Toni Elías hace la carrera de su vida
El español, operado hace diez días de la mano izquierda, consigue al final una victoria inolvidable en los 250cc
Se cumplía la 25ª vuelta, la penúltima. En la curva anterior a la recta de meta, Toni Elías, de 20 años, natural de Barcelona, adelantaba al francés Randy de Puniet y se ponía al mando de la prueba de los 250cc, que quedará para siempre en la memoria del motociclismo español. Porque el triunfo de ayer de Elías fue sencillamente memorable. Todos los elementos épicos se juntaron en aquella remontada imposible, en esos últimos 4.423 metros, en los que pasó de todo: Elías, alcanzando la primera plaza; perdiéndola en una curva; recuperándola en la siguiente; aguantando las embestidas de todos sus rivales, del italiano Roberto Rolfo, del sanmarinés Manuel Poggiali, con el cuchillo entre los dientes...
Ayer, en Jerez, en el gran premio de los Campeonatos del Mundo más querido por la mayoría de los pilotos, se alcanzó un grado de histeria colectiva como pocas veces se ha visto gracias a un corredor que hace tan sólo diez días entraba en un quirófano de la clínica Dexeus, de Barcelona, para ser intervenido quirúrgicamente en su mano izquierda. Así rezaba el parte médico facilitado tras la operación: "Toni Elías sufre una fractura doble a nivel del pulgar. La primera es una fractura de la falange distal del pulgar izquierdo por arrancamiento del tendón flexor. La segunda es una rotura del ligamento cubital de la articulación. Se le han colocado dos placas con tornillos de minifragmentos de titanio...".
El accidente ocurrió en Suráfrica, en los entrenamientos previos al gran premio allí disputado, el segundo del presente ejercicio. Elías perdió el control de su Aprilia y se estrelló contra el suelo. Se destrozó la mano. Pese a ello, corrió la prueba, en la que fue el octavo. De regreso a España, el doctor Mir le operó en Barcelona el 28 de abril. El pasado sábado, tras los entrenamientos oficiales, que le colocaron en el sexto puesto de la parrilla de salida, se paseaba por el circuito en un ciclomotor acompañado de su padre. Aseguraba entonces que la mano le dolía horrores y que posiblemente tuviera que ser infiltrado para poder finalmente correr.
Y así fue. Al principio, nada hacía presagiar lo que sucedería más tarde. De hecho, fue Fonsi Nieto el primero en dejarse ver. Sólo el italiano Franco Battaini fue mejor que él en la salida. En la tercera vuelta, Fonsi, vencedor en 2002, alcanzó la cabeza entre la algarabía general. Parecía el elegido para dar una alegría a la afición. Nada más lejos de la realidad. En realidad, sigue a patadas con su nueva Aprilia. Con el chasis, con los frenos, con el embrague, con el cambio, con todo. En la cuarta vuelta se tragó una curva y fue rebasado por De Puniet y Poggiali. Y luego por Rolfo. Y por el australiano Anthony West, que pasaba por allí. Hasta la sexta posición descendió Fonsi. Quedaron aquellos tres en la cabeza y todo parecía indicar que entre ellos estaría el vencedor.
En la 18ª vuelta, a ocho del final, Elías había escalado hasta la cuarta plaza, aunque lejos de los escapados. A razón de medio segundo por giro, fue rebajando el tiempo. Elías era el único del pelotón que daba cada uno en menos de 1m 46s. La moto, ya con poca gasolina, iba como un tiro. El dolor en la mano seguía, pero Elías, según reconoció luego, miraba a la grada y se sentía empujado. "Empecé a pensar entonces en el podio", declaró, "aunque me parecía una heroicidad".
En la 22ª vuelta rebasó a Poggiali y se colocó el tercero. Los 128.423 espectadores que, según la organización, llenaban el circuito rugieron. En la 24ª fue De Puniet quien quedó atrás. Una después le tocó el turno a Rolfo. Pero éste se resistió. A cuatro curvas de la meta, recuperó el italiano la primera plaza. Elías miró hacia atrás. El segundo puesto estaba asegurado, pero no era suficiente. En la penúltima curva, Rolfo no cerró el hueco y Elías se metió por dentro. Cien metros después, levantaba el puño al cruzar la meta tras ejecutar una carrera memorable, la mejor de su vida. Una maravilla.
Arrodillado a pocos metros de la grada, Elías, llorando como un niño, sólo alcanzaba a exclamar: "¡Dios, lo que he hecho!".
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