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Columna
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Indiferencia

La propuesta de mayor interés que se ha escuchado hasta el momento en la campaña para las elecciones municipales de Alicante no la ha formulado ninguno de los candidatos que aspiran a gobernar la ciudad. La iniciativa más atractiva ha partido de un discreto profesor de Derecho Constitucional, que hace algún tiempo abandonó la actividad política: Manuel Alcaraz. En un extenso artículo publicado, días atrás, en las páginas del diario Información, Alcaraz sostenía que Alicante debe esforzarse por ser una verdadera ciudad universitaria. Si este esfuerzo se realiza en las debidas condiciones -ha dicho el profesor- la proposición le reportará a la ciudad considerables ventajas.

La iniciativa de Alcaraz, formulada con la brevedad con que acabo de hacerlo, parece bien poca cosa. Desde luego, sería difícil diferenciarla de las propuestas que sobre el futuro de Alicante se han expresado en una u otra ocasión. Y es que el valor que tiene el proyecto de Alcaraz reside no tanto en su novedad como en la coherencia con que se ha elaborado. Las declaraciones de los políticos que se publican en la prensa estos días califican de programa electoral una lista de promesas, con mayores o menores toques de fantasía. Naturalmente, cuando observamos con atención estos ofrecimientos, vemos que la mayoría de ellos carecen de coherencia.

Por el contrario, la propuesta de Manuel Alcaraz está perfectamente fundamentada y plantea a los alicantinos un modelo de ciudad. La situación del campus alicantino, que ha tenido indudables ventajas para su desarrollo propio, presenta, sin embargo, el inconveniente de su lejanía de la población. Alcaraz propone mitigar esta lejanía y enumera una serie de acciones que podrían ejecutarse con un coste económico que, a primera vista, no parece disparatado. La mayoría de estas medidas no sólo contribuirían a acercar la Universidad a la ciudad, sino que tendrían un efecto regenerador sobre el tejido urbano, tan deteriorado. No es ilusorio pensar que una buena parte de los problemas que padece el centro de Alicante podrían resolverse si se ejecuta este plan. Sugerencias como instalar una biblioteca universitaria en la plaza de Gabriel Miró, en el edificio de Correos, o recuperar el palacete de la plaza del doctor Balmis, parecen plausibles. Otras, sin embargo, parecen más utópicas o de conveniencia más discutible.

Yo no me hago muchas ilusiones con esta propuesta de Manuel Alcaraz y, a decir verdad, no creo que llegue a realizarse algún día. Por el momento, la repercusión del escrito en la ciudad ha sido nula. Ninguna reacción pública se ha producido para aplaudirlo o rechazarlo. Es posible que muchas personas lo hayan leído con atención, pensando que las ideas de Alcaraz son convenientes para Alicante y merecerían llevarse a cabo. Pero lo cierto es que estas personas no han dicho una sola palabra, ni han publicado una línea de respuesta. Tampoco los partidos políticos se han pronunciado. Uno no esperaba, desde luego, que los partidos hicieran suya la iniciativa de Alcaraz, pero sí, al menos, que el escrito suscitara alguna controversia, incluso que se discutieran las medidas que allí se proponen. Nada de esto ha sucedido. Las propuestas de Manuel Alcaraz han sido acogidas como habitualmente acoge el alicantino estas proclamas: con la mayor de las indiferencias.

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