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Columna
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La ciudad de las motos

La ciudad de Barcelona todavía goza de cierta fluidez en el tráfico urbano, algo que sorprende y admira a los ediles de las grandes ciudades europeas que nos visitan. Se ha convertido en modelo a seguir.

Según los técnicos, el urbanismo cuadricular favorece el tránsito de vehículos. Nadie lo pone en duda, aunque en puridad no sea ésa la razón de la fluidez circulatoria barcelonesa. De creerlo así, sería en demérito del cuarto de millón de motos que pululan diariamente por la ciudad.

En esta ciudad de 1,5 millones de habitantes, con 250.000 motos en sus calles, resulta que el 17% de los ciudadanos utilizan esos ligeros y ágiles vehículos, y el 42% se sirve de los 630.000 automóviles censados. El parque activo de motos alcanza ya el 23% de los vehículos que transitan por la urbe, un elevado porcentaje que refleja claramente la verdadera razón de la fluidez del tráfico barcelonés. Son datos indicativos para entender que en las ciudades sobran coches y faltan motos, y que es conveniente impulsar la moto para atajar el incremento de automóviles en las urbes y ganar superficie vial libre para todos.

En Barcelona hay 250.000 motos y el 17% de los ciudadanos utiliza este transporte
La moto, pese a sus detractores, se ha erigido en el vehículo natural de las ciudades

Así pensaron los ayuntamientos de Milán y Roma, que la vienen promocionando desde hace años con periódicas campañas en fomento del uso metropolitano de la moto. Para ello han utilizando lemas tales como éste: "In moto si và a scuola, al lavoro, al cinema..., vai in moto".

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Son iniciativas que se han saldado con éxito y han elevado sus parques de motos hasta el medio millón de unidades en la capital italiana y 200.000 en la fría y lluviosa ciudad lombarda. Ahora, también Madrid ha tomado ejemplo y prevé impulsar una campaña similar con el eslogan: "Madrid con Moto. Mejor para todos". Su concejal Sigfrido Herráiz es un convicto del apotegma que dice: una moto más en la ciudad es un coche menos en el tráfico.

La moto, pese a sus detractores, se ha erigido en el vehículo natural de las ciudades. Resulta indispensable para quien se mueve por ellas y necesaria su proliferación para beneficio generalizado de todos los ciudadanos, si bien es cierto que debe hacerse de forma ordenada y poniendo coto a la actitud y el comportamiento de una minoría que daña la imagen del colectivo y altera el orden del tráfico con su anárquico comportamiento.

Para enfatizar los beneficios que aporta el uso masivo de la moto en la ciudad, nada mejor que traer a colación la última huelga de los 11.000 taxis de Barcelona realizada hace pocos años.

Al día siguiente de aquel plante, los automovilistas en general comentaban con satisfecha admiración la vivacidad de la circulación y la enorme movilidad que ofrecían las calles de la ciudad en ausencia de los taxis, y eso con tan sólo 11.000 coches menos por las calles. El favorable efecto que supuso aquella huelga en el tráfico permite especular con el estremecedor colapso que se produciría en la ciudad si tan sólo una cuarta parte de los motoristas barceloneses se pusieran de acuerdo, en un día determinado, para sustituir su moto por el coche. Esos 60.000 automóviles añadidos a los que habitualmente transitan por la ciudad provocarían la parálisis absoluta de la circulación.

Parece ser que esa eventualidad no preocupa al consistorio. Aseguran que la moto no entra en los "planes de expansión" municipal y que una de sus próximas campañas se dirigirá a los motoristas para intentar convencerles de que con metro y bus también satisfarán sus desplazamientos. Un propósito inaudito.

En lugar de fomentar el parque motociclista, lo persiguen con toda suerte de actuaciones restrictivas y punitivas, sin querer ver el lado positivo que supone para todos la sustitución de motos por coches.

