Una mirada privilegiada

La estrella de La traviata en Valladolid es Pizzi. En realidad es Verdi por componer una ópera tan maravillosa, pero lo excepcional aquí es la producción creada por el ilustre escenógrafo y director de escena milanés a comienzos de los noventa. Pizzi se siente hoy un poco alejado conceptualmente de ella y está preparando para la inauguración de la próxima temporada del Real algo sustancialmente diferente.

La traviata de Valladolid es deslumbrante desde la concepción plástica, especialmente desde la distribución espacial a través de la luz o el efecto multiplicador de los espejos, pero sobre todo es impactante desde el color. Dominante en azules el primer acto; en verdes o en rojos en cada escena del segundo, y en grises el último, aunque siempre contrastado todo con una continuidad violeta y con la explosión cromática del vestuario. Pizzi tiene la mirada privilegiada del pintor inspirado por la música. Y desde la pintura sigue a la protagonista en sus evoluciones, describiendo con sencillez cada situación y recreándose en la belleza clásica y humanista.

Lo específicamente musical no llega a estas alturas de refinamiento. La orquesta, de insuficientes efectivos en algún sector, ambienta o describe con pulcritud alguna situación, pero, en general carece de tensión dramática, de componente teatral. Svetla Vassileva se mostró artísticamente rígida en el primer acto como Violetta, se desenvolvió con soltura en el segundo y alcanzó sus momentos más emotivos en el último. Voluntarioso y por momentos titubeante el tenor; elegante en la línea musical, especialmente en el aria Da Provenza, el barítono Carlos Bregaza, y muy seguras en todo momento Linda Mirabal y Marta Ubieta. La corrección musical, unida a la excelencia visual, desembocó en un espectáculo gratificante.