El sueño del hombre en tutú
Un repentino cambio de programa por el accidente de un bailarín impidió poner Don Juan, y fue sustituido por dos creaciones muy diferentes que a la larga mejoraron el programa, permitieron al público madrileño que llenaba el Bellas Artes valorar todo el espectro estético del reputado conjunto checo.
La primera obra, Little gallows, fue la más conservadora, cercana al estilo de Kilian (que en su Praga natal es adorado por todos), y en una amable senda de corte nacionalista que hace recordar lo que en la música dieron en su momento Smetana o Dvorak: el amor a la tierra a través de su arte. Con un apoyo sonoro de canciones melancólicas, tres parejas de bailarines dibujan un simbólico ciclo de la vida a la muerte y el regreso a la vida. Es una estructura sencilla, de frases onduladas que pretenden seguir la cadencia cantada.
Ballet de Cámara de Praga
Little gallows: Spiritual Quintet / Peter Zuska; Golem: Zbynek Mateju / Pavel Smok; El sueño de María: Zuska / Cesare Pugni y C. Saint Saens; escenografía: Daniel Dvorak; vestuario: Josef Jelinek. Teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes, Madrid. 21 de mayo.
Después, Golem se mostró como un correcto ejercicio de danza teatral narrativa muy bien expuesta, comprensible tanto en la dinámica bailada como en la dramatúrgica. Golem, al que el coreógrafo trata con una cierta y discreta ironía, tuvo en el cine mudo dos versiones hoy tenidas como clásicas; después los checos modernos produjeron Señorita Golenka, y antes Karel Kapec había glosado al personaje con su punzante escritura, criatura inquietante que puede compararse, en mucho, con dos doctores: el Doctor Coppelius y el Doctor Frankestein: todos fabrican un ser, lo animan o creen animarlo, y así surgen el debate moral y sus consecuencias.
La música de Majetu evoca sin sonrojo pasajes y sonoridades de La consagración de la
primavera, de Stravinski, mientras que la danza combina el ballet moderno con los movimientos contemporáneos. Golem termina con la escena de la boda y deja en el misterio el destino final del engendro, acaso metáfora de todos los males generados por el hombre.
En El sueño de María, cuatro chicos actuales, sospechosamente solitarios, pasean por un parque nocturno (pensemos en el Retiro madrileño); uno de ellos tira piedras a un estanque, los otros se observan de soslayo. Suena La muerte del cisne y aparece el espectro de un cisne: es una bailarina en puntas. Los muchachos bailan a su alrededor, van con trajes y chaquetas negras. Hasta que se van de la escena y vuelven desnudos, sólo cubiertos por la vaporosa falda de un tutú romántico, y enseguida, con soltura, hacen la pose inicial-final del Grand pas de quatre. De pronto, ya son María Taglioni (inspiradora de Zuska en este pequeño y gracioso ballet), Carlotta Grisi, Fanny Cerito y Lucile Grahn. Ironía, humor, pericias atléticas e ingenio hacen de la obra un buen cierre de programa que el público aplaudió con entusiasmo.
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