El área de Movilidad del Ayuntamiento de Barcelona ha elaborado un plan estratégico de la moto para poner en marcha una campaña destinada a "ordenar el uso de las motos con medidas de conjunto y hacerlas compatibles con una ciudad sostenible en la que puedan convivir con los peatones y el tráfico", así lo anunció Pere Navarro, director de la referida área.

Tal manifiesto presagia tiempos difíciles para el colectivo motociclista. Se vislumbran actuaciones de mano dura que intentarán disuadir del uso de la moto; aunque es bien sabido que a un motorista es difícil convencerle de los deleites del transporte público y mucho menos de la bicicleta, como se está pretendiendo impulsar a machamartillo. El segmento social que en su día apostó por la moto y ha catado sus delicias es muy reticente a prescindir de las ventajas de su ligero y económico vehículo. Y en el caso de que le hagan la vida dura para disuadirle, como parece ser, antes sacará el coche a la calle que se embarcará en el metro, el bus o la peligrosa bicicleta. Y ello será en detrimento de la sobresaturación de las calles que abocará hacia la ciudad insostenible que nadie desea.

Resulta obvio que la proliferación de motos ha supuesto algunos perjuicios para la ciudadanía -como también los supone la de automóviles-, pero sería conveniente dar con remedios sensatos y equilibrados capaces de satisfacer a todos sin detrimento sólo de unos. Sabemos, porque así lo manifiesta reiteradamente el Sector de Vía Pública, de la desmedida preocupación que les produce el aparcamiento de las motos en las aceras y de las severas medidas que se pretende tomar para erradicarlas de ellas: zonas azules y aparcamientos de pago en los aledaños de los edificios comerciales y de oficinas: medidas de claro afán recaudatorio. Quizá también por ese motivo soslayen la necesidad de multiplicar el número de aparcamientos específicos y gratuitos en la calzada de las calles con aceras estrechas, donde son absolutamente deficitarios.

Según los últimos datos oficiales, el Ayuntamiento de Barcelona cerró el año 2002 con 12.200 plazas de aparcamiento para motos en las calzadas, una cifra irrisoria para las 250.000 motos en circulación y que supone una plaza para cada 20 motos, algo a todas luces insuficiente. En París, al término de 1999 disponían de 9.514 aparcamientos para las 51.400 motos censadas -una plaza para cada cinco motos-, lo que cuadriplica las cifras de la Barcelona actual.

Lo que sí es realmente preocupante es la estridencia de unas pocas motos, normalmente de pequeña cilindrada y en manos de jóvenes alocados, que producen una contaminación acústica inadmisible y provocan el rechazo generalizado de esos vehículos en perjuicio de la imagen del colectivo motociclista. Es evidente que debiera atajarse la manipulación mecánica de los tubos de escape, y para ello nada mejor que hacer obligatoria la inspección técnica de vehículos (ITV) para todas las motos sin la exención de cilindrada mínima actual. Se acabaría con los ruidos excesivos si los talleres fuesen responsables de esos trucajes y estuvieran obligados a pasar la ITV después de efectuar sustituciones de esa enjundia, procedimiento que sería facturado al cliente.

También debería revisarse la normativa actual de los permisos de conducción y transporte de pasajeros en los ciclomotores, ya que ésas sí son buenas medidas para reducir la siniestralidad. Precisamente, el incremento de siniestros es lo que ha llevado al logarítmico encarecimiento de las pólizas del seguro obligatorio, del que en la actualidad carecen el 30% de las motos censadas en Barcelona.

A este propósito, resulta paradójico ver la pasividad de los más altos organismos gubernamentales ante el acuciante problema de los seguros para los vehículos de 50 centímetros cúbicos, mal llamados ciclomotores. La cobertura anual del seguro llega a costar la mitad del precio del vehículo nuevo, un gravamen que disuade al comprador. Aducen las aseguradoras que el incremento de la siniestralidad perjudica a su negocio.

Este encarecimiento ha provocado una drástica inflexión del 33% de las ventas de motos en los dos últimos ejercicios y ha llevado al sector a una crítica situación que obliga a serios reajustes de sus plantillas, medida legítima para empresas de capital privado, pero de gravosa repercusión directa sobre el erario público por la incidencia de los subsidios consecuentes a las regulaciones de empleo.

