Las lágrimas del coronel
La magnitud de la desgracia conmociona la ciudad de Burgos, sede de la Brunete y hogar de 20 de los fallecidos
La rueda de prensa termina justo a tiempo. Si hubiera durado dos minutos más, el coronel Mariano Febrel, jefe de 20 de los hombres que acaban de morir en el accidente de Turquía, lo hubiera tenido difícil para contener las lágrimas. Es ahora, cuando se aleja por el pasillo de la División Mecanizada Brunete, a salvo ya de las cámaras de televisión, cuando Febrel -uniforme de camuflaje y botas de campaña- no aguanta más y deja que se le escapen. La noche del domingo había salido de Burgos para recibir en la base de Torrejón (Madrid) a sus hombres que llegaban satisfechos de Afganistán. Ahora, seis y media de la tarde del lunes, su destino es bastante más duro. Se dirige a visitar, una por una, a las esposas y las madres de los que se quedaron para siempre a punto de volver. "Quiero estar con mis hombres", confía al reportero, "porque también nosotros, sus compañeros de la base de Castrillo del Val, éramos la familia de los que han muerto".
"Estaban esperando a ver las nubes de España para aplaudir y abrazarse"
Se aleja con paso rápido y deja sobre la mesa unas cuantas fotografías que, hace sólo unas horas, trajo el correo electrónico desde Afganistán. Las había tomado con su cámara digital el teniente coronel José Ramón Solar Ferro. En una de ellas se ve al propio Solar con una niña afgana en brazos. Él mismo había escrito a modo de pie de foto: "Mi niña. Me la llevaría para España. Estos momentos lo justifican todo".
Hay más fotografías. En una de ellas se ve a la plana mayor en la fiesta de despedida de la misión. Hay tres o cuatro militares disfrazados de talibanes y otro más de torero. Uno de los oficiales que han muerto, un comandante de apellido Ripollés, anima el cuadro tocando la guitarra. "Se nota que están felices", comenta el teniente coronel Aymerich, "yo los conocía bien porque coincidí con algunos de ellos una misión humanitaria en Bosnia". Aymerich sabe bien de esa especie de síndrome que afecta a muchos de los militares y guardias civiles que, de unos años a esta parte, vienen participando en misiones humanitarias. "Una parte de ti", asegura, "se queda siempre allí. Y muchos se vuelven porque no tienen más remedio. Hay gente que va de misión en misión".
Era el caso del teniente coronel Solar. Natural de Noja (Cantabria), tenía en su currículo distintos cursos de paracaidismo y educación física, había sido profesor en la Escuela de Ingenieros y también estuvo en Bosnia unos años atrás. Pero la de Afganistán tenía un sabor especial: fue su primera misión como jefe del contingente. Solar no era el único de los veteranos en misiones humanitarias.
También había estado en varias de ellas el comandante Antonio Novo Ferreiro, natural de Guitiriz, un pequeño pueblo de Lugo. Novo era además director de la revista militar Tierra y hacía las veces de portavoz de la expedición. Uno de sus compañeros contó ayer a este periódico: "A principios del mes de enero estuve en Afganistán 10 días con él, mientras preparábamos el relevo. Volví a hablar con él, ya por teléfono, unas semanas después, y me dijo que había conseguido hacer una entrega de juguetes en un orfanato y que se sentía muy satisfecho. Ahora estaba especialmente preocupado porque faltaban libros de español para las clases que se están impartiendo en la universidad de Kabul". A 3.500 kilómetros de su acuartelamiento de Burgos, el teniente coronel Solar o el comandante Novo tenían una misión muy distinta -o quizás no- de la que los había llevado a Afganistán. Que los niños tuvieran juguetes, que ningún afgano que lo deseara se quedara sin aprender español. Soñaban con no tener que sacar la pistola...
Burgos era anoche un correr de boca en boca. Difícil era encontrar a alguien que, de lejos o de cerca, no conociera a alguno de los fallecidos o a sus familias. Aunque el Ejército no difundió la lista de los accidentados -sólo su graduación-, pronto se supo que entre ellos se encontraban dos hermanos, un sargento y un teniente, los dos nacidos en Burgos, pero uno de ellos casado con una joven de Galicia. Y que otro de ellos dejaba viuda y dos huérfanos. También se conoció que, en cuanto fueron llegando las primeras noticias, los familiares de cuatro de los accidentados se presentaron en la base de Castrillo del Val, situada a unos 10 kilómetros de Burgos. Allí supieron lo que ya iban presintiendo. Otros allegados fueron informados en sus propias casas. Dos mujeres tuvieron que ser trasladadas en ambulancia al Hospital General Yagüe, donde quedó instalado un dispositivo de urgencia psiquiátrica.
El general Emilio Pérez Alamán contó ayer tarde que, desgraciadamente, nadie perdió el vuelo. Sólo el comandante de la Guardia Civil que viajaba con ellos pudo no haberse subido, pero al final decidió hacerlo en ese Yakolev 42 y no en el siguiente. Parte de su trabajo allí era formar a la policía afgana y orientarles en el control de la delincuencia. "A mí no me hace falta haber estado en ese avión", se lamentó el teniente coronel Aymerich, "para saber el ambiente que venían viviendo. Estaban esperando a ver las nubes de España para aplaudir y abrazarse".
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