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Los policías iraquíes reciben pistolas y fusiles de asalto para combatir el crimen en Bagdad

Guillermo Altares

Los policías iraquíes, que trabajan a las órdenes de la policía militar estadounidense, recibieron ayer 1.000 pistolas de nueve milímetros y 500 fusiles de asalto Kaláshnikov para patrullar Bagdad, donde los crímenes se han disparado desde la caída del régimen de Sadam Husein. El capitán Steve Caruso, responsable de la principal comisaría conjunta de la capital iraquí, señaló ayer que 4.000 policías han vuelto al trabajo y que han recibido permiso para utilizar sus armas, tanto para defenderse como para realizar detenciones.

"Hoy ha sido la primera entrega de armas", dijo Caruso, un enérgico capitán que no para de dar órdenes y de organizar el caos de la comisaría. Estas medidas coinciden con la llegada al país del nuevo responsable de la administración civil estadounidense para Irak, Paul Bremer, que se ha puesto como prioridad el restablecimiento de la ley y el orden. La mayor preocupación de los ciudadanos iraquíes es la ausencia de seguridad, que se ha convertido en una obsesión nacional. Según informó ayer The New York Times, los policías militares estadounidenses recibirán en breve la orden de disparar contra los ladrones en caso de que encuentren resistencia.

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Ni Caruso ni ningún otro oficial de la comisaría quisieron confirmar esta información. Por ahora, 12 patrullas de la policía militar formadas por tres vehículos estadounidenses humvee y dos coches de policía iraquí recorren la ciudad día y noche, un "número claramente insuficiente" para una urbe de más de cinco millones de habitantes, según reconoció Caruso. Sin embargo, por primera vez en un mes, ayer se veían numerosos coches de policía iraquíes patrullando. Y también había aumentado el número de militares estadounidenses que recorrían Bagdad, desde efectivos de la 3ª División de Infantería hasta tropas de operaciones psicológicas, encargados de las relaciones con la población.

Agentes investigados

"El crimen era alto en Bagdad, como en cualquier gran ciudad, antes de nuestra llegada", dijo Caruso. "El mayor problema de seguridad al que nos enfrentamos actualmente es el robo de coches a mano armada". Husen Ahmed Abbas, un sargento de la policía iraquí que forma parte de las patrullas, señaló que "en lo que llevamos de día hemos recibido 25 avisos de este tipo de robos". El ritmo de la comisaría es una clara indicación de que las cosas están cambiando. Armados, uniformados y con coches relucientes, los policías iraquíes -todos han sido investigados antes de ser contratados de nuevo para comprobar que no cometieron crímenes durante el régimen de Sadam- impondrán sin duda mayor respeto a los ciudadanos que los guardias de tráfico que salieron a las calles hace dos semanas. Además, a diferencia de lo que ocurre con los policías que trabajan con los británicos en Basora, sus armas están cargadas.

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En cualquier caso, su trabajo no será sencillo. La mayoría de los ciudadanos iraquíes tienen armas en casa -incluso armamento de guerra como lanzagranadas RPG- y los Kaláshnikov pueden conseguirse en el mercado por 60 dólares. Los tiroteos nocturnos durante el toque de queda son muy intensos y es un hecho que los bagdadíes no se sienten seguros en sus casas.

[Como ejemplo del peligro reinante aún en las calles, seis niños murieron y otros 10 resultaron heridos el lunes en Basora al estallar una bomba que estaban manipulando, informa Reuters].

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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