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El reto de la violencia contra las mujeres

Un día más, un día cualquiera, nos despertamos con un nuevo caso de violencia doméstica. Ya se nos ha pasado el horror inicial de las primeras veces, apenas si nos interesa la situación de los protagonistas o el desarrollo de los hechos; no conocemos a la víctima, tampoco al agresor, uno mas. Hablamos, entre otras denominaciones, de violencia doméstica, violencia en la intimidad o violencia de género. En cualquier caso, de lo que hablamos es de la violencia específica contra las mujeres por parte de su pareja.

No se trata de un problema nuevo, pero en las tres últimas décadas el colectivo de mujeres, de forma colectiva y organizada, han venido denunciando la situación y han creado un cierto impacto social. La violencia sale del ámbito de lo privado para convertirse en un problema social grave y un problema de salud pública que implica a toda la sociedad.

El médico de familia puede ser la voz de alarma inicial que desencadene otras acciones necesarias

Es cada vez más frecuente para los médicos de atención primaria encontrarnos con consultas de mujeres que no aguantan más, que, tras una larga historia de maltrato, deciden acudir para pedir ayuda. Y lo hacen a través de su médico de familia. Algunas de ellas acuden con los signos evidentes que su agresor ha dejado marcados; otras, han sido agredidas una y otra vez en el ámbito de lo sexual, pero todas están siendo heridas en lo que no se ve: la autoestima, su capacidad de desarrollo personal, sus ilusiones, su vida, sus relaciones.

Acuden paralizadas por el miedo, los sentimientos de culpabilidad y la impotencia. Son mujeres rotas que alguien se ha empeñado en romper. ¿Qué circunstancias se están dando en nuestra sociedad para que este problema esté tomando estas dimensiones?

Existen factores socioculturales: el hombre sigue teniendo una imagen de superioridad con una asignación de roles concreta. Pero estos roles van cambiando y en las últimas generaciones se va dando un cambio de actitudes y de mentalidad, con conductas que se consideran socialmente inaceptables. Algunos hombres viven estos cambios como inaceptables y trasladan su conflicto personal a la intimidad del hogar, donde manifiestan su superioridad y autoridad a través de la violencia contra aquellos seres físicamente más débiles.

Hay factores educacionales en la mujer, que ha sido, o sigue siendo, educada para ser esposa y madre por encima de otras aspiraciones en su desarrollo personal. Y también factores educacionales en el hombre, formado para moverse en los ámbitos de poder, vivir la vida desde lo racional, trabajar para procurar el sustento económico de la familia y ejercer un papel de autoridad. La posibilidad de que las mujeres planteen nuevas condiciones para la igualdad o no se muestren como personas sometidas, puede generar en los varones mecanismos de control social e individual hacia ellas, a fin de evitar que se muevan del espacio que les ha sido asignado. Algunos de ellos reaccionan con actitudes invisibles y cotidianas, lo que algunos autores califican como "micromachismos". Otras reacciones, aunque minoritarias, son más visibles y alarmantes por las consecuencias que producen.

No podemos olvidar los factores ambientales que genera una sociedad donde la violencia se utiliza como forma habitual de la resolución de los problemas. Desde los conflictos menores circunscritos al ámbito de las relaciones personales hasta los de más alto nivel en las relaciones internacionales. Cuando este comportamiento se hace habitual y familiar, se justifica y se reproduce para todas las relaciones. Si la violencia se ejerce en los ámbitos de poder, con más razón puede justificarse en la intimidad del hogar.

¿Por qué las mujeres aguantan tanto durante años; por qué no piden ayuda; por qué no se separan; por qué disculpan, justifican, ocultan; por qué denuncian y retiran la denuncia; por qué se marchan de casa y después vuelven? Las respuestas no son sencillas. Hay que tener en cuenta que la violencia se ejerce por parte de un hombre con el que mantienen o han mantenido un vínculo afectivo y amoroso, con quien comparte su vida o es el padre de sus hijos. Un hombre, muchas veces, con una buena imagen pública, lo que hace que la mujer tenga miedo a no ser creída.

La mujer siente vergüenza y culpabilidad. Tiende a restarle importancia. Tiene miedo a que la violencia sea cada vez mayor, incluso a perder la vida, a lo que se le puede venir encima: procesos judiciales, situación social, dificultades económicas. Además, no tiene a quien confiar una cosa así, vive aislada porque él se ha encargado de ello. Desde este punto de vista, se comprende que terminar con una situación de maltrato no sea fácil.

El fenómeno de la violencia contra las mujeres no nos puede dejar impasibles. La sociedad debe ofrecer vías de solución para evitar el sufrimiento, en algunos casos hasta la muerte, de tantas mujeres maltratadas. En nuestros servicios de salud y, en concreto en la atención primaria, se dan un conjunto de condiciones óptimas para abordar estas situaciones. La relación de confianza médico-paciente donde se le dé posibilidad de ser escuchada y recibir apoyo es uno de los pilares fundamentales. Se precisa una relación de continuidad donde la mujer agredida entre en un proceso de toma de conciencia de su situación para vislumbrar caminos de solución. Todo esto acompañado de profesionales sensibilizados y formados para el abordaje de los problemas de violencia contra la mujer.

De esta manera, el médico de familia puede ayudar al diagnóstico de la situación y ser la voz de alarma inicial que desencadene otras acciones necesarias. Porque sólo el abordaje interdisciplinar desde diferentes ámbitos (sanitario, policial, psicológico, asistencia social, legal, etc.) puede resultar realmente efectivo.

Maxi Gutiérrez Jodra es médico de familia.

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