¿Farol o verdad?
Existen suficientes ejemplos en el archivo de declaraciones de Jesús Gil que obligan a mirar con cierto escepticismo o cautela su repentino anuncio de despedida. Pero sus palabras de ayer llegan acompañadas también de algunos datos que invitan a tomarlas a la vez muy en consideración. La principal tiene que ver con la desesperada situación económica que vive el Atlético, cuyas deudas y gastos no pueden asumir ya los Gil, que no están dispuestos a jugarse su propio patrimonio cuando su futuro en el club sigue judicialmente incierto.
Hay también un punto humano en el portazo de Jesús Gil, la reacción visceral de quien se siente traicionado y maltratado. Porque es muy probable que Gil crea de verdad que su gestión no le ha hecho daño a la sociedad, que le ha dado más al club de lo que mucha gente está dispuesta a reconocer. Por eso no acepta que ahora le insulten o le quieran ver lejos los aficionados, el importante trozo del club con el que, cuando lo compró, nunca logró hacerse en propiedad. Y sobre todo Gil no entiende que en círculos muy próximos a él, demasiado cercanos, también exista la convicción de que la salud del Atlético y la de su propia familia pase necesariamente por su marcha.
Y la vida del Atlético pasa por el adiós de Gil porque con él dentro nadie está dispuesto a aportar dinero. El Atlético está en los huesos, con unas urgencias que lo tienen al límite de la bancarrota. Y a los Gil no les queda dinero para poner, o ya no quieren poner en peligro su patrimonio cuando judicialmente no está nada claro su futuro, pendientes de que el Tribunal Supremo se pronuncie de una vez sobre unas acciones, el 95% del club, que mantiene bloqueadas.
La situación es desesperada. Para sobrevivir, el Atlético necesita sacar adelante una ampliación de capital. Y la aprobada por el Consejo de Administración, por valor de 36 millones de euros, no iba a pasar el corte de la junta de accionistas porque elevaba de nuevo a Jesús Gil a la condición de dueño absoluto de la casa.
Para demostrar a futuros inversores que su intención no es perpetuarse en el Atlético, Gil se ha visto forzado a decir que se va. Es un primer paso. Queda negociar detenidamente ahora las condiciones de la salida o de la sucesión. Saber si los Gil quieren permanecer en el club sólo un tiempo, mientras recuperan, y si están dispuestos de verdad a pactar ya una futura venta de acciones. Conocer si están decididos a perder la mayoría del club, o sólo una parte. De cómo queden atados estos puntos en las próximas semanas, de qué gestos conceda Gil para demostrar que va en serio, dependerá la importancia real de su repentino anuncio.
Y luego quedaría otra: comprobar si hay verdaderamente alguien más que Gil dispuesto a gastarse dinero en el Atlético.
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