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Columna
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La Ciudad de la Euforia

Los procesos electorales, aun los disputados, son una de las contrapartidas pelma de la democracia. Pero que no falten. Discursos reiterativos y enfáticos declamados con menos que más elocuencia, promesas embuchadas de demagogia y triunfalismo a punta pala. Es la habitual liturgia que, en lo que a Valencia concierne, se viene practicando durante los diez últimos meses, lo que explicaría en parte los recientes "pinchazos" relativos de los mítines celebrados en el campo de Mestalla, por el PP, y en la Plaza de Toros, por el PSPV. Todo tiene un límite, incluso para las clientelas más adictas.

Añádase a ello, dicho sea de paso, que tampoco constituye un estímulo ver los caretos candidatos, ciertamente disuasorios, ya sea por su rusticidad o fealdad. Parecen muecas de sí mismos y no se comprende que hayan pasado el examen de sus correligionarios y, menos aún, de los inevitables asesores de imagen. Recristo, ¿pero cómo se atreven algunos, con ese visage, a pedir el voto en un mundo condicionado por culto a la buena planta y pulido rostro cultivado por dermoestetas? La verdad es que, en comparación con los candidatos emergentes, los Paco Camps, Joan Ignaci Pla y Joan Ribó -digamos que la tríada relevante- nos parecen unos tipos la mar de expresivos y atractivos, que ya es decir.

Tampoco los programas son una pirotecnia de sugestiones. Como está mandado, claro. A ningún gobernante en ciernes se le puede tomar en serio si trata de vendernos sus propuestas mediante una humorada. Tal rasgo de inteligencia le puede ganar el voto más cualificado, pero a cambio de perder las elecciones. El vecindario quiere que se le engañe o persuada con las formalidades propias del caso, por muy tediosas que se nos antojen. De ahí la sorpresa que nos ha causado el anuncio de una Ciudad de la Euforia formulado por el PP. No me pregunten en qué consiste, porque me temo que ni los mismos populares lo saben, pero, el mero enunciado es un reto a la imaginación.

Al decir del candidato del PP, el mentado Camps, se trata de un invento de la actriz griega Irene Papas, definitivamente incardinada a estos pagos. Una ciudad, agregó, para estimular la creatividad aprovechando las ideas y sinergia de sus beneficiarios. O sea, una adivinanza que auspicia de todo género de conjeturas amables. Sin irme por los cerros de Úbeda, yo la maquino como un espacio idílico en el que se suministre sin tasa ni recato viagra y alucinógenos, algo así como un cielo laico y terrenal, sin clases sociales ni fisco que te ladre. El lector puede poner su magín a contribución y dorar a su gusto tan singular propuesta.

Por desgracia, el embeleco quedará en nada a poco que el ordinario del lugar se entere y meta mano en este desvarío exquisito. Pero no me negarán que la iniciativa es novedosa y hasta revela una dimensión insólita en la derecha indígena. Ni a los mismo Verdes, ecologistas y robinsones, se les viene a la mente un envite de este género. Confieso que, exprimidos todos los programas electorales, tan similares, yo me quedo con esa aldea utópica y euforizante. Tanto como las viviendas que se prometen para todos, o el pleno empleo de calidad, que también se airea con el mismo fundamento que esa ciudad felicitaria e insólita.

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