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ELECCIONES 25M | Opinión
Columna
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La memoria del votante

Las encuestas y sondeos sobre las próximas elecciones nos persiguen implacables todos los días, pero resuelven poco o casi nada. Ya estén cocinadas, crudas o al punto, indican más o menos que puede ocurrir cualquier cosa. Y es lógico, porque cuando nos entrevistan por la calle o por teléfono, la memoria trabaja recuperando información pública, lo que se dice y, la verdad, se dice de todo. Pero el día de las elecciones nuestra memoria funciona como en un confesionario, es más íntima y personal, utiliza el atajo de nuestros pecados y de nuestros deseos más inconfesados. Por eso renuncio de momento a las encuestas, para detenerme un poco en los contenidos y reglas sobre la memoria del votante valenciano.

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Hace ya más de 30 años que los psicólogos afirmaron que la memoria, entendida como un almacén de información, era fundamental para el comportamiento de las personas. Pensaron entonces que no era un cajón de sastre, que tenía partes con distintas funciones. En la memoria a largo plazo están los acontecimientos ya pasados hace tiempo, convenientemente troceados en fragmentos que se relacionan con otras muchas cosas. Por eso, cuando intentamos recuperarlos, tenemos que recoger de aquí y de allá hasta conseguir un recuerdo que se parece algo, pero no mucho, a lo que nos ocurrió en su momento. Nos recordamos guapos de pantalones cortos o de izquierdas de toda la vida.

En la memoria a corto plazo almacenamos la interpretación de acontecimientos de hace poco tiempo, tiene poca capacidad y se olvida rápidamente, a no ser que la repitamos o nos la repitan de continuo para mantenerla fresca. Es el balance de gestión, el desastre del Prestige o la guerra que nunca existió.

Por último, está la memoria de trabajo, con máxima rapidez y mínima capacidad, encargada de decidir lo que necesitamos en cada momento, asustada por la cantidad de información que tiene disponible en las otras memorias y utilizando atajos, trucos y sesgos poco rigurosos para resolver el problema urgente de adónde y con quién nos vamos este fin de semana para divertirnos un poco, o por quién nos decidimos para votar en el último momento.

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En la memoria a largo plazo de nuestro votante, existe una gran cantidad de fragmentos sociales y políticos más o menos dispersos y distorsionados. Recuerda vagamente la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, que le llevan sin saber cómo a una España que se convirtió en Europa y a que hubo un extraño lío con la OTAN, pero que acabó bien. La reconstrucción de los recuerdos devuelve una imagen que representa a los socialistas haciendo la transición española. Es tan absurdo pedir rigor histórico a la memoria psicológica, afortunadamente, como exigir menos enfermedad en los hospitales. Pero la memoria política del pasado tiene extrañas ambivalencias, porque se mezcla con el recuerdo de la angustia diaria al escuchar las noticias sobre escándalos, corrupciones, secuestros y violencias diversas. Hay un cierto sentimiento de alivio al recordar el momento en que se acabó.

Sin embargo, en Valencia continúa existiendo una buena memoria de personas en el largo plazo. Todavía se recupera fácilmente la figura de Joan Lerma entre los ciudadanos, continúa presente la imagen simpática de Carmen Alborch o se recuerda con agrado la buena gestión de Clementina Ródenas, por poner sólo unos ejemplos. Existe una extraña amalgama de lo nacional con lo comunitario en el almacén de los recuerdos.

La memoria a corto plazo del votante es muy distinta. Es más pequeña y con acontecimientos más calientes y discutibles. Aparece Zapatero como un bálsamo para los recuerdos traumáticos, pero sin la energía suficiente para provocar el olvido por interferencia o por deterioro temporal. Aznar, al principio, se almacena como un concepto necesario pero poco simpático y termina siendo un recuerdo disponible pero ingratamente accesible a causa de los últimos electrochoques. Zaplana ocupa una buena parte de esta última memoria y su significado se reorganiza continuamente, como si fuera una de esas figuras imposibles que aparecen en los manuales de psicología, lleno de sombras pero también de monumentos emblemáticos que provocan sonrisas de complicidad, pero que casi todos mencionan con orgullo. Casi nadie puede recuperar las figuras de sus gobiernos, porque se desdibujan hasta en la cercanía, salvo quizá Rafael Blasco a través de sus políticas de bienestar que han estado muy visibles en los últimos tiempos. Poco más cabe en esta memoria inmediata, cualquier cosa nueva tiene que hacerse sitio empujando a los otros acontecimientos. El número de teléfono que deseamos marcar tiene que repetirse continuamente para no olvidarlo. Por eso recitamos en voz alta la guerra de Irak, que desplaza al Prestige, y recordamos el chapapote que desdibuja las bombas y desenfoca el decretazo.

Las últimas novedades que incorporamos son las figuras de Camps y de Pla, teléfonos demasiado nuevos pero que, al menos, ambos comienzan con el prefijo de la Comunidad Valenciana, algo que tranquiliza a muchos y facilita su retención.

Pues bien, el día 25 de mayo, los votantes valencianos nos desplazaremos hacia las urnas con la memoria a cuestas. Es absurdo pensar que vamos a realizar un cálculo racional con los recuerdos para tomar una decisión, todo dependerá de la estrategia que usemos para recordar. Nos enfrentaremos a un problema similar al que aparece en los manuales: en los últimos cuatro años, ¿cómo habías pensado vivir y como has vivido en realidad? O también, ¿qué prefieres, diez euros seguros con Camps o una posibilidad entre diez de obtener cien con Pla? Éste sí que es el balance de nuestra gestión, la decisión final de todo un recorrido por nuestra memoria de ahora y de entonces.

A día de hoy, en estos momentos de la campaña, tengo la sensación de que los últimos recuerdos nos molestan especialmente, pero todo lo desagradable tiene tendencia a olvidarse, y quizá la estrategia de recuperación nos lleve por caminos conservadores. No hay suficiente miedo al futuro como para arriesgarse a un cambio de recuerdos. Pero la campaña no ha terminado todavía y todo depende de los últimos indicios o de la implantación de nuevas estrategias de recuperación. Hay que tener en cuenta que actualmente casi nadie recuerda ya los números de teléfono, porque los móviles nos facilitan los nombres y hasta las caras de los que vamos a llamar. Puede que en el último momento, nos aparezca en pantalla un mensaje que nos resuelva el problema. Por ejemplo, "manifiéstate en las urnas, vota EU", o "nunca más con más de lo mismo, vota PSPV", o también "la arruga es bella hasta en los pantalones bien puestos, vota PP". Algunos lo tendrán apagado, pero yo pienso recargar a tope la batería por si acaso me resuelven el baúl de los recuerdos.

Julio Seoane es catedrático de Psicología Social en la Universidad de Valencia.

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