Campaña sobre campaña
Qué interesante será escucharle de nuevo mañana al vicepresidente primero del Gobierno y ministro de la Presidencia, Mariano Rajoy, repasar su experiencia como director de las campañas electorales que marcaron los sucesivos triunfos del PP, las europeas de 1994, las municipales y autonómicas de 1995, las generales de 1996 y las generales de 2000. Volverá seguramente sobre algunas de las cuestiones que enunció en el debate que bajo el título Periodismo en campaña reunió en Madrid el 27 de febrero pasado a los directores de las campañas electorales del PP, PSOE, IU, CiU, PNV y BNG junto a más de un centenar de periodistas de los diarios, las emisoras de radio y los canales de televisión de toda España.
Por ejemplo, puede que Mariano Rajoy recuerde cómo el PP se ha convertido en un partido político muy cohesionado y con una ventaja importante porque tiene un sustrato de gran solidez que proviene de perder todas las elecciones desde 1977 durante 19 años. Tal vez se aplique a relativizar las encuestas aduciendo su propia experiencia. Porque las que a él le presentaban daban ganador al PP en 1993 por más de seis puntos de ventaja y las perdieron, y aún por muchos más puntos en 1996 cuando rasparon por 300.000 votos, mientras que ninguna encuesta pronosticaba la mayoría absoluta en las generales de 2000, que es cuando la obtuvieron. Qué interesante, además, la memoria que aporta el vicepresidente primero del Gobierno cuando señala cómo en 1999 el PP ganó las elecciones municipales por 40.000 votos en toda España y en menos de un año, en las generales, el PP volvió a ganar por 10 puntos porcentuales de ventaja.
Tal vez enuncie mañana el decálogo que condensa su sabiduría electoral, según el cual: 1º, la campaña sólo es decisiva cuando los apoyos previos vienen muy igualados; 2º, el arrastre del voto viene ligado a la confianza que el candidato y el partido susciten en el electorado; 3º, las elecciones las pierde el que está en el poder, más que ganarlas quien compite desde la oposición; 4º, las campañas sirven para reafirmar o perder posiciones porque la gente quiere oír ideas y programas; 5º, lo primero que un partido debe transmitir al electorado es la utilidad de ser votado, una utilidad que puede residir en el "vamos a ganar" o al menos en el "vamos a ser decisivos"; 6º, si quien ejerce el Gobierno tiene la convicción de que ganará, debe hacer balance de lo hecho, proponer continuidades positivas e incorporar materias en las que se le reconozca mayor capacidad, y sólo en caso de presentir debilidades debe incluir críticas a la oposición; 7º, quienes comparecen en la oposición deben hacer balance, elaborar propuestas coherentes con lo que han venido defendiendo, incidir en los asuntos donde han ganado credibilidad y criticar al Gobierno, porque "una oposición es imposible que llegue al Gobierno -salvo que se trate de un Gobierno de broma- sin hacer crítica de la acción de quien gobierna"; 8º, el éxito de un contendiente está vinculado a su acierto al elegir el campo de juego, es decir, las cuestiones claves que van a ser debatidas en la campaña; 9º, la publicidad exterior es inútil pero imprescindible porque da moral a las propias fuerzas y los mítines son anacrónicos y cambian peligrosamente de significado al ser incluidos en los informativos de televisión, porque las mismas exageraciones que tantos aplausos suscitan de los incondicionales presentes en el ruedo pueden resultar contraproducentes cuando son servidas al domicilio de gentes desambientadas; 10º, el papel que desempeñan los medios informativos es clave y su influencia en orden decreciente va de los canales de televisión a las emisoras de radio y a los periódicos.
En cuanto a los debates entre candidatos, el vicepresidente Mariano Rajoy se declaraba partidario y reconocía que los de verdad son los debates a dos. Otra cosa es que confesara que los responsables de las campañas los aceptan cuando estiman que les favorecen y los rechazan cuando se sienten en posiciones de superioridad. A tenor de este decálogo, y con lo que llevamos de campaña, cabría señalar que el empeño descalificador hacia la oposición al que se aplica Aznar denota inseguridad y nerviosismo y que el tono de bronca zafia que tanto le jalean en las plazas podría convertirse en sustraendo de otras audiencias que le observan distantes en su cuarto de estar.
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