festival que está progresando en cuanto a la entidad e interés de sus propuestas. Y buena salud la de los intérpretes, cada vez más diestros en un repertorio poco trabajado en las instituciones educativas. Hábitos muy poco saludables, sin embargo, los del público, que este año continúa sin manifestar una curiosidad excesiva por la música de su tiempo.
25 aniversario de Ensems
Obras de Santacreu, Valero, Santos, Sotelo, Fernández Guerra, Camarero, J. L. Turina, Cano, Gálvez, Aracil, Sánchez Verdú, Ramos, Orts, Sanz-Burguete, Jurado, Torres, Cerveró, Rueda, Gómez-Schneekloth, Voro García, Mira, Calandín, Verdú, López López y del Puerto. Intérpretes: Samblancat, Estellés, Bernat, Mentxaca, Esteban, Jaume, Balaguer y Lacruz. Teatre Talia. Valencia, 28 de mayo de 2003.
La sesión contó con un aliciente añadido. Alguien decidió dejar el teatro Talia en un estado de oscuridad casi total, por lo que era imposible leer el programa y saber a cuál de los 25 estrenos estábamos asistiendo. Sólo los fumadores, en tanto que portadores de mecheros, se enteraban de quién había compuesto cada una de las partituras. Para los demás, la música iba sin nombre ni apellidos, y se degustaba sólo en función de sus propios encantos. Cosa que, en principio, no es mala idea.
Un laborioso trabajo de reconstrucción, memoria y designación numérica permitió, a posteriori, atribuir cada obra a su hacedor. Excepción hecha, claro está, de la de Carles Santos: cuando vimos salir a una especie de difunto sostenido por tres porteadores que lo depositaron sobre el teclado del piano, dejándolo allí hasta que las cuerdas dejaron de vibrar, todo el mundo supo que la obra era del compositor de Vinaròs. Para más inri, estaba dedicada a la directora del Institut Valencià de la Música, Inmaculada Tomás.
El clarinete fue el instrumento escogido para su minuto y medio por muchos compositores, que no ignoran lo vertiginoso y lírico que consigue resultar en solitario. Especialmente intenso fue el de Javier Santacreu, mientras que el de Enrique Sanz exploraba misterios dentro del piano, y el de Mauricio Sotelo traía perfumes orientales (¿o quizá de flamenco?). Hubo percusión imaginativa y lúdica en las obras de Andrés Valero, Gómez-Schneekloth y López López. El violín estuvo trágico con Carmen Verdú, experimental con Joan Cerveró, y gimió contenidamente en la obra de Ramos. Todos los compositores que se expresaron con flauta dedicaron sus noventa segundos, entre otras cosas, a la exploración de recursos. También del violonchelo se investigaron efectos -pero no efectismos- en las composiciones de Gálvez y Voro García. Un móvil destemplado atacó la obra de Camarero, pero, aún así, el piano y la voz pusieron, asimismo, su granito de arena en esta pequeña fiesta de la contemporaneidad.
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