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Crítica:LOS LIBROS DE LA FERIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tránsito de vidas

Después de su presentación en España con la admirable novela Alondra, llega ahora una segunda novela que se diferencia de la primera, sobre todo, en el papel que cumple el escenario ante el que transcurre la historia. Alondra era una historia sustancialmente intimista, a partir de la cual se planteaba la situación de dos viejos amedrentados ante la vida y justificados en su amedrentamiento por la necesidad de cuidar a su fea y simple hija cuando la ausencia temporal de esta última descubre a unos y a otros la verdadera cara de sus frustraciones. En Anna la dulce nos encontramos con una decidida intención de enmarcar un drama personal dentro de una clase social en un periodo histórico determinado. Estamos en 1919, cuando la experiencia comunista de Béla Kun ha fracasado, los rumanos ocupan Hungría y el sistema burgués comienza a liquidar lentamente los restos de comunismo para dar paso al gobierno fascista del almirante Horthy.

ANNA LA DULCE

Dezsö Kosztolányi

Traducción de Judit Xantus

Ediciones B. Barcelona, 2003

272 páginas. 16 euros

Es importante señalar este aspecto porque la novela, al desdoblarse entre situación personal y situación histórica, adquiere una dimensión irónica muy acusada y ésta es su cualidad más alta al final del relato. En realidad, la anécdota es bastante sencilla: un matrimonio burgués acomodado que se encuentra en precario a causa del régimen comunista contrata a una criada nueva, Anna, coincidiendo con la huida de Béla Kun del país. La relación de la dama con las criadas está retratada magníficamente y parte de una descripción costumbrista para mostrar con toda acidez su concepción moral de la vida y de las relaciones humanas. Cuando contratan a Anna, una muchacha campesina absolutamente simple que sólo busca un espacio al que adaptarse sin cuestionarlo en modo alguno, su propia sumisión hace saltar por los aires la imagen tradicional burguesa de la criada que roba, no limpia, es holgazana, hay que atarla corto, etcétera.

Lo importante del asunto

es la relación que los miembros de la familia mantienen con Anna (y, de paso, la que mantiene con ella, directa o indirectamente, el vecindario de la casa y del barrio). Lo que veremos es cómo la relación no le produce otro beneficio que el de verse convertida en un objeto en propiedad, propiedad que no deberá ser cuestionada por ningún acontecimiento y, menos que ninguno, por cualquier clase de decisión personal que Anna pudiera tomar con respecto a su vida. Queda prendida a su ama como un broche que se luce o se guarda, según las ocasiones.

Kosztolányi tiene un estilo que se adapta maravillosamente a la ironía y aun a la sátira: conciso, lejos de cualquier adorno, es su precisión y su agilidad la que producen el efecto de mostrar personajes y situaciones caracterizados antes por sus actitudes y sus voces que por sus pensamientos íntimos, lo que le permite establecer un retrato de psicología de clase antes que una construcción psicológica de personajes. La historia se desarrolla con toda fluidez vista desde fuera salvo algunos contados momentos y, en cualquier caso, el narrador se hace presente y, lo que es más notable, desemboca al final en la presencia del autor mismo, que se presenta como tal para cerrar la historia con un golpe de efecto tan inteligente como expresivo y que viene a ser como el adorno con que el torero remata una faena excelente.

Hay tres momentos singulares que marcan el tono de la novela y sus mejores logros. El primero es el de la primera noche de Anna en casa del matrimonio Vizy: el relato de su sueño es un prodigio expresivo y una presentación admirable de la muchacha, que será clave para entender el desarrollo posterior de su relación con los Vizy y que se convierte en un retrato personal sin concesiones al psicologismo. La segunda es la maravillosa discusión sobre las criadas, la humanidad y el orden político en casa de los Vizy con sus vecinos y el uso del médico Moviszter como contrapunto crítico a la simpleza mental, egoísta y mezquina, de la mentalidad burguesa. Este contraste lo utilizará hasta el final, siempre con buen sentido y justeza. La tercera es la escena de la seducción de la criada por el señorito, escena difícil donde las haya por la facilidad con que se dirige al tópico y que resuelve con una eficiencia y brillantez impactantes.

La hipocresía, la mediocri-

dad, el egoísmo y la crueldad inmanente a la autosatisfacción de la clase burguesa está retratada con mano maestra y se decanta especialmente al final, justo cuando se produce el único agujero de la novela. El crimen de la criada no está suficientemente justificado, pero el resultado que concita alrededor, en cambio, no tiene desperdicio. La ironía crítica avanza en un crescendo medido y poderoso y se apodera del todo de la novela, haciéndonos comprender que, finalmente, no es Anna la protagonista sino el mundo que rodea a esta pobre infeliz. Entonces es cuando la obra muestra su verdadera dimensión. También viene a cuento señalar que hoy, que tanto se pide asequibilidad a las novelas, el texto de Kosztolányi demuestra cómo se puede ir al grano sin adornos y conseguir una mirada crítica sin concesiones. Una lección ciertamente interesante.

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