"Hay 23 personas aquí. Ninguno puede subir a la superficie... Escribo a ciegas"
"13.15. Todos los tripulantes de los compartimentos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie". El contenido de la nota hallada en un bolsillo del cadáver del teniente de navío Dimitri Koléshnikov, recuperado por buzos rusos y noruegos, estalló ayer como una bomba. Demuestra que durante algún tiempo hubo supervivientes a las explosiones que, el 12 de agosto, destruyeron el Kursk. Y reabre la polémica sobre si se hizo lo posible por salvarlos.
"Escribo a ciegas", afirmaba el oficial con una urgencia agónica, y añadía una referencia horaria, 13.5, con una irreconocible segunda cifra de los minutos. Ayer, junto a la nota inicial de las 13.15, era analizada minuciosamente para determinar durante cuánto tiempo después del accidente hubo vida todavía dentro del sumergible, orgullo de la flota rusa y hoy varado a 108 metros de profundidad en el fondo del mar de Bárents. Sismógrafos noruegos registraron el 12 de agosto dos explosiones que se supone procedían del sumergible: una de pequeña intensidad a las 11.28 y otra mucho más potente dos minutos después, y dos horas y 20 minutos antes de la segunda acotación temporal de Koléshnikov. Pese a ello, el jefe del Estado Mayor de la Flota del Norte, Mijaíl Motsak, se limitaba a consignar ayer que, presumiblemente, un grupo de marinos se las arregló para encontrar refugio "durante más de una hora". El ministro de Defensa, Ígor Serguéyev, llegó a decir en su primera explicación detallada de la catástrofe que se escucharon mensajes en morse (SOS, agua) emitidos mediante golpes en el casco hasta la mañana del 14 de agosto, aunque después se rebajó la cota hasta las 23.30 del día 12 y posteriormente se afirmó que todo había sido un error y que los ruidos procedían de algún mecanismo automático de la nave. Una escotilla que no se abrió condenó a Koléshnikov y a sus compañeros que sobrevivieron inicialmente al accidente a un destino más horrible que el de quienes tuvieron una muerte rápida. Fueron víctimas de la hipotermia, la asfixia, la tremenda presión y, probablemente, la desesperación. La esposa, los padres y un hermano de Koléshnikov viajaron ayer desde San Petersburgo hasta la base de Vidiáyevo, cerca de Múrmansk, al norte del Círculo Polar Ártico. El entierro se efectuará la semana próxima en la antigua capital imperial, donde Dmitri y Olga (hoy su viuda) se casaron hace tan sólo tres meses. Los otros tres cadáveres recuperados el miércoles siguen sin identificar. La nota del oficial era bastante extensa y, además de las referencias al intento de sobrevivir, incluía una parte privada que los mandos de la Marina van a entregar a sus familiares. Por cierto, nadie ha explicado aún cómo ha podido conservarse el mensaje durante dos meses y medio en un ataúd de acero totalmente inundado. Los primeros resultados de la operación no despejan todas las dudas sobre si (como se dijo en un principio y luego se desmintió) hubo llamadas de socorro de los supervivientes mediante golpes en el casco (y durante cuánto tiempo), si se emprendieron con la celeridad necesaria las operaciones de salvamento, si se produjo negligencia en el retraso en recurrir a la ayuda extranjera y si Vladímir Putin, presidente y comandante en jefe, estuvo a la altura de las circunstancias cuando continuó sus vacaciones en el mar Negro en plena crisis. El líder del Kremlin anunció ayer, en una reunión del Consejo de Seguridad, que, sean cuales sean las dificultades, el rescate continuará. "Mantendremos nuestra promesa a los familiares de los marineros muertos y haremos todo lo posible para que el Estado pueda dar su último homenaje a estos héroes". Además, aseguró, los trabajos se efectuarán "tan abiertamente como sea posible, especialmente en lo que se refiere a las causas de la catástrofe". Cobra peso la hipótesis de que hay que hablar de horas, más que de días, cuando se habla de supervivientes, pero sin pruebas concluyentes. Pero hay expertos, como Vadim Soloviov, director de un semanario de información militar, que sostienen que la nota de Koléshnikov demuestra que la salvación de al menos estos 23 marineros era posible. Ígor Spasski, director general de Rubin, la firma estatal que diseñó el Kursk, aseguraba ayer que los encerrados en la cabina número 9 "tuvieron ciertas posibilidades de abandonar el submarino por sí mismos", pero que algo se lo impidió, aparte de esa escotilla maldita. Tal vez, añadió, estaban gravemente heridos. Iliá Klebánov, viceprimer ministro y jefe de la comisión especial creada por el Gobierno, sostenía, por su parte, que "no hubo forma de salvarlos". Las operaciones de recuperación de cadáveres están suspendidas a causa del mal tiempo. La compañía Halliburton, a la que se ha alquilado la plataforma noruega Regalia, desde la que se dirigen los trabajos, afirmó al caer la tarde que cuesta trabajo mantener estable la mastodóntica estructura y que no se dañen los pontones que la sujetan al fondo del mar. Cuando se reanude la operación, probablemente se perfore nuevamente el casco para abrir un acceso directo al compartimiento número 9, único en el que parece ahora posible encontrar un alto número de cadáveres.
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