El inquietante incremento de los accidentes con lesiones físicas es motivo de enorme preocupación política y social generalizada, pero nadie le encuentra remedio. Los responsables del asunto apenas si dan con soluciones mediatas y, lo que es peor, cuando se trata de plantear el futuro, no hay autoridad que se decida a crear una asignatura -obligatoria- de formación específica para introducirla en los programas didácticos de los centros escolares de primaria, idóneo caldo de cultivo para formar y educar, bajo los principios de la ética y el respeto, a los más jóvenes como futuros conductores del mañana.

Cultura y tradición motociclista de Barcelona

La ciudad de Barcelona ha mantenido estrechos vínculos motociclistas desde que en el primer tercio del pasado siglo se disputaron las primeras carreras en el fenecido circuito de Montjuïc y en las clásicas carreteras de la Arrabassada, Vallvidrera y Santa Creu d'Olorda, que remontan la montaña de Collserola.

Aquellos inicios motociclistas despertaron las inquietudes de la alta burguesía, que sin saberlo se convirtió en la simiente del actual fenómeno motociclista que vive la ciudad.

Hemos de remontarnos a la recuperación industrial de la posguerra, cuando algunos jóvenes de la burguesía acomodada de los años cuarenta emprendieron la iniciativa de fabricar las motos que no podían ser importadas de los países tradicionalmente productores por imperativos económicos del régimen gobernante. Aquella juventud pudiente, deportiva, culta y vanguardista ya participaba en competiciones motociclistas antes del conflicto bélico español. Eran hombres de formación universitaria y gustos refinados que alternaban con elegancia los terciopelos de los palcos familiares del Liceo con los sillines de duro cuero de sus motos, que tanto utilizaban para las competiciones deportivas como para pasear por las calles del Eixample. Era gente de referencia, líderes de opinión de la alta burguesía que construyó los cimientos de la Cataluña industrial y moderna. Su ejemplo era seguido por los demás estratos sociales, lo que facilitó la integración de las motos como vehículo deportivo, elitista y moderno ante la ciudadanía. Ellos iniciaron lo que se ha dado en llamar "cultura motociclista barcelonesa". Aquellos Giró, Permanyer y Bultó que diseñaron y fabricaron las primeras Ossa, Montesa y posteriormente Bultaco las conducían personalmente por la ciudad y determinaron el hecho diferencial de un vehículo que, lejos de estar destinado a popularizar la automoción utilitaria, era signo de elitismo social y deportiva modernidad puestos al alcance de un país oprimido pero con enormes ganas de emerger y volver a integrarse en Europa.

La respuesta de los catalanes no se hizo esperar y en poco tiempo aquellas motos fabricadas en Barcelona se fueron introduciendo con muy buena aceptación entre las familias acomodadas de la ciudad, para quienes conducir una moto se convertía en un gesto del refinado espíritu gentleman sportsman británico, entonces vanguardista. A partir de aquellas primeras y tímidas iniciativas industriales, fueron surgiendo nuevas marcas que ayudaron a difundir paulatinamente la cultura de la moto en la ciudad de sus orígenes españoles.

La llegada del mítico seiscientos de los años sesenta supuso la popularización del coche en todo el Estado, pero provocó el primer traspié de la industria española de la moto. A pesar de aquella primera crisis sectorial, esa élite de motociclistas siguió utilizándola a diario por la ciudad y con su ejemplo evitó que la brasa de la moto se apagara en Barcelona. También fueron ellos quienes cabalgaron las primeras pluricilíndricas cuando, bien entrados los sesenta, se produjo un tímido aperturismo al mercado extranjero. Posteriormente, con la llegada de las marcas japonesas, descubrieron las ventajas que ofrecían los modernos scooters para desplazarse por la urbe y volvieron a ser el ejemplo que seguir, un patrón que ya ha cautivado a un cuarto de millón de ciudadanos.

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