Joyas con brújula
Decía Cyril Connolly, en Enemigos de la promesa, escrito en 1938 -ya ha llovido sobre nuestros corazones-, que "el elemento de inflación en el éxito implica una reacción en su contra". Respecto a la narrativa extranjera, esta reacción puede ser total. En estos meses de 2003, la fanfarria y el marchamo de genialidad ha recaído en la literatura norteamericana, con Jonathan Franzen a la cabeza. Los demás países no tienen ese empuje industrial, y a sus autores hay que buscarlos con una brújula de discernimiento cuya aguja se mueva a impulsos de la calidad de prosa, la reflexión artística y el estupor de una trama construida con el encantamiento de la palabra.
Con esta orientación, elegir cuatro o tal vez seis títulos es un modo de agradecer la existencia de la literatura. Plaza de Dante (Metáfora), de Dragan Velikic (Belgrado, 1953), es una novela hecha de fragmentos de historia viva, como su Yugoslavia natal, a la busca de una armonía perdida. Velikic escribe bajo la herencia de Musil, Joyce y Danilo Kis. Aquí la literatura tiene la importancia de la respiración. Un escritor muere en el exilio; un librero recoge su legado; en el oscuro sótano de una biblioteca, un lector ordena su obra póstuma; todos, en sus destinos cruzados, trabajan contra el desarraigo y el olvido.
Los libros de Imre Kertész (Budapest, 1929) también se escriben para preservar un recuerdo: Auschwitz. "El verdadero problema de Auschwitz", dijo en su discurso de recepción del premio Nobel el año pasado, "es que sucedió, y esto no puede ser alterado". Kertész es implacable con el suceso más determinante del siglo XX. En Sin destino reflejó su experiencia del campo de exterminio; Kaddish por el hijo no nacido es una oración negativa: "Las palabras padre y Auschwitz producen en mí las mismas resonancias". Ambos son inicio y consumación de su trilogía sobre la ausencia de destino. Faltaba la novela central, Fiasco, recientemente editada, donde un Kertész más irónico se parodia a sí mismo en el ambiente de negligencia de la dictadura estalinista. Los tres libros han sido publicados por Acantilado.
Escritora de una única novela, el género idóneo de Alice Munro (Wingham, Canadá, 1931) es el cuento. Su maestría en este campo no tiene visos de agotamiento. Su último libro, Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (RBA), es un prodigio de introspección y sutileza. Munro nunca simplifica una vida; al contrario, propende a complicarla, de modo que sus cuentos funcionan como novelas. Su tema es el equilibrio imposible de la mujer, que se debate en la frontera que separa "la cortesía formal de la intimidad devoradora".
Ya sólo queda espacio para una joya. La brújula tiembla y puede romper el cristal. Señala un volumen pequeño, editado por Minúscula, siempre fervorosa con el lector: El viaje a Arzrum, de Pushkin, que nunca había sido vertido al español. No llega a cien páginas, son apuntes (pero cada línea es un destello) de su viaje con el Ejército ruso en su marcha por el Cáucaso, Georgia y Armenia. Un libro menor, pero con la prosa de un gigante. Ya lo dijo Nabokov: "El lector de Pushkin ve incrementada la capacidad de sus pulmones".
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