El enemigo invisible
La contaminación acústica causa estrés y agresividad. Sólo el ruido procedente de Barajas afecta a medio millón de personas
No se puede ver, pero está ahí. En el aeropuerto de Barajas. En los bares y discotecas. En el tráfico. En la música del vecino. En las obras. En los aires acondicionados. El ruido, el enemigo invisible de muchos ciudadanos, es responsable de estrés, trastornos del sueño o pérdida de atención. Y de mucho mal humor. Las molestias que ocasiona pueden ser tan grave que, a veces, derivan en conductas violentas.
-No puedo dormir y mañana tengo que madrugar, ¿puedes bajar la música, que está altísima?
-No me da la gana.
La conversación tuvo lugar a gritos entre dos vecinos de un inmueble de Carabanchel hace tres años. Empezó así y terminó con el vecino que ponía la música alta con la cabeza abierta a martillazos. No todo el mundo llega a tanto, pero lo cierto es que el ruido es uno de los problemas que más irrita a los ciudadanos y les mueve a manifestarse ante las administraciones.
"Es como un terremoto constante; las ventanas retumban", describen los afectados
El problema va por barrios. A cada uno le toca algo. El ruido del aeropuerto de Barajas afecta a los vecinos del distrito de Barajas y a los de los municipios de San Fernando de Henares, Coslada, San Sebastián de los Reyes, Alcobendas, Rivas y Paracuellos. Todos han llevado sus quejas hasta la Unión Europea. El ruido del botellón hace revolverse en las camas a los vecinos de la plaza del Dos de Mayo (Centro); el ruido de la música callejera martiriza a los residentes del entorno de la plaza Mayor, y el follón del tráfico y de las obras hace temblar a toda la capital.
Luego están, además, los ciudadanos que también sufren la contaminación acústica aunque proceda de fuentes más modestas: la instalación de un aire acondicionado, la dársena de carga y descarga de un centro comercial, la terraza de un bar o los ensayos de un vecino violonchelista.
Los residentes afectados coinciden en la descripción del problema: "Insoportable", "las ventanas retumban", "es como un terremoto constante", "no se puede dormir ni con las ventanas cerradas, y en verano nos asamos de calor". Las fuentes de emisión: los aviones, las motos, los gritos de la gente que sale de un bar, los camiones pasando por encima de una plataforma metálica y, por supuesto, los bares.
A las tres de la mañana, un grupo de jóvenes mueve la melena hacia atrás y hacia adelante al ritmo de la música en un tugurio de la calle de Velarde (Centro). La puerta se abre y se cierra cada dos minutos y una riada de gente entra y sale. Los gritos llegan hasta el segundo piso, donde un matrimonio no puede dormir. "Y es que todas las noches del fin de semana, igual; a mí que no me digan que sirve de algo la ley antibotellón esa", critican estos residentes.
Los vecinos afectados por el ruido, asiduos a los tapones de oídos y a la valeriana, se han movilizado de las maneras más diversas para que las administraciones solucionasen el problema. El movimiento Pijamas en Acción, que reúne a residentes de la Alameda de Osuna, se ha concentrado varias veces con ojeras y en pijama en el aeropuerto de Barajas para protestar por el ruido que produce el aeródromo. Los vecinos de la plaza del Dos de Mayo optaron hace casi un año por montar un botellón en la plaza de la Villa. También los residentes afectados por el ruido han recurrido, en alguna ocasión, a caceloradas delante de la autoridad competente.
El ruido también se ha topado con las protestas de la Iglesia. En abril de 2001, Lorenzo Rodríguez, de 70 años, párroco de la iglesia de San Andrés (Centro), tuvo que anular la misa del domingo por la tarde, que venía celebrándose "toda la vida", por culpa del escándalo que organizaban con los tambores un grupo de jóvenes. El alcalde mandó a la Policía Municipal a la zona: los agentes vallaron la plaza de Los Carros e impidió a los chavales sentarse a tocar el tambor.
En terrenos más carnales, los vecinos de la calle de Pilar de Zaragoza (Salamanca) protestaron hace años porque no podían dormir por culpa del ruido de "la música y los jadeos" que salían de un club debajo de sus viviendas dedicado "al intercambio de parejas".
"Nos despertamos con los aviones"
La futura Ley del Ruido, de ámbito nacional, obliga a los municipios de más de 250.000 habitantes a hacer un mapa acústico. La capital ya tiene el suyo, y la conclusión muestra que una de cada cuatro calles residenciales soporta más de 65 decibelios de ruido, límite recomendado por la Organización Mundial de la Salud.
Las calles más ruidosas según el mapa son las que soportan más tráfico (Alcalá, Serrano, Castellana, María de Molina...). El estudio también señala los alrededores de Atocha y de Chamartín como lugares con alta contaminación acústica. Otros puntos ruidosos son los límites de la M-30 y M-40, los nudos donde confluyen varias vías y, por supuesto, los límites del aeropuerto de Barajas.
Julián Moreno, presidente de Pijamas en Acción, lleva años luchando para que el ruido de los aviones de Barajas deje de molestar a los vecinos de la urbanización Embajada, en la Alameda de Osuna. Pijamas en Acción exige el cierre nocturno del aeropuerto. "Los despegues nos despiertan cada diez minutos", señala Moreno.
Este vecino explica que todos los candidatos, "menos Ruiz-Gallardón", han mostrado interés por el problema. "Esperanza Aguirre se quedó con la boca abierta cuando vio que los aviones pasan a 150 metros de nuestras casas", concluye.
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