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La apatía de Polonia

Diga sí a Polonia": bajo este lema casi todos los dirigentes del país se han lanzado a una campaña electoral desenfrenada para lograr el éxito en el referéndum, los días 7 y 8 de junio, sobre la adhesión de Polonia a la Unión Europea. La amenaza no procede del voto antieuropeo, sino de la abstención. La Constitución polaca establece un quórum del 50% más uno de los votantes para que el sufragio sea válido. Pero los electores no se toman muchas molestias, ya que incluso en las elecciones parlamentarias o presidenciales apenas vota más del 50%. Con motivo de este referéndum se ha decidido concederles un día más, pero son pocos los que están seguros de que esta ampliación de la votación será suficiente. Si no se alcanza el quórum, la cuestión volverá al Parlamento, donde deberá obtener una mayoría de dos tercios en las dos Cámaras (el Sejm y el Senado). Esto parece factible, porque los partidos opuestos a la entrada en la UE son minoritarios.

Desde hace casi dos años, Polonia tiene un Gobierno de izquierdas, presidido por un antiguo apparatchik de Lodz, Leszek Miller. Este hombre no mantiene muy buenas relaciones con el presidente de la República, Alexandre Kwasniewski, también ex comunista, muy popular por su forma neutra de ejercer el cargo. Los escándalos relacionados con la corrupción no han salpicado al primer ministro, aunque han incitado al presidente Kwasniewski a deplorar la extraña connivencia entre las élites de la política, de la economía y de los medios de comunicación. La prensa ha proporcionado detalles sabrosos que parecen demostrar que la antigua división entre los disidentes y el poder comunista ya no existe, y tanto los unos como los otros participan en los mismos banquetes y jolgorios, en los que abunda la bebida. Esta élite, que lleva ostensiblemente una vida opulenta, no es nada apreciada por el conjunto de la población, a la que le cuesta subsistir. Las encuestas lo muestran con claridad. La popularidad de Leszek Miller ha caído así al 10% de satisfechos, frente al 80% de descontentos. Los partidos de oposición no se benefician de ello; también descienden. Salvo Samoobrona (autodefensa), del demagogo Andrzej Lepper, lo que no resulta muy tranquilizador. Cogido entre la mala situación económica y las dificultades políticas, Leszek Miller ha decidido convocar elecciones anticipadas para junio de 2004, coincidiendo con las elecciones europeas. De este modo, pretende realizar una huida hacia delante, apostando por su único logro: la entrada de Polonia en la Unión.

Aliado de EE UU en la guerra de Irak, Polonia acaba de recibir el mando de una de las tres regiones ocupadas en este país. En abril, la firma definitiva de un contrato de compra de 48 cazas F-16 a la Lockheed Martin Corporation fue celebrado en Varsovia de forma estruendosa. Está acompañado por un acuerdo compensatorio sobre las inversiones estadounidenses -de 6.000 a 10.000 millones de dólares- por el que Lockheed se compromete a fabricar en Polonia los motores de los aviones F-16, que no serán entregados hasta 2008; por otro lado, General Motors se compromete a construir una fábrica de automóviles, y Motorola Inc., a instalar un sistema ultramoderno de comunicaciones para el Gobierno polaco. La economía polaca, tras algunos años de buen crecimiento -se creía entonces que este país iba a convertirse en "el tigre de Europa"-, se ha ahogado completamente. El paro ha vuelto a subir y hoy supera el 20%. Como la reconversión de la industria del carbón y de la siderurgia no está terminada, la sombra de los despidos pesa sobre quienes trabajan en ellas. Silesia, antaño la región más rica, ha caído muy bajo debido al cierre de las minas y a un paro espantoso. La UE no está en condiciones de ayudar sustancialmente a Polonia, y los inversores estadounidenses, desde luego bienvenidos, no parecen ser el remedio decisivo.

Apoyo a EE UU

El compromiso de Leszek Miller y de su Gobierno de izquierdas en la guerra de EE UU contra Irak tiene múltiples razones, pero no ha sido compartido por la opinión pública. Entre el 73% y el 78% de los polacos eran contrarios a la guerra. Esto puede sorprender cuando se sabe que la prensa y la televisión machacaban con una propaganda pro estadounidense. Uno estaría tentado de asimilar este 78% opuesto a la guerra al 80% de descontentos con el Gobierno, pero se sabe que no es la política exterior la que determina la posición de los polacos. Mis amigos de Varsovia o de Gdansk me dicen que el descrédito de la clase dirigente les preocupa más. Profesores universitarios saben que sus alumnos no se interesan en absoluto por los debates parlamentarios, probablemente no votan y no tienen ninguna preferencia política. Es una apatía que podría favorecer a un general ávido de poder, pero en Polonia el Ejército ya no cuenta. Cuando se sabe que este país luchó valientemente, durante toda una década, para obtener el derecho de voto, estos testimonios son francamente sorprendentes. En Polonia, esta batalla por la democracia ha sido llevada a cabo por un sindicato obrero, Solidaridad, cuyos dirigentes, una vez en el poder, se convirtieron en partidarios encarnizados del capitalismo, sin tener nada que ofrecer a sus bases. La SLD (Unión de la Izquierda Democrática), actualmente en el poder, no parece en absoluto redescubrir a la masa obrera, por no hablar ya de los parados. En las elecciones municipales del año pasado, la derecha ganó en Lodz, ciudad obrera por excelencia, muy golpeada por el paro, y patria chica de Leszek Miller. Inmediatamente después del referéndum, la SLD celebrará su congreso nacional. Este partido deberá elegir un líder que no tiene por qué ser necesariamente el impopular Leszek Miller. Deberá dotarse de un programa que, sin ser revolucionario o antiestatal, pueda tener en cuenta los intereses de los obreros y de los parados para mostrar que su existencia no le es indiferente. Si esto sólo es un buen deseo, el hundimiento político de Polonia proseguirá irremisiblemente.

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