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Vaya por Dios

Ya ha terminado la campaña electoral y se han celebrado las elecciones, y, aunque tal vez sea todavía demasiado temprano para realizar un análisis frío y sosegado de los resultados, mi compromiso mensual con estas páginas me obliga a realizar ese análisis en este momento, aun cuando no sea el más oportuno. Vaya por delante que voy a intentar que el análisis sea lo más desapasionado posible, aunque no lo consiga y, si lo hiciera tal vez resultaría poco creíble, como consecuencia de mi adscripción a una formación política.

Y tengo que empezar por confesar que me encuentro como el personaje de Bertold Brecht que, sentado en la cuneta miraba el cambio de rueda y, sin importarle el lugar de donde venía ni el lugar adonde iba, se preguntaba por qué miraba el cambio con impaciencia. Tal cual me ocurre a mí cuando analizo el resultado de las elecciones, y a pesar de comprobar que el PSOE ha sido el partido más votado, y en un buen número de casos ha incrementado su representación, termino preguntándome por la razón de mi desasosiego.

No cabe duda que la primera de las razones por las que no puedo considerarme satisfecho, hay que encontrarla en el hecho de que en la Comunidad Valenciana los socialistas no hayamos obtenido un mejor resultado, y que, salvo contadas excepciones, nos vayamos a pasar los próximos cuatro años rodeados de administraciones en manos de los populares. Hago un paréntesis y me permito rogar un poco de compasión al lector, la cual me concederá a buen seguro cuando se percate de que voy a estar gobernado, no sólo por Camps, sino por Ripoll y Díaz Alperi. Pero tal vez la causa principal del regusto amargo haya que encontrarla en que teníamos unas expectativas superiores a los resultados obtenidos. No nos basta que vayamos a dirigir Comunidades Autónomas más pobladas que los populares, ni tan siquiera que hayamos vencido en número de votos en las elecciones municipales.

No creo que las razones de nuestras mejores expectativas haya que encontrarlas en nuestra postura acerca de la guerra, porque las razones de política exterior terminan motivando muy poco al electorado. O porque como escribió en este mismo diario Andrés Ortega, el no a la guerra no es política. El problema radicaba en el que se había empezado a percatar una cierta desafección de los ciudadanos, fundamentalmente de aquéllos que se encuentran en las "zonas templadas del espíritu", hacia el PP, motivada por ciertas razones tales como la peculiar manera que ha tenido el gobierno de afrontar los problemas que se le venían encima, manera que se ha traducido en una insoportable manifestación de soberbia y en la permanente descalificación del discrepante. El problema no es tanto que se considere que las medidas contenidas en el decretazo fueran innecesarias, o que la gestión de la catástrofe del Prestige se hiciera con los pies, o que la invasión de Irak respondiera a motivos diferentes de los manifestados; el problema radicaba en que los ciudadanos que pensaban de esa manera no deberían ser tachados de irresponsables, radicales o ignorantes, como ha hecho el Gobierno. Además, la erosión de la imagen del gobierno parecía incidir especialmente en un sector del electorado que abomina de la crispación y los malos modos, o reacciona contra la soberbia y la chulería. A esta circunstancia se le añadía un hecho especialmente positivo cual es el de la recuperación de la intención de voto hacia el PSOE entre los jóvenes.

Pero tal vez nos equivocáramos al creer que esa mejora de expectativas se iba a convertir en una ola a favor de la opción socialista. Tal cambio radical de tendencia no se ha producido posiblemente por diversas razones. En primer lugar porque un comportamiento más maduro del electorado produce que los cambios de tendencia sean más mitigados. Pero también porque la mejoría de la valoración que merecía el Partido Socialista entre el electorado moderado, ése que reaccionaba contra la soberbia y la intransigencia del PP, ha podido quedar compensada por una cierta imagen de oposición de pancarta y protesta callejera, que tampoco termina de ser bien vista. Y tal vez la razón más importante haya que encontrarla en la propia campaña del PP, que a muchos haya producido rechazo por desmesurada y falsa, pero que nadie puede negar que ha sido tremendamente eficaz.

Los ejes centrales del PP han consistido en presentar a los socialistas como unos radicales, y, además siempre en compañía de los peligrosos comunistas, y en incidir en los peligros que se derivarían de una victoria del PSOE, en materias tan sensibles como las pensiones. Puede producir rechazo la utilización de ciertos argumentos, pero no tenemos que extrañarnos viniendo de quien viene. Pensar que personas tan equilibradas como Zapatero o Pla, puedan ser tachadas de radicales, causa sonrojo, pero al parecer ha habido quien se lo ha creído. Y en cuanto a la coalición con los comunistas parece una maniobra del estilo más rastrero. Podríamos referirnos a los dorados tiempos de la pinza o la escena del sofá entre Aznar y Anguita, o bien a los supuestos en los que el PP ha votado a un alcalde de IU para evitar que gobernara un socialista (Petrer sin ir más lejos), pero es que incluso podría contar ciertas anécdotas, como la ocasión en la que el propio Zaplana me pidió que trasmitiera a la dirección del PSPV que harían alcaldesa de Alicante a la cabeza de lista de IU si prosperaba una moción de censura contra el alcalde del PP de Altea, y como quiera que esa moción prosperó, presumo que si no se concretó la amenaza fue debido al buen criterio de IU, y no a un cambio de criterio en el PP. Pero el caso es que cometimos el error de menospreciar la capacidad de manipulación del PP, y los efectos que podría causar sobre ciertos sectores de la población.

En cuanto al recurso al tema de las pensiones, la bajeza moral de quien lo ha esgrimido resulta indignante. Decir que las pensiones estaban en peligro si se producía una victoria del PSOE merece figurar en lo más alto del escalafón de la indignidad política, y ello en primer lugar porque en estas elecciones no se decidía nada sobre pensiones, en segundo lugar porque bastaba con echar mano de la hemeroteca para recordar como tanto Aznar como Rato habían manifestado en el año 1996 que las pensiones no estaban en peligro gracias al Pacto de Toledo, y finalmente porque uno de los apartados de ese Pacto consiste precisamente en no utilizar el tema de las pensiones en las campañas electorales. Pero tal vez haya que concluir que la responsabilidad recae en los socialistas por llegar a creernos que ese acuerdo iba a ser respetado.

Frente a esas consideraciones quedan a un lado otros argumentos que se aducen como justificativos del resultado electoral. Lamentablemente no creo que hayan incidido ni el contenido de los programas, ni el balance de la gestión al que hacía referencia Camps. Y ello porque, en primer lugar, el programa del PSPV era un documento equilibrado y lleno de medidas sensatas y, si se hubieran leído, atractivas para distintos sectores. Y en cuanto a la gestión, no tengo especiales ganas de llevarle la contraria al electo Presidente de la Generalitat, pero si se hubiera hecho un balance de la gestión a la hora de votar, el PP no habría sacado ni un solo concejal en el Ayuntamiento de Alicante. Porque si alguien piensa que allí la gestión ha sido buena, que me lo diga. Porque es posible que haya quien crea que Alperi ha hecho bien las cosas. Pero yo no lo conozco.

Luis Berenguer es eurodiputado.